La chilena, lo saben hasta los beisbolistas, es una de las
jugadas más difíciles del futbol. Esta es la razón por la que recibe tantos
aplausos cuando alguien, quien sea, la intenta y tiene éxito. Se trata de un
remate a puerta, así que la única medida para catar su eficacia es el gol. Esto
significa que una chilena para despejar en la defensa, o una chilena para sacar
el balón de la cancha, puedan ser vistosas, pero no necesariamente ingresarán
al álbum del recuerdo. La chilena memorable es pues, siempre, la que termina
con el balón en las redes. Pero hay algo más aparte de la eficacia. Lo explico.
Creo recordar que la primera gran chilena que vi fue la de
Hugo Sánchez en el Azteca. Jugaba todavía para los Pumas, recibió un centro
largo, y mientras el balón viajaba, colocó su cuerpo en posición de chilena y
conectó un zapatazo que venció la cabaña del Atlante en ese entonces defendida
por Ricardo Lavolpe. La vi en vivo, en el televisor Admiral a color de mi casa
gomezpalatina, y tras evaluar su ejecución pensé que era imposible desplegar
una jugada más bella y complicada. Luego, en repetición, vi la chilena de Pelé
cuando alineaba para el Cosmos de Nueva York; es muy buena, innegablemente,
tanto como la de Hugo a Lavolpe.
Pasaron los años y, como cualquier aficionado, he visto la
pirueta circense en muchas ocasiones. Ese tiro de espalda a la portería, venga
el balón de donde venga y esté el ejecutante a la distancia que sea del marco,
es siempre una chilena. Pero ya se podrán imaginar, por ello, que no todas las
chilenas son lo mismo, que hay de chilenas a chilenas. Así la de Hugo Sánchez,
otra vez Hugo Sánchez, al Logroñés. Nadie duda que fue espectacular, y hace
poco he visto que la comparan a una reciente consumada por Cristiano Ronaldo.
Me atrevo a decir que ambas son excelentes, pero la de Hugo es mejor, al menos
algo mejor, o acaso así la percibo porque la estatura también es un factor para
hacer menos hermosas las chilenas de los altos.
Antes de explicar, una digresión. La que hizo contra el
Atlante a Lavolpe es extraordinaria, pero el vuelo no tiene la elevación ni la
estética que muestra la chilena ejecutada contra el Logroñés. La del Azteca, si
la miramos con atención, muestra las dos piernas casi paralelas en el vuelo; se
ve bien, por supuesto, pero no tiene esa especie de tijereo en el aire que
hace, esto en el gol contra Logroñés, que primero suba la pierna derecha y
luego baje para que ascienda como latigazo la izquierda que rematará. Pero la
cosa no termina allí. Para que, a mi parecer, la chilena sea estéticamente
perfecta, cuenta mucho cómo queda la pierna rematadora y cómo se da la caída. Hugo
remata el largo centro de Martín Vázquez y cae como pluma, sin descomponerse. A
esto hay que sumar la distancia a la que recibe el centro y la distancia a la
que está la puerta, el impacto preciso en el aire y hasta la dirección y el
efecto que toma la pelota. Impecable todo, un monumento en el área del
Bernabeu.
La de CR7 es muy buena, pero a mi juicio se descompone un
poco en la caída, además de que en términos de distancia del centro y de la
portería no es lo mismo. Hay otro factor, como le pasó a Pelé en la chilena del
Cosmos: un defensa estorba, “hace mosca”, y ensucia un poco la jugada. No
devalúo con esto la ejecución de CR7, sólo afirmo que le noto detalles no tan
estéticos como los dibujados por el mexicano en su famosa chilena a favor del
Real Madrid.
Ambas fueron eficaces, en suma, como todas las chilenas que
terminan en gol, pero no tienen la misma calidad plástica. Para demostrar que
una chilena perfecta no es sólo la que termina en gol, sino la que también es
estéticamente impecable, puedo recordar la chilena de Ibrahimovic: fue muy
eficaz, complicadísima sin duda, un portento de uno de los mejores jugadores de
los años recientes, pero su ejecución en el aire y sobre todo su caída es algo
fea.
Sé que es necio poner tantos peros en estos casos. No los
pongo. Lo único que hago es, ya puesto a revisar/comparar chilenas famosas,
enfatizar que la de Hugo es la mejor, por todo, que he visto en mi vida, la más
“pinturera” —como se dice en el argot de la tauromaquia— y la que por ello
mereció y merece más pañuelos blancos.