Tengo casi cuarenta años en convivencia informativa con
Carlos Salinas de Gortari y creo que tranquilamente llegaré a diez o quince
más, pues veo que el viejo, quien en su juventud fue notable deportista —jinete
para más señas—, goza de cabal salud. La primera vez que lo vi fue, creo, en
1980 u 81, cuando se convirtió en la sombra que acompañaba por todos lados a
Miguel de la Madrid en campaña por la presidencia de la República. En aquel
lejano ayer, Salinas todavía portaba unas hebras de pelo, bigote negrísimo y
unos lentes grandotes, de armazón grueso y cristales de los que oscurecían
solos.
Tras arrasar con De la Madrid como arrasaba antes el PRI,
esto en 1982, Salinas apuntaló sus apariciones noticiosas. A los 34 años
apenas, ya con dos maestrías y un doctorado obtenidos en Harvard, alcanzó una
Secretaría, la de Programación y Presupuesto que desde ese momento puso en sus
manos las riendas económicas del país. Cinco años después, en 1987, luego de un
proceso en el que el PRI simuló una insólita competencia interna, fue destapado
para que aspirara a la presidencia.
La llegada de Salinas a Palacio Nacional fue tortuosa, pues
para imponerlo se tuvo que echar mano de un último recurso: tumbar el sistema
de cómputo y enmierdar las cifras con descaro. Salinas fue quizá el último
presidente mexicano que pudo detentar el poder de manera unipersonal y que
aspiró a controlarlo todo. Pese a los tumbos, la situación anduvo relativamente
bien, para él, hasta 1994, su último año, cuando la sucesión presidencial provocó
turbulencias memorables.
Dejó de ser presidente, pero jamás se colocó a más de dos
pasos del tablero político. Se sabe, por ejemplo, que parientes, amigos y ahijados
suyos han gozado carteras en los sexenios de Zedillo, Fox, Calderón y Peña
Nieto, de manera que también es el único ex presidente capaz de maniobrar en la
nómina federal como si no fuera ex.
Los viajes, las prolongadas residencias en Estados Unidos,
Europa y el Caribe le han servido para hornear gordísimos libros donde analiza
el pasado, el presente y el futuro de su más grande pasión: México. En esos
afanosos ensayos escudriña magistralmente un tema que recuerda alguna huelga de
hambre ya casi olvidada: la autoexculpación.
Pues bien, este
hombre sigue muy activo. El 3 de abril pasado cumplió setenta años y casi toda
la crème del sistema político y económico actuales asistió al
besamanos. Viene la próxima elección y CSG estará presente una vez más.