Ignoro si todavía
existen programas de gobierno que atiendan esta necesidad, pero supongo que no.
Me refiero a la instalación ciertamente asistencialista de banquetas (o aceras
o “veredas” para los sudamericanos) en colonias que lo requieren, por lo
general populares, periféricas. Cuando vi que existía eso reparé en la
importancia de tales arterias citadinas. En efecto, las banquetas, aunque ya no
las notemos porque las tenemos a diario bajo nosotros, son fundamentales para
la ciudad, herramientas básicas en cualquier urbe que se precie de civilizada.
Por eso, y porque me
gusta caminar y ver lo que recorro, cada vez he puesto más atención en las
banquetas torreonenses, que son las que deambulo con mayor frecuencia, casi a
diario. ¿Qué opinión me merecen? ¿Qué calificación les pondría? Evidentemente
sacan del apuro, pero su calidad anda muy por debajo de lo los estándares
óptimos para transitar, a pie, sin problemas. Una pisada joven y ágil puede
moverse por ellas sin conflicto, pero todo es que quiera caminarlas otro tipo
de persona para que surjan las incomodidades.
Un viejo, una
embarazada, una mujer con bebé en brazos o en carreola, una persona en silla de
ruedas o con muletas, todos batallarían —o batallan— el doble o el triple para
recorrer nuestra ciudad. Lo digo con la certeza que me ha dado recorrer cuadras
y cuadras y encontrar banquetas desiguales a cada diez metros, o trechos
destruidos por el tiempo, levantados por raíces de árboles, remozados pero con
amplios desniveles, resbalosos, cacarizos, sin rampas de acceso en las
esquinas, de tierra irregular o con obstáculos de todo tipo como cascajo de
construcciones en marcha o vehículos estacionados “en batería”.
Sin una política
municipal firme y visible en este sentido, las banquetas de Torreón, y supongo
que las de La Laguna entera, son un caos. Para empezar, gracias a las
remodelaciones individuales su diseño obedece al criterio del burro sin mecate:
cada quien le mete el aspecto y los materiales que se le antojan o se le
acomodan, lo que da como resultado una imagen urbana desigual, despojada de un
rasgo que la caracterice o la defina en este rubro. Cierto que la banqueta
representativa de nuestra ciudad es la que todavía podemos ver y pisar en
muchas manzanas del centro, la de cemento cuadriculado. Lamentablemente, este
estilo ha sido roto por el tiempo, la arbitrariedad y el descuido, lo que añade
un rasgo de fealdad a la ya de por sí ingrata diversidad de nuestras casas y nuestros
edificios plagados de anuncios.
Sé que es difícil
reconfigurar la uniformidad de las banquetas citadinas y con ello obtener dos frutos:
facilitar la movilidad de quienes caminan y adecentar el aspecto de la urbe,
pero también sé que el tiempo sigue caminando y poco a poco podría ser
instalada una política oficial de cuidado a estos espacios públicos tan útiles como
las mismas carreteras. Comenzar por el centro, lanzar un plan oficial que
persuada a la ciudadanía sobre la importancia de tener banquetas dignas,
limpias y parejas. Quienes caminamos a diario lo agradeceremos con los pies y
con la vista.