He
asistido dos años seguidos, en 2014 y 2015, al congreso de literatura
detectivesca en español organizado por Texas Tech University y la UNAM. Ambos
han sido organizados casi en las mismas fechas, de manera que pasé los 26 de
septiembre de los dos años en el DF. En 2014 no supe sino hasta después, como
casi todo México, que ese 26 había ocurrido algo grave, lo que ya sabemos, en
Iguala. Ahora, un año después, el sábado, estaba en la capital del país cuando
mi actividad recién había concluido.
Asistí
pues a la marcha y a ras de suelo pude comprobar lo que ya sospechaba: que el
talente de los manifestantes es harto mayoritariamente pacífico, que la
ciudadanía canaliza su legítima indignación en una tesitura que los fachos de
siempre se niegan a ver y, a partir de algunos vándalos reales o creados en
laboratorio, se generaliza la idea de “los violentos”, “los anarcos”, para
criminalizar la protesta.
Las
fotos, mis fotos, no me mienten. No ver la marcha desde un edificio o en alguna
fotografía ulterior impide que uno se haga una idea clara de la cantidad de
personas que acudieron al llamado de reclamo. Frente a frente, codo con codo en
medio de la manifestación no es posible ver el bosque, pero a cambio hay una
ventaja: es posible ver los árboles, a las personas de carne y hueso recortadas
en su individualidad.
¿Y
qué árboles vi? Lamento contradecir a los hitlercillos de bisutería que ven en
quienes marcharon una masa amorfa de violentos y revoltosos, o, en el más
sereno de los casos, de ociosos atraídos por cualquier oportunidad para romper
la rutina. Lo que yo vi y fotografié, con mi ojo algo extrañado de provinciano
en la urbe, fue a hombres y mujeres de todas las edades, desde niños en
carreola hasta ancianos en silla de ruedas. Vi también, por supuesto, numerosos
contingentes de estudiantes, trabajadores sindicalizados, colectivos
feministas, grupos artísticos, organizaciones campesinas, maestros. Por los
trapos pude apreciar que no todo era raza del barrio o del campo. La
manifestación también abrazó a ciudadanos que a leguas dejaban apreciar una
condición económica más desahogada.
Enfatizo
que todos, o la mayoría para no generalizar, gritaban, llevaban un cartel, las
mejillas pintadas, el rostro convencido por la inquietud de protestar en paz.
Así pues, no sé qué puede entenderse como reclamo civil legítimo y atendible.
Si esto no lo es, ignoro qué pueda serlo.