sábado, septiembre 19, 2015

Terminar de escribir













Hace poco el escritor Paul Medrano me entrevistó para la revista Literal. Las preguntas giraron alrededor de Ojos en la sombra, mi libro más reciente aunque en realidad se trata de una reedición auspiciada por el Conaculta. Fue un diálogo, para mí, grato, pues me permitió mostrar algo de mi cocina de escritor, es decir, ciertos procedimientos que un poco por lecturas y un poco por intuición he ido afinando para guisar textos.
En una de las respuestas dije esto: “Tampoco puedo decir que escribo porque escribir me hace feliz. Escribir no me hace feliz, siempre me produce incomodidad y hasta disgusto. Lo que sí me gusta es terminar de escribir, acabar un cuento, por ejemplo. Terminar de escribir me gusta mucho, lamentablemente para terminar de escribir primero tengo que atravesar la molestia de escribir”. No mentí ni me escurrí por peteneras con una boutade. En efecto, creo en lo que dije, y es una conclusión a la que llegué luego de muchos años de oscuridad al respecto.
Me preguntaba, en esos ratos que cualquiera tiene para hablar consigo mismo con sinceridad, sin dobles caras: ¿por qué sigo escribiendo si esto no es agradable? Creo que alguna vez leí una opinión de ¿Carlos Fuentes? al respecto: para el homo erectus, escribir es un oficio raro e incómodo desde la posición física que debe asumir para sacar adelante su labor. El animal se sienta, se encorva, levanta un poco las manos y comienza a golpear teclas durante algunos minutos o algunas horas. Su intención es convertir su pensamiento en un código entendible, legible, para los demás, para un sujeto que no tiene rostro y se supone lo interpretará.
Cuando leí eso estuve de acuerdo. Sentarse a escribir tiene siempre algo de ingrato, y tal vez por eso Nabocov lo hacía de pie, en un atril. Leer es más cómodo, y no digo ver la tele, caminar, jugar tenis, pescar, boxear. Digo que es cómodo en un sentido peculiar: unas actividades son muy descansadas y otras exigen la destreza y la fortaleza del cuerpo humano, un gasto de energía para el que nuestra especie se entrenó desde las cavernas a la fecha.
¿Pero escribir, sentarse a pujar para que casi de la nada salgan ideas? No es agradable. Fue entonces cuando descubrí, muchos años después de escribir con una rara sensación de ansiedad, angustia y desesperación, que no me gusta escribir, pero me encanta, me fascina, me complace a tope terminar de escribir, llegar al último teclazo, cerrar textos. Por eso escribo pues, siempre para terminar de escribir. Como aquí, en este punto final.