sábado, septiembre 05, 2015

Doctorados en cinismo












¿Por qué Korenfeld e Hinojosa estuvieron en palacio durante la tercera pachanga ceremonial de EPN? La respuesta obvia es esta: por cínicos. Pero creo que detrás de esa respuesta hay una extra, algo que apuntala o soporta, como arbotante, la presión que hoy amaga a esos personajes: el sentimiento de invulnerabilidad. Explico.
Un cínico es aquel que se burla de sus enemigos pero sabe que en cualquier momento debe replegarse, arriar un poco la bandera y hasta, llegado el caso, negociar. Un cínico perfecto, contumaz, es el que se desentiende de cualquier amenaza o contragolpe porque sabe que nada podrá hacerle daño, que nadie logrará tumbarlo de su pedestal, es decir, es un sujeto que es o se siente invulnerable y por tanto no claudica en su cinismo, sino que lo exhibe y hasta se pavonea frente a quienes lo malquieren.
En el México del siglo pasado había, claro, cinismo, pero una regla no escrita del régimen era buscar que las aguas se calmaran cuando algo, lo que sea, ocurría y ponía en peligro al sistema. Esa era en esencia, por ejemplo, la política del destierro a las embajadas: sacar un tiempo de la jugada al político en desgracia o con demasiada cola visible para pisar, colocarlo en un lugar distante para protegerlo y para, a su vez, evitar que su mala imagen salpicara a los demás.
Hoy no es necesario desterrar a nadie ni sacarlo de la jugada. A lo mucho, removerlo un poco, como a Korenfeld, pero sin prohibirle que, a cuatro meses de su cómoda decapitación, se deje ver incluso en actos públicos tan importantes, se supone, como el mensaje a la patria emitido por el presidente para beneplácito de sí mismo. Eso era impensable en el pasado porque todavía “se cuidaban las formas”, había un sentido de autodefensa que empezaba por evitar la exposición pública y la cercanía ostensible del apestado en relación a los espacios de poder.
Eso era ayer, muy ayer. Hoy, plenos de impunidad, saben que ninguna acechanza (tuiter, las marchas, los periodicazos, las grabaciones indiscretas, alguna huelguita y los balconeos en la prensa foránea) será capaz de derrumbarlos; conocedores de los antídotos para todo, son invulnerables y muestran su cinismo casi como si se tratara de una condecoración.
Los cínicos de antes —parafraseo a un cardenal entregado a las delicias del poder— eran poquiteros. Los de hoy ya hicieron el doctorado.