El
jueves 10 fue organizado un debate sobre tauromaquia en la Ibero Torreón.
Participaron Luis Gurza, Arturo Gilio y Javier Eduardo Roel; el primero estuvo
del lado de quienes apoyan la prohibición de las corridas en Coahuila, y los
dos últimos del de quienes desean que todo siga igual, que haya “fiesta brava”.
La moderadora fue Marcela Pámanes, y hubo una ausencia, la del diputado Shamir
Fernández.
Como
estoy a favor de la prohibición, escuché atento a los polemistas taurinos.
Salvo en un punto (que la medida es más caprichosamente política y coyuntural
que respetuosa de la vida) discrepo de los taurinos. Más: noté que sus
argumentos presuponen consecuencias demasiado obvias o colocan en contradicción
situaciones que no necesariamente chocan entre sí. Dado el poco espacio del que
dispongo, procedo rápido y por puntos breves:
“Si
hay peleas de gallos, de perros, box, lucha, por qué prohibir sólo las corridas
de toros”. El hecho de acabar con la tauromaquia no significa no avanzar contra
otras actividades semejantes, e incluso luchar para que acabe la crueldad
contra especies que sirven como alimento del hombre. Mezclar aquí el box y la
lucha es improcedente. En el box los rivales pelean voluntariamente y hay
énfasis en la equidad; la lucha libre es una coreografía en la que muy, muy
esporádicamente hay daños fatales para alguno de los contendientes (el ejemplo
del Perro Aguayo es muy poco afortunado).
“Los
toros de lidia desaparecerán como especie si desaparece la tauromaquia, pues
esos animales sólo sobreviven en los países donde hay corridas”. Nadie puede asegurar eso. Es como pensar que
ni un solo grupo conservacionista intervendría si fuera necesario. Asimismo,
¿conservarlos como especie justifica torturarlos? ¿No es una contradicción?
“La
desaparición de la tauromaquia provocaría que se perdieran muchas fuentes de
trabajo”. Seguro no son tantas como para colapsar el índice de empleo. Además,
con ese argumento también podemos defender el armamentismo o la trata de
blancas.
“Los
toros son parte de ‘nuestra’ cultura”. Esta es una de las falacias principales,
pero si así fuera, creer que “la cultura” es un ente petrificado, inmóvil, no
dinámico, es un error mayúsculo. De ser cierto, podríamos proponer que en nuestro
país reviva la cultura del sacrificio azteca o que la cultura del narco, hoy
tan nuestra, tan distintiva de México, sea institucionalizada y forje una
bonita tradición.
En
suma, hay que aspirar a un ideal, por remoto que nos parezca: acabar con
cualquier signo de barbarie.