Uno
de mis ritos habituales —reservo los viernes en la noche para celebrarlo— es
depositar todo el cansancio de la semana en la cama y en esa cómoda trinchera
ponerme a leer, tuitear, escuchar música y/o ver lo que se pueda en YouTube.
Mientras el mundo se divierte en cines, restaurantes y antros yo procuro hacer
un alto, tomar aire, aplacar un poco la fatiga en el ejercicio de placeres
simples e inmóviles. En realidad siempre termino vagabundeando en la red y en
la red siempre termino en la exploración de videos de todo. Muchos
documentales, alguna película muy de vez en cuando, entrevistas a escritores y,
claro, videos de deportistas admirados.
Mis
videos favoritos relacionados con el deporte (y creo que también de los
diególatras) son los de Maradona en acción. Supongo que no los he visto ni los
veré todos, pero sí puedo afirmar que son ya muchos lo que he podido seguir de
orilla a orilla: compilaciones de goles, largometrajes como el de Kusturica,
compendios con dribles y pases, diálogos en programas de televisión, cortos
donde muestra dominio de balón (y naranja y pelota de golf y botella de
plástico). En suma, no me canso de ver a Diego porque Diego para mí es lo más
parecido a la perfección que he visto sobre una cancha de futbol.
Comento
dos videos. El primero, una especie de reportaje de la televisión italiana en
el que entrevistan a varias figuras. El periodista les pregunta sobre Maradona,
y ninguno titubea al afirmar que ha sido el mejor que han visto jamás. El
diálogo se detiene en Zinedine Zidane, el monstruo francés. Relajado, sentado
en el césped en un día con mucho sol, Zizu explica lo que siente sobre Diego.
Habla sobre su precisión. Da un ejemplo. Recuerda que alguna vez vio un
entrenamiento en el que Maradona se colocaba en el borde del área chica y de
frente a la portería. De ahí pateaba suavemente el balón con el fin de impactar
el travesaño y lograr que regresara, como si se tratara de una pared de
frontón. Zidane apuntó que la zurda del argentino era capaz de rebotar el balón
así en tres o cuatro intentos seguidos, lo que parece imposible. El periodista
desafía a Zidane y le pide que se cale en ese jueguito. El francés acepta. “¿No
temes quedar en ridículo?”, pregunta el entrevistador. “No sería yo el único
que pueda quedar en ridículo al intentar esto”, responde Zidane.
En
la siguiente escena vemos lo difícil, acaso lo imposible que es acometer algo
semejante. Parece descabellado. Zidane patea la pelota, pone toda su atención
en la fuerza y en el destino de sus lanzamientos, pero suma quince golpeos y
nada, no funciona. Por allí, casi de casualidad, un balón choca en el travesaño
y vuelve a él, lo patea con el fin de repetir el choque en el larguero, pero el
esférico se escurre. El experimento es un fracaso, un alegre fracaso, pues
Zindane termina riendo: él tenía razón, ese jueguito es uno de los mayores
desafíos para probar la puntería de un pateador.
Ese
video lo comparo ahora con otro donde, en efecto, vemos la precisión del
argentino. Maradona llega por primera vez al estadio de Nápoles, pisa la cancha
y se persigna. No hay público, sólo prensa y acompañantes que suponemos son
parte de la directiva napolitana. El 10 argentino viste conjunto azul celeste,
el color de su nuevo equipo. Se ve joven, sonriente, fuerte, en su mejor
momento. La playera (que los argentinos llaman remera) dice Puma en el pecho.
Por allí le sueltan un balón y Maradona avanza con él hacia una portería. Diego
camina, coloca el balón con los pies, desenfadadamente, como a cinco o seis
metros del área grande. Amaga patear con la derecha pero de inmediato se
arrepiente. Cambia de perfil. No se ve ni siquiera concentrado, pues todo lo
hace con el cuerpo suelto, sin tensión. La cámara está a su espalda. Ya
perfilado de zurda, saca un disparo que dibuja una comba perfecta, elegante,
hermosa. La comba termina ingresando por el ángulo superior izquierdo del arco,
y en el video se oyen los aplausos y el asombro.
Vuelvo
con frecuencia a esa jugada fuera de partido, sin público pero con una cámara
detrás. Me gusta por todo, principalmente porque al final, cuando el balón ya
tocó la red, Maradona se da vuelta, ríe y tira un manotazo al aire como
diciendo lo que aquí repito para terminar este elogio: “¡Se acabó!”.