miércoles, septiembre 09, 2015

Volver sin fin a Diego




















Colaboración de hoy en ESPN México:

Uno de mis ritos habituales —reservo los viernes en la noche para celebrarlo— es depositar todo el cansancio de la semana en la cama y en esa cómoda trinchera ponerme a leer, tuitear, escuchar música y/o ver lo que se pueda en YouTube. Mientras el mundo se divierte en cines, restaurantes y antros yo procuro hacer un alto, tomar aire, aplacar un poco la fatiga en el ejercicio de placeres simples e inmóviles. En realidad siempre termino vagabundeando en la red y en la red siempre termino en la exploración de videos de todo. Muchos documentales, alguna película muy de vez en cuando, entrevistas a escritores y, claro, videos de deportistas admirados.
Mis videos favoritos relacionados con el deporte (y creo que también de los diególatras) son los de Maradona en acción. Supongo que no los he visto ni los veré todos, pero sí puedo afirmar que son ya muchos lo que he podido seguir de orilla a orilla: compilaciones de goles, largometrajes como el de Kusturica, compendios con dribles y pases, diálogos en programas de televisión, cortos donde muestra dominio de balón (y naranja y pelota de golf y botella de plástico). En suma, no me canso de ver a Diego porque Diego para mí es lo más parecido a la perfección que he visto sobre una cancha de futbol.
Comento dos videos. El primero, una especie de reportaje de la televisión italiana en el que entrevistan a varias figuras. El periodista les pregunta sobre Maradona, y ninguno titubea al afirmar que ha sido el mejor que han visto jamás. El diálogo se detiene en Zinedine Zidane, el monstruo francés. Relajado, sentado en el césped en un día con mucho sol, Zizu explica lo que siente sobre Diego. Habla sobre su precisión. Da un ejemplo. Recuerda que alguna vez vio un entrenamiento en el que Maradona se colocaba en el borde del área chica y de frente a la portería. De ahí pateaba suavemente el balón con el fin de impactar el travesaño y lograr que regresara, como si se tratara de una pared de frontón. Zidane apuntó que la zurda del argentino era capaz de rebotar el balón así en tres o cuatro intentos seguidos, lo que parece imposible. El periodista desafía a Zidane y le pide que se cale en ese jueguito. El francés acepta. “¿No temes quedar en ridículo?”, pregunta el entrevistador. “No sería yo el único que pueda quedar en ridículo al intentar esto”, responde Zidane.
En la siguiente escena vemos lo difícil, acaso lo imposible que es acometer algo semejante. Parece descabellado. Zidane patea la pelota, pone toda su atención en la fuerza y en el destino de sus lanzamientos, pero suma quince golpeos y nada, no funciona. Por allí, casi de casualidad, un balón choca en el travesaño y vuelve a él, lo patea con el fin de repetir el choque en el larguero, pero el esférico se escurre. El experimento es un fracaso, un alegre fracaso, pues Zindane termina riendo: él tenía razón, ese jueguito es uno de los mayores desafíos para probar la puntería de un pateador.
Ese video lo comparo ahora con otro donde, en efecto, vemos la precisión del argentino. Maradona llega por primera vez al estadio de Nápoles, pisa la cancha y se persigna. No hay público, sólo prensa y acompañantes que suponemos son parte de la directiva napolitana. El 10 argentino viste conjunto azul celeste, el color de su nuevo equipo. Se ve joven, sonriente, fuerte, en su mejor momento. La playera (que los argentinos llaman remera) dice Puma en el pecho. Por allí le sueltan un balón y Maradona avanza con él hacia una portería. Diego camina, coloca el balón con los pies, desenfadadamente, como a cinco o seis metros del área grande. Amaga patear con la derecha pero de inmediato se arrepiente. Cambia de perfil. No se ve ni siquiera concentrado, pues todo lo hace con el cuerpo suelto, sin tensión. La cámara está a su espalda. Ya perfilado de zurda, saca un disparo que dibuja una comba perfecta, elegante, hermosa. La comba termina ingresando por el ángulo superior izquierdo del arco, y en el video se oyen los aplausos y el asombro.
Vuelvo con frecuencia a esa jugada fuera de partido, sin público pero con una cámara detrás. Me gusta por todo, principalmente porque al final, cuando el balón ya tocó la red, Maradona se da vuelta, ríe y tira un manotazo al aire como diciendo lo que aquí repito para terminar este elogio: “¡Se acabó!”.