Podemos escribirlo como queramos: cincuenta años, diez lustros, cinco décadas o medio siglo, porque da lo mismo; el orden de los factores no altera el producto, en este caso la alegría. El Tecnológico de La Laguna cumple esos años y claro que todos los laguneros debemos ser copartícipes del festejo. No lo digo sólo porque es una de las instituciones emblemáticas de nuestra región, y, entre las educativas, de las más productivas en calidad y cantidad de egresados, sino porque todos aquí, lo sepamos o no, directa o indirectamente, tenue o marcadamente, hemos sido beneficiados por esta escuela pública.
El
mejor ejemplo que tengo a la mano es el mío. Muy lejos estuve de ingresar al
Tec, pues mi perfil vocacional arrojó siempre resultados que me apartaban de
esas aulas. Si se me hubiera ocurrido entrar allí, no hubiera pasado ni del
examen de admisión. Podría decir entonces que no le debo nada al Tec, que es un
espacio que siempre me quedó a remota distancia. Pero no, no lo digo porque
sería falso.
Durante
muchos años he vivido en el convencimiento de que el Tec es un excelente
espacio académico, insisto que de los mejores que tenemos a la mano en la
comarca. Lo sé por dos razones, una indirecta y otra no tanto. La indirecta es
su bien ganado prestigio, un prestigio que corre a voces abiertas en toda la
región y fuera de ella. Creo que jamás, no sé si me equivoco, he oído la
palabra incompetencia asociada a un egresado del Tec. Se trata de una escuela
con tan alto nivel formativo que difícilmente se puede salir de allí sin
méritos probatorios, sin competencia en cada una de sus especialidades. El Tec
es el Tec, valga la expresión, y nadie le regatea mérito.
La
razón directa tiene que ver con varios de mis amigos y pariente. Durante mis
años de formación me tocó tener cerca a ex alumnos del Tec, de su prepa o de
sus carreras. Todos, no sé por qué, eran, son, brillantes. Gilberto y Javier
Prado Galán estuvieron allí; mi cuatote Adrián Valencia, igual, e incluso jugó
en la línea ofensiva de los Gatos Negros. Mis queridos Antonio y Maricela Rodríguez
Valenzuela también cruzaron sus aulas, lo mismo que Ígor Rosales, hijo de Saúl. Mi
sobrino Luis Rogelio Muñoz Ramírez es hoy un profesionista exitoso gracias a lo
aprendido en ese plantel. Además cuento aquí a los que fueron alumnos y/o maestros del Tec Laguna,
también amigos míos: Gerardo García Muñoz, Paco Valdés Perezgasga y Ricardo
Coronado (autor del libro conmemorativo, por cierto).
Querámoslo
o no, mucho o poco, todos en La Laguna tenemos cerca al Tec. Recordemos pues su
rico pasado, compartamos el festejo de su cincuenta aniversario y miremos su
futuro con el optimismo fundado en los miles de egresados que no dejan mentir
acerca de su valor, de su enorme valor. (Mañana jueves a las siete,
presentación del libro conmemorativo en el Museo Arocena).