El libro es un librote, tiene 578 páginas y caminó por todo México, a un precio de risa, en 1986, durante el atropellado delamadridato. Su colofón señala algo que hoy no vemos tan a menudo pese a que el país ha seguido creciendo: que su tiraje fue de treinta mil ejemplares. No quiero ni imaginar lo que significa en volumen de papel un libro literario con más de 500 páginas multiplicado por treinta mil. Eso ya casi no se ve. De hecho, yo jamás he admirado tamaña ínsula. Tales tirajes fueron los últimos que recuerdo en materia de difusión nacional de nuestra literatura, en ese caso de la colección Lecturas Mexicanas auspiciada por la SEP en colaboración con varias editoriales del país.
Protagonistas de la literatura mexicana es su título, y no vacilo al
afirmar que desde el mismo 86 es un libro que me acompaña. O al revés: es un
libro al que acompaño, pues él a mí no me necesita y, en cambio, su contenido
es para mí básico, casi como el que puede ofrecer un maestro de tiempo
completo. Su autor es Emmanuel Carballo (Guadalajara, 1929), uno de los ahora
numerosos escritores que se nos han estado yendo cada media hora.
Se trata
de un clásico mexicano del género entrevista. Más: si me apuran un poco, creo
que es el mejor libro de entrevistas mexicano de la historia, pues además de
que cada pieza es excepcional per se,
el conjunto es apabullante, un pozo de referencias y orientaciones como pocos
puede haber.
Su
primera edición data del 65, y Carballo señala que comenzó a trabajar en él
hacia el 58. Por ello, apenas alcanzó vivos a Vasconcelos y a Reyes, quienes
murieron un año luego. Además de estos tótems, la lista incluye a Fernández
McGregor, Guzmán, Torri, Valle-Arizpe, Jiménez Rueda, Barreda (Octavio G.),
Pellicer, Gorostiza, Torres Bodet, Novo, Muñoz (Rafael F.), Yáñez, Campobello,
Arreola, Garro, Castellanos, Fuentes, es decir, escritores nacidos entre 1800 y
1930. Podemos sentir que la incorporación de algún “protagonista” es injusta,
pero es un hecho que la mayoría fue (es) determinante para agrandar el valor de
la literatura nacional. Yo mismo tengo allí mis favoritos (Reyes, Guzmán,
Yáñez, Arreola, Castellanos), pero no dejo de apreciar el titánico esfuerzo del
joven Carballo por recoger, en amplios diálogos, apreciaciones que si no
hubiera sido por su empuje, hoy no tendríamos.
Vi a
Carballo una sola vez, esto entre 1987 y 1990, no recuerdo bien. Vino a Torreón
para participar en una mesa redonda, o algo así, sobre Torri. Para entonces ya
tenía la referencia, claro, de sus Protagonistas…,
así que el hombre ya cargaba algo de mítico. Vino acompañado de su esposa, la
escritora Beatriz Espejo, y del también crítico Serge I. Zaïtzeff. Quizá me
equivoco, pero creo que quien organizó todo fue Felipe Garrido, para entonces
casi radicado en La Laguna. El caso es que, mutatis
mutandis, Carballo entró al Teatro Isauro Martínez por la avenida Matamoros
y casi en la puerta lo saludamos Gilberto Prado, Saúl Rosales y yo. Hubo un
cruce cordial de saludos y allí quedó todo, entramos a la presentación y nunca
más volví a escucharlo en persona.
En persona
no, pero su libro, como ya dije, ha sido una presencia frecuente en mi dinámica
de relecturas. Tan frecuente que, como quedó asentado en un tuit escrito tras
saber la noticia de su muerte, hace apenas unos días releí el diálogo con
Martín Luis Guzmán, una entrevista que todavía, lo repito, huele a pólvora.
Regatear
a un crítico, como suele ocurrir, el estatuto de escritor me parece necio.
Carballo lo fue, y de los buenos y fecundos. Su gran creación parece la de
cartógrafo: trazó coordenadas, indicó el sentido de algunos vientos, orientó.
Murió el pasado 20 de abril. Pero como sucede en estos casos: murió pero sigue
vivo.