sábado, abril 26, 2014

Hechos estridentes




















No sé si avanza o no un proyecto editorial en el que me pidieron escribir un prólogo sobre Xavier Icaza, escritor duranguense que participó en el movimiento estridentista con la novela Panchito Chapopote (Editorial Cvltvra, México, 1928). Al trabajar sobre este libro ubicado en la estética vanguardista, me chuté algunos ensayos importantes de, entre otros, John S. Brushwood y Edith Negrín. Sobre el estridentismo ya tenía la referencia de lo que escribió el crítico argentino Luis Mario Schneider en El Estridentismo o una literatura de la estrategia  y El Estridentismo, México 1921-1927, y por supuesto El movimiento estridentista de Germán List Arzubide, pero debo reconocer que en el viaje de escribir el prólogo me gustó particularmente Elevación y caída del estridentismo (Ediciones sin Nombre, La Centena, México, 2002), de Evodio Escalante.
Lo disfruté sobre todo porque, como era obligado en un ensayo de esta naturaleza, examina aquel movimiento de vanguardia mexicano mediante la descripción de sus defectos y de sus virtudes. Para los primeros, Escalante apela a las opiniones de, entre otros, Torres Bodet, Villaurrutia, Alatorre, Monsiváis, Blanco y Quirarte; y para los segundos recurre a los estudios del mismo Brushwood, Katharina Niemayer y en parte a los de Schneider. Escalante no oculta su simpatía (que comparto) con los estridentistas, aunque también señala sus contradicciones y el propósito no tan involuntario de no dejar herederos, una “escuela”, como sí lo hizo el grupo de los contemporáneos, sus rivales.
Contra lo que se les pudo y pueda achacar, a mi parecer fueron lo más cercano que tuvo México a un grupo de vanguardia. En aquel momento (digamos de 1910 a 1940), en Europa y en América Latina soplaban para el arte, lo sabemos, vientos de impetuoso cambio. Las estrategias de la ruptura, de la modernolatría, del humor, del dislocamiento, de la mixtura genérica y de la fragmentariedad cundían en Occidente, y si en Lima, Santiago, Buenos Aires, Río de Janeiro, Montevideo tenían resonancia, México vio nacer ese alebrestamiento con los estridentistas.
Creo no equivocarme cuando pienso que hay dos rebeldías, dicho esto con un esquematismo motivado por la concisión a la que se ve obligado todo texto periodístico: una rebeldía parasitaria, de cáscara, casi actoral, infértil; otra, aquella que se pone a chambear y da frutos que pueden sostenerse en el tiempo pese a la incomprensión coyuntural. Esa segunda rebeldía es la que, calculo, corresponde atribuir a los estridentistas. Las luchas encarnizadas motivaron el desdén del grupo que al final se impuso, el de los contemporáneos, que “ganó” y casi provocó el borramiento de los jóvenes encabezados por Manuel Maples Arce, aunque al final pasó lo que debía pasar: los frutos sobrevivieron y así sea a cuentagotas motivaron reflexiones, relecturas, acercamientos y en no pocas ocasiones aplausos a la proeza de aquellos vanguardistas.
Escalante, por suerte, da la lista de los libros que dejaron: “… de Maples Arce, Andamios interiores (1922), Urbe (1924) y Poemas interdictos (1927); así como La señorita etcétera (1922) y El Café de Nadie (1925) de Arqueles Vela, sin olvidar Avión (1923) y Radio (1924) de Luis Quintanilla, ni algunos de los libros de Germán List Arzubide como Esquina (1923) y El viajero en el vértice (1926), así como su deliciosa crónica fantástica El movimiento estridentista (1926)”, a los que agrega, con Brushwood, Panchito Chapopote, de Xavier Icaza.
Están por cumplir un siglo. Es una tanda de libros que innegablemente siguen ofreciendo algo, al menos el gesto de rebeldía y renovación, lograda o fallida, que se materializó en hechos concretos: once libros estridentes en seis años.