Cuando
en enero de 2013 leí Filosofía para
inconformes (Debolsillo, México, 2010), uno de los muchos libros de Óscar
de la Borbolla (México, 1949, y no 1982, como dice la errata de la ficha
biográfica que contiene el libro) que he tenido el gusto de visitar, no
imaginaba que más de un año después podía retomarlo para quedar alelado frente
a los muchos subrayados que hice a su sentencioso contenido. En este sentido,
es un libro que casi se reseña solo, citándolo a pedacitos. Contiene 19
ensayos, todos dinamitadores de estereotipos y prejuicios con la prosa
lacerante de un filósofo que ha llevado su agudo escepticismo hasta los guetos
más peligrosos del pensamiento. Veamos.
En
“Contra la humanidad”: “La lectura de la historia universal muestra que pensar
y matar son la misma cosa, y no hay pueblo ni época en la que la razón resulte
inofensiva”; “la historia es una cantina de pendencieros en la que cualquier
cosa es motivo para desencadenar la violencia”; “El único tapanco al que se
aspira, el único promontorio que se reconoce es el del dinero y el poder”;
“¿Qué revolución metafísica haría falta para cambiar al hombre, a ese ser
repugnante que desde que comenzó la historia no ha hecho más que convertir este
magnífico planeta en una pocilga y nunca, jamás ha conseguido hacer de él una
morada decente?”.
De
“Monólogo de la muerte”: “la muerte es, óiganlo de mi boca [habla la muerte],
la única medida, la única fuente, la esencia oculta del poder: no hay más poder
que el poder matar”; “lo único que verdaderamente no muere es la muerte”.
De
“Meditación de la locura”: “De la esquizofrenia infantil pasamos a la paranoia
adolescente y, cuando maduramos, la locura se convierte en imbecilidad: es la
locura de la conciliación, del acomodo, la locura de la normalidad”.
De
“Rebelión contra lo indescifrable”: “Entender el destino es algo que siempre
ocurre a posteriori, cuando el
momento fatídico se encuentra en el pasado, cuando ya no hay nada que hacer”.
De
“Metafísica del dolor”: “El ser humano a causa del dolor es lumpen ontológico,
animal predispuesto a obedecer y a lanzarse contra lo que le ordenen, pues
aunque la conciencia ciertamente permite que nos distanciemos del dolor al
conceptuarlo, no por ello conseguimos sobreponernos al vergonzoso instinto de
sumisión que nos hace lamer la mano que nos hiere”.
De
“Libertad de desilusión”: “¿por qué, como dijo Ambrose Bierce, las tres cuartas
partes del mundo son agua y nosotros carecemos de branquias?”.
Y
así sucesivamente. Lo que me impresiona de De la Borbolla es, entre otras
pericias, su capacidad para colocar sobre la mesa temas innegablemente densos,
importantes desde el punto de vista filosófico, pero expuestos sin la pose
habitual y cejijunta del pensador. Tras leerlo uno siente que el recorrido por
los pasadizos de esta reflexión nos ha permitido ver estancias desoladas, una
realidad destruida casi de pe a pa por el ser humano, un sujeto digno de
lástima y de risa, la risa en sordina que le dispensa De la Borbolla en todo
este paseo inconforme, ácido, triste y burlón al mismo tiempo.