Gerardo:
Vi tu comentario, la “carta abierta” o
“artículo” que no hubieras querido escribir ahora que te has autoerigido Procurador para la Defensa del Chismorreo. Tiene muchas observaciones atendibles
sobre el actual manejo de las redes sociales y sobre los recovecos de la vida
noticiosa y cultural. Podría apreciar parte del mensaje que en la carta
anotas al pie de página web (“Eres un escritor y
un ser humano que respeto y admiro. Te considero el mejor Director de Cultura
que hemos tenido en esta ciudad”), pero no soy yo quien debe opinar sobre mi
“gerencia”, como jamás lo he hecho. En estos casos sólo agradezco sobriamente, a veces sin enunciar una sola palabra.
Paso a responderte.
De lo especioso
En tu alegato noto flecos
especiosos y varias suposiciones infundadas, incluso algunas plenamente
instaladas en la ruindad (no todas las atenderé, pues, como verás, hay algo que
me detiene en el primer párrafo de tu texto). Por ejemplo, entre los
especiosos, que debe interesarnos igual la vida de las islas Fidji que la de La
Laguna. En primer semestre de periodismo enseñan que el interés noticioso
depende sobre todo de la cercanía, así que yo no manejaría en los mismos
términos un link sobre Oceanía que
otro sobre Torreón.
Otro especioso o al menos
parcialmente equívoco: que me opongo a las actividades de “relumbrón”. Sí,
claro, me opuse a eso y me seguiré oponiendo, siempre y cuando tal sea el eje
de la política cultural de un municipio. Es decir, si una administración
pública trae un cantante o un conferencista foráneos y de alta cotización cada
dos días, claro que me parece y me seguirá pareciendo (a mí) incorrecto, pues
eso demanda recursos que pueden aplicarse en actividades de amplio espectro
social, por llamarlas de algún modo. Pero la dinámica de una administración
pública se ciñe a ciertos tiempos, y aquí no te digo nada nuevo. Yo llegué a la
DMC para trabajar la mitad de un periodo, los dos últimos años, los más
difíciles en términos presupuestales. No promoví la visita, por ello, de un
solo conferencista o cantante o grupo de fuera, pues apenas había recursos para
lo local, y esto con serias limitaciones. Lo anterior no significa que en otra
coyuntura más propicia me niegue a la presencia de artistas o intelectuales
foráneos. Lo único que haría es evitar personalidades muy onerosas o
actividades demasiado frecuentes con invitados de esta índole.
Otro comentario especioso:
que supongo “elitismo” en Maldonado y en ti. Sin palabras, nunca dije eso, pues
no lo pienso.
En suma,
puedo afirmar que el manejo de tus argumentos raya en lo cómico, tanto que
despide un cierto tufo chimoltrufio: como digo una cosa, digo la otra. Dices “Que
Renata Chapa y Jaime Muñoz son esposos y se están divorciando no se revela aquí
por primera vez; el dato aparece en más de un periódico y más de un sitio en
internet”. Y sin decir agua va, concluyes: “A mi parecer, debiste mencionar en
el blog tu parentesco conyugal con Chapa, pues forma parte inesquivable del
contexto de la discusión. Debiste informar, asimismo, que ocupabas la dirección
cultural de Torreón mientras tu esposa ocupaba la de Gómez Palacio, y que ahora
ella te sucede en la administración torreonense”. Bien, dado que cuando
polemizo debo confesar incluso lo que ya está en “más de un periódico y más
de un sitio en internet”, comenzaré diciendo que mi nombre es Jaime Muñoz
Vargas, que nací en mayo de 1964 en Gómez Palacio, Durango, que me dedico…
De lo ruin
Una suposición ruin tiene que
ver con mi llamada al director de una revista para quejarme de ciertas publicaciones
y demás. Que yo recuerde, ni ahora ni nunca he llamado a ningún director de algún
medio de comunicación para quejarme de nada. Repito: ni ahora ni nunca he
llamado a ningún director de algún medio de comunicación para quejarme de nada.
Jamás. En ningún medio de comunicación del mundo hay una carta, ni un tibio
mail, para pedir siquiera “derecho de réplica”, pues para eso tengo mis
espacios favoritos y no favoritos, y también para eso aprendí a escribir.
¿Crees que ahora le voy a llamar a Pepe Lupe para darle lecciones de moral y
periodismo independiente o para pedirle que te margine de su staff? ¿Crees que me interesa que le
hagan de agua la publicidad allí donde la pepena? No soy quién para aleccionar
a nadie sobre lo que puede publicar o no. Además, ¿alguien me haría caso si
disemino querellas en los medios contra los cuáles siento desacuerdos? Lo que
si hago, y lo hago con frecuencia, es opinar en mis modestos espacios sobre la
recepción de los mensajes. Por eso reseño libros o comento los temas que se le
atraviesan a mi mente y siento de interés y se ubican cerca de mis gustos y competencias.
Más que indicar utópicamente a Televisa, a TV Azteca, a Excélsior, a Milenio, a El Siglo de Torreón, a Noticias, a Grem, a Radio Torreón, a Kiosco, al Washington Post, a La Voz de
Viesca y a quien sea lo que deben difundir, procuro opinar, insisto, sobre
algunos mensajes y sobre cómo creo (creo, ojo) que son y cómo creo que deben
ser recibidos. ¿Eso es poco? Tal vez sí, y es lógico que me encantaría tener
tiempo y capacidad para escribir teorizaciones sartorianas y contar con
altavoces más grandes para que mis palabras no fueran compartidas por un
público tan escaso, pero es lo que he podido hacer y he hecho siempre con la
mayor honestidad, pulcritud y desinterés posibles. Por tanto, la conclusión a
la que llegas (que me he convertido “en un represor de
la libertad de expresión”) es, creo, risible si la basas en el invento de que
hablé con el director de una revista para quejarme, más si tomamos en cuenta
que tengo al menos cinco meses o poco más sin conversar, que yo recuerde, con
el director de algún medio (con la última que conversé fue con Marcela Moreno,
el lunes 10 de noviembre de 2013, para programar mi vuelta a las páginas de Milenio Laguna, cita que tengo
documentada en mi correo electrónico). Pero no sé. Quizá en las madrugadas salgo
a dialogar, sonámbulo, inconsciente, con directores de medios, y si es el caso,
ofrezco una disculpa. Así entonces, quienes te publicaron y te publiquen esta
“carta abierta” (y cualquier otro texto) jamás recibirán ni una sílaba de mi
parte. Debes estar tranquilo. Este furioso “represor” te lee atento y te responde
sin necesidad de cerrar las puertas a nadie ni aleccionar medios de
comunicación chicos o grandes.
La
visita fantasma
Puntualización aparte merece la mención que
haces sobre una visita mía, reciente, a El
Siglo. Tienes razón: lo visité por última vez el 23 de febrero de 2012 a
las 8:30 pm (cita que tengo documentada en mi correo electrónico), cuando me
invitaron a una cena luego de haber sido jurado de un concurso de cuento
organizado por el propio diario. ¿Eso es reciente? No puedo, por tanto, más que
quedar pasmado ante los fantasmales y muy frescos apersonamientos que de manera
inmunda, desaseadísima, me atribuyes. Esto precisamente, el dime y el direte
sin pruebas, peregrino, artero, es lo que trato de evitar, pues si tú dices que
yo hice eso ahora, en idéntica respuesta puedo inventar cualquier vómito
infundado y atribuírtelo (“¿por qué oculta Monroy, como supe por ahí, que fulanito
le está pagando con droga por atacarme?”), lo que obviamente no haré. ¿Crees
que no tengo capacidad para fabularte unas veinte o treinta o cuarenta andanzas
y sólo anteponerles el “supe por allí”, el “me enteré”, el “dicen las malas
lenguas” o el “me lo dijo un pajarito” y luego pasarlas de fayuca como
verdades? Los “me dijeron”, “me enteré”, “supe por allí” y sus equivalentes no
sirven de nada en un debate serio, pues abren un portón del tamaño del Arco del
Triunfo a cualquier choro, por descabellado y asqueroso que parezca. Así qué chido:
digo que me enteré “por allí” o “sé de buena fuente” que alguien hizo tal o
cual mierda y luego le disparo acusaciones de “mafioso” y “represor”. Vaya preciosidad
de método. Te plantearía que, si no es mucha molestia, des el nombre del
funcionario de El Siglo con el que “platiqué”,
y de paso el día y la hora, con pruebas. Sospecho muy de antemano que te
quedarás chiflando en la llanura, pues nadie aceptará autoenjaretarse la
patraña que concebiste en tu agusanado laboratorio de infundios. También, ya entrados
en gastos, quisiera el nombre del director de la revista al que “le llamé” para
inaugurarme como “represor” y, si se puede, una evidencia documental de la
llamada registrada en su teléfono o algo así. Pídele que te ayude, que te
busque una copia o foto de eso, es sencillo, pues ahora todo deja un registro.
Solicito pruebas mínimas de lo que me acusáis sin razón porque si no estaremos
ante otro caso flagrante de chirinolería parasitaria y quitatiempo con careta
de lucha social desde La Pureza Ideológica. Si tales pruebas existen, no te
será difícil conseguirlas, pues Torreón no está en las islas Fidji.
Ahora bien, ¿por qué te pido esto que no
podrás conseguir ni documentar por la sencilla razón de que no existe? Para
evitar que en tus próximas deyecciones (que eso son aunque las impregnes con
loción seudoacadémica de notas al pie de página) me conviertas en Miguel Nazar
Haro y afirmes, sin despeinarte siquiera, tan cínico como ahora, la trasquilada especie de que mando
asesinar poetas.
En
fin, “algo” tengo que decir
Y ya, punto, porque curiosamente el párrafo
clave de tu larga exposición es el primero. No estoy tan seguro de que hayas
descubierto “casi por accidente” el abarrote de comentarios míos y demás, pero
no importa. Lo que importa es lo que me pides en ese primer párrafo. Cito su cierre:
“El tema sobre el cual gira el debate que suscitó tu comentario es la
administración cultural pública de Gómez Palacio y Torreón; pero tú desvías de
esto tu atención, y la de tu lector. No tocas el tema: lo rodeas. Inspeccionas
minuciosamente las orillas, pero no entras al mar. Te propongo que
desarrollemos públicamente el tema que hasta ahora has evadido. Como
intelectual y como ex-funcionario, seguramente algo tienes que decir. Todas las
rutas convergen sobre este norte: no nos quedemos a medio camino”.
Bien. Vamos a
suponer que como “intelectual” sólo inspeccioné minuciosamente las orillas sin
haber entrado al mar, ese mar que es la pasada administración cultural pública
de Gómez Palacio y la presente de Torreón. Para no volver a caminar por “las orillas”
(mi relación personal con Renata, el uso de las redes sociales, el manejo del
rumor en los medios, mi calidad de flamante “represor” y “mafioso”, mis
ficticios encuentros en lo oscurito con directores, tus fábulas facilistas y todo
lo demás), opino breve, directa y contundentemente sobre las administraciones culturales
municipales de Gómez Palacio (anterior) y Torreón (actual). Sobre la anterior
de Gómez opino —y sólo porque me lo pides, pues no soy la persona indicada para
hablar sobre esto dado todo lo que mencionas en tu "carta abierta" o "artículo"— que es una de
las mejores administraciones culturales que ha tenido Gómez Palacio en su
historia. Y conste que no digo esto en desdoro de los valiosos esfuerzos pasados,
sino en reconocimiento a una capacidad creativa y organizativa que dio buenos
frutos pese a las siempre adversas circunstancias presupuestales, a la
hostilidad circundante, al acoso mediático y, sobre todo, a la atroz inseguridad
que vivió mi ciudad natal durante el periodo 2010-2013. Esa inseguridad, por
cierto, golpeó a la directora y a su familia, pero hasta este momento lo
comento (sólo porque me pides que diga “algo”, que dé una opinión) pues ¿a
quién pueden importarle las circunstancias reales de trabajo de cualquier
funcionaria y su familia en un entorno plagado de vicisitudes que ponen en
riesgo hasta su vida?
Ahora bien,
sigue Torreón. Un mes de trabajo, o menos, me parece nada para comenzar con los
loores o el acribillamiento de nadie. Esto no significa que tal trabajo, por
incipiente que sea, no pueda y deba ser sometido a escrutinio, pero celebrar
los logros o lapidar a un director luego de un mes de labores, cuando todavía
ni siquiera ha definido su equipo de trabajo y está en medio de la borrasca que
genera todo periodo de transición, me parece, por decir lo menos, pueril.
Como
ciudadano que paga meticulosamente sus impuestos tienes derecho a pedir y recibir
cuentas sobre el trabajo de todos los funcionarios. Y las recibirás, claro, no
porque tú personalmente las exijas, sino porque las dependencias públicas son obligadas,
por ley, a rendir cuentas a la ciudadanía. Para eso están los informes anuales,
para eso están las contralorías, para eso están las instancias de
transparencia. Si te parece poco y quieres que quede estatuido un “Informe a
Gerardo Monroy sobre las actividades de enero a marzo de 2014 del IMCE Torreón”,
manda una iniciativa de ley para que el congreso o el cabildo la autoricen.
The end
Tuve la
suerte (ahora no sé si la desgracia) de ocupar la dirección de Cultura —una de
las carteras más complicadas desde hace años en la administración municipal de
las ciudades laguneras— durante 23 dificilísimos meses. Gracias a eso sé algo
que tú no sabes: que las voluntariosas fórmulas que llegan de fuera son
generalmente nobles, viabilísimas y fáciles de realizar en la teoría, pero su
ejecución y término ven de frente desafíos, inercias, limitaciones y golpes
desaseadísimos nada sencillos de sortear. Quizá esa es la razón por la que
siempre he tratado de trabajar en paz, colaborativamente, allí donde esto me ha
sido posible antes y después de ser director. En algunos lugares se ha podido;
en otros, no, pero por actitud no ha quedado.
A saltitos,
sin mucho tiempo disponible, he ido armando y puliendo un ensayo más o menos
largo sobre el trabajo cultural en un municipio como el nuestro. Son, como
quien dice, las notas de trabajo que pude tomar mientras colaboré en la DMC. Si
algún día lo termino, creo que tendrá un mero carácter descriptivo, aunque
deseo insinuar algunas tímidas propuestas. ¿Por qué tímidas y no contundentes,
implacables, como se estila entre los formuladores de panaceas? Por lo que ya
te dije: la realidad, complejísima en este caso, también juega, es movediza y
matrera, y aunque uno traiga varitas mágicas resulta que todo abracadabra se
estrella contra los hechos y las limitaciones que llamamos “estructurales”
(también aquí las hay, y de todo tipo). En el escritorio puedes crear
Florencia; lo complicado es ver en el día a día quién carga las mamparas, si te
dan gasolina para llevar los caballetes a la colonia de la periferia o quién se
queda hasta el final de la presentación sin amagar mañana con una hecatombe en
la oficina.
En fin,
Gerardo. He opinado sobre tu carta un tanto a vuelatecla, pues no tengo las
ventajas que da el ocio y yo sí estoy, como dicen los argentinos, “tapado” de
chamba, lo que incluye mi papel de padre de tres hijas que no dispone ni de los
sábados para aceptar unas caguamas Indio gracias a la amable invitación de Paco
Zamora y otros contertulios. Espero que, más allá de las discrepancias grandes
y pequeñas, todo salga bien. Supongo que tu decepción es irreversible. Si es
así, lo lamento de veras. Si no es así, también lo lamento, pues difamas con grotescos
y desaseadísimos infundios las involuntarias cátedras de honestidad que, mañosamente
agradecido, dices que te brindé.
Hasta nunca.