sábado, abril 05, 2014

Laboratorio de análisis cínicos















Gerardo:

Vi tu comentario, la “carta abierta” o “artículo” que no hubieras querido escribir ahora que te has autoerigido Procurador para la Defensa del Chismorreo. Tiene muchas observaciones atendibles sobre el actual manejo de las redes sociales y sobre los recovecos de la vida noticiosa y cultural. Podría apreciar parte del mensaje que en la carta anotas al pie de página web (“Eres un escritor y un ser humano que respeto y admiro. Te considero el mejor Director de Cultura que hemos tenido en esta ciudad”), pero no soy yo quien debe opinar sobre mi “gerencia”, como jamás lo he hecho. En estos casos sólo agradezco sobriamente, a veces sin enunciar una sola palabra.
Paso a responderte.

De lo especioso
En tu alegato noto flecos especiosos y varias suposiciones infundadas, incluso algunas plenamente instaladas en la ruindad (no todas las atenderé, pues, como verás, hay algo que me detiene en el primer párrafo de tu texto). Por ejemplo, entre los especiosos, que debe interesarnos igual la vida de las islas Fidji que la de La Laguna. En primer semestre de periodismo enseñan que el interés noticioso depende sobre todo de la cercanía, así que yo no manejaría en los mismos términos un link sobre Oceanía que otro sobre Torreón.
Otro especioso o al menos parcialmente equívoco: que me opongo a las actividades de “relumbrón”. Sí, claro, me opuse a eso y me seguiré oponiendo, siempre y cuando tal sea el eje de la política cultural de un municipio. Es decir, si una administración pública trae un cantante o un conferencista foráneos y de alta cotización cada dos días, claro que me parece y me seguirá pareciendo (a mí) incorrecto, pues eso demanda recursos que pueden aplicarse en actividades de amplio espectro social, por llamarlas de algún modo. Pero la dinámica de una administración pública se ciñe a ciertos tiempos, y aquí no te digo nada nuevo. Yo llegué a la DMC para trabajar la mitad de un periodo, los dos últimos años, los más difíciles en términos presupuestales. No promoví la visita, por ello, de un solo conferencista o cantante o grupo de fuera, pues apenas había recursos para lo local, y esto con serias limitaciones. Lo anterior no significa que en otra coyuntura más propicia me niegue a la presencia de artistas o intelectuales foráneos. Lo único que haría es evitar personalidades muy onerosas o actividades demasiado frecuentes con invitados de esta índole.
Otro comentario especioso: que supongo “elitismo” en Maldonado y en ti. Sin palabras, nunca dije eso, pues no lo pienso.
En suma, puedo afirmar que el manejo de tus argumentos raya en lo cómico, tanto que despide un cierto tufo chimoltrufio: como digo una cosa, digo la otra. Dices “Que Renata Chapa y Jaime Muñoz son esposos y se están divorciando no se revela aquí por primera vez; el dato aparece en más de un periódico y más de un sitio en internet”. Y sin decir agua va, concluyes: “A mi parecer, debiste mencionar en el blog tu parentesco conyugal con Chapa, pues forma parte inesquivable del contexto de la discusión. Debiste informar, asimismo, que ocupabas la dirección cultural de Torreón mientras tu esposa ocupaba la de Gómez Palacio, y que ahora ella te sucede en la administración torreonense”. Bien, dado que cuando polemizo debo confesar incluso lo que ya está en “más de un periódico y más de un sitio en internet”, comenzaré diciendo que mi nombre es Jaime Muñoz Vargas, que nací en mayo de 1964 en Gómez Palacio, Durango, que me dedico…
De lo ruin
Una suposición ruin tiene que ver con mi llamada al director de una revista para quejarme de ciertas publicaciones y demás. Que yo recuerde, ni ahora ni nunca he llamado a ningún director de algún medio de comunicación para quejarme de nada. Repito: ni ahora ni nunca he llamado a ningún director de algún medio de comunicación para quejarme de nada. Jamás. En ningún medio de comunicación del mundo hay una carta, ni un tibio mail, para pedir siquiera “derecho de réplica”, pues para eso tengo mis espacios favoritos y no favoritos, y también para eso aprendí a escribir. ¿Crees que ahora le voy a llamar a Pepe Lupe para darle lecciones de moral y periodismo independiente o para pedirle que te margine de su staff? ¿Crees que me interesa que le hagan de agua la publicidad allí donde la pepena? No soy quién para aleccionar a nadie sobre lo que puede publicar o no. Además, ¿alguien me haría caso si disemino querellas en los medios contra los cuáles siento desacuerdos? Lo que si hago, y lo hago con frecuencia, es opinar en mis modestos espacios sobre la recepción de los mensajes. Por eso reseño libros o comento los temas que se le atraviesan a mi mente y siento de interés y se ubican cerca de mis gustos y competencias. Más que indicar utópicamente a Televisa, a TV Azteca, a Excélsior, a Milenio, a El Siglo de Torreón, a Noticias, a Grem, a Radio Torreón, a Kiosco, al Washington Post, a La Voz de Viesca y a quien sea lo que deben difundir, procuro opinar, insisto, sobre algunos mensajes y sobre cómo creo (creo, ojo) que son y cómo creo que deben ser recibidos. ¿Eso es poco? Tal vez sí, y es lógico que me encantaría tener tiempo y capacidad para escribir teorizaciones sartorianas y contar con altavoces más grandes para que mis palabras no fueran compartidas por un público tan escaso, pero es lo que he podido hacer y he hecho siempre con la mayor honestidad, pulcritud y desinterés posibles. Por tanto, la conclusión a la que llegas (que me he convertido “en un represor de la libertad de expresión”) es, creo, risible si la basas en el invento de que hablé con el director de una revista para quejarme, más si tomamos en cuenta que tengo al menos cinco meses o poco más sin conversar, que yo recuerde, con el director de algún medio (con la última que conversé fue con Marcela Moreno, el lunes 10 de noviembre de 2013, para programar mi vuelta a las páginas de Milenio Laguna, cita que tengo documentada en mi correo electrónico). Pero no sé. Quizá en las madrugadas salgo a dialogar, sonámbulo, inconsciente, con directores de medios, y si es el caso, ofrezco una disculpa. Así entonces, quienes te publicaron y te publiquen esta “carta abierta” (y cualquier otro texto) jamás recibirán ni una sílaba de mi parte. Debes estar tranquilo. Este furioso “represor” te lee atento y te responde sin necesidad de cerrar las puertas a nadie ni aleccionar medios de comunicación chicos o grandes.

La visita fantasma
Puntualización aparte merece la mención que haces sobre una visita mía, reciente, a El Siglo. Tienes razón: lo visité por última vez el 23 de febrero de 2012 a las 8:30 pm (cita que tengo documentada en mi correo electrónico), cuando me invitaron a una cena luego de haber sido jurado de un concurso de cuento organizado por el propio diario. ¿Eso es reciente? No puedo, por tanto, más que quedar pasmado ante los fantasmales y muy frescos apersonamientos que de manera inmunda, desaseadísima, me atribuyes. Esto precisamente, el dime y el direte sin pruebas, peregrino, artero, es lo que trato de evitar, pues si tú dices que yo hice eso ahora, en idéntica respuesta puedo inventar cualquier vómito infundado y atribuírtelo (“¿por qué oculta Monroy, como supe por ahí, que fulanito le está pagando con droga por atacarme?”), lo que obviamente no haré. ¿Crees que no tengo capacidad para fabularte unas veinte o treinta o cuarenta andanzas y sólo anteponerles el “supe por allí”, el “me enteré”, el “dicen las malas lenguas” o el “me lo dijo un pajarito” y luego pasarlas de fayuca como verdades? Los “me dijeron”, “me enteré”, “supe por allí” y sus equivalentes no sirven de nada en un debate serio, pues abren un portón del tamaño del Arco del Triunfo a cualquier choro, por descabellado y asqueroso que parezca. Así qué chido: digo que me enteré “por allí” o “sé de buena fuente” que alguien hizo tal o cual mierda y luego le disparo acusaciones de “mafioso” y “represor”. Vaya preciosidad de método. Te plantearía que, si no es mucha molestia, des el nombre del funcionario de El Siglo con el que “platiqué”, y de paso el día y la hora, con pruebas. Sospecho muy de antemano que te quedarás chiflando en la llanura, pues nadie aceptará autoenjaretarse la patraña que concebiste en tu agusanado laboratorio de infundios. También, ya entrados en gastos, quisiera el nombre del director de la revista al que “le llamé” para inaugurarme como “represor” y, si se puede, una evidencia documental de la llamada registrada en su teléfono o algo así. Pídele que te ayude, que te busque una copia o foto de eso, es sencillo, pues ahora todo deja un registro. Solicito pruebas mínimas de lo que me acusáis sin razón porque si no estaremos ante otro caso flagrante de chirinolería parasitaria y quitatiempo con careta de lucha social desde La Pureza Ideológica. Si tales pruebas existen, no te será difícil conseguirlas, pues Torreón no está en las islas Fidji.
Ahora bien, ¿por qué te pido esto que no podrás conseguir ni documentar por la sencilla razón de que no existe? Para evitar que en tus próximas deyecciones (que eso son aunque las impregnes con loción seudoacadémica de notas al pie de página) me conviertas en Miguel Nazar Haro y afirmes, sin despeinarte siquiera, tan cínico como ahora, la trasquilada especie de que mando asesinar poetas.

En fin, “algo” tengo que decir
Y ya, punto, porque curiosamente el párrafo clave de tu larga exposición es el primero. No estoy tan seguro de que hayas descubierto “casi por accidente” el abarrote de comentarios míos y demás, pero no importa. Lo que importa es lo que me pides en ese primer párrafo. Cito su cierre: “El tema sobre el cual gira el debate que suscitó tu comentario es la administración cultural pública de Gómez Palacio y Torreón; pero tú desvías de esto tu atención, y la de tu lector. No tocas el tema: lo rodeas. Inspeccionas minuciosamente las orillas, pero no entras al mar. Te propongo que desarrollemos públicamente el tema que hasta ahora has evadido. Como intelectual y como ex-funcionario, seguramente algo tienes que decir. Todas las rutas convergen sobre este norte: no nos quedemos a medio camino”.
Bien. Vamos a suponer que como “intelectual” sólo inspeccioné minuciosamente las orillas sin haber entrado al mar, ese mar que es la pasada administración cultural pública de Gómez Palacio y la presente de Torreón. Para no volver a caminar por “las orillas” (mi relación personal con Renata, el uso de las redes sociales, el manejo del rumor en los medios, mi calidad de flamante “represor” y “mafioso”, mis ficticios encuentros en lo oscurito con directores, tus fábulas facilistas y todo lo demás), opino breve, directa y contundentemente sobre las administraciones culturales municipales de Gómez Palacio (anterior) y Torreón (actual). Sobre la anterior de Gómez opino —y sólo porque me lo pides, pues no soy la persona indicada para hablar sobre esto dado todo lo que mencionas en tu "carta abierta" o "artículo"— que es una de las mejores administraciones culturales que ha tenido Gómez Palacio en su historia. Y conste que no digo esto en desdoro de los valiosos esfuerzos pasados, sino en reconocimiento a una capacidad creativa y organizativa que dio buenos frutos pese a las siempre adversas circunstancias presupuestales, a la hostilidad circundante, al acoso mediático y, sobre todo, a la atroz inseguridad que vivió mi ciudad natal durante el periodo 2010-2013. Esa inseguridad, por cierto, golpeó a la directora y a su familia, pero hasta este momento lo comento (sólo porque me pides que diga “algo”, que dé una opinión) pues ¿a quién pueden importarle las circunstancias reales de trabajo de cualquier funcionaria y su familia en un entorno plagado de vicisitudes que ponen en riesgo hasta su vida?
Ahora bien, sigue Torreón. Un mes de trabajo, o menos, me parece nada para comenzar con los loores o el acribillamiento de nadie. Esto no significa que tal trabajo, por incipiente que sea, no pueda y deba ser sometido a escrutinio, pero celebrar los logros o lapidar a un director luego de un mes de labores, cuando todavía ni siquiera ha definido su equipo de trabajo y está en medio de la borrasca que genera todo periodo de transición, me parece, por decir lo menos, pueril.
Como ciudadano que paga meticulosamente sus impuestos tienes derecho a pedir y recibir cuentas sobre el trabajo de todos los funcionarios. Y las recibirás, claro, no porque tú personalmente las exijas, sino porque las dependencias públicas son obligadas, por ley, a rendir cuentas a la ciudadanía. Para eso están los informes anuales, para eso están las contralorías, para eso están las instancias de transparencia. Si te parece poco y quieres que quede estatuido un “Informe a Gerardo Monroy sobre las actividades de enero a marzo de 2014 del IMCE Torreón”, manda una iniciativa de ley para que el congreso o el cabildo la autoricen.

The end
Tuve la suerte (ahora no sé si la desgracia) de ocupar la dirección de Cultura —una de las carteras más complicadas desde hace años en la administración municipal de las ciudades laguneras— durante 23 dificilísimos meses. Gracias a eso sé algo que tú no sabes: que las voluntariosas fórmulas que llegan de fuera son generalmente nobles, viabilísimas y fáciles de realizar en la teoría, pero su ejecución y término ven de frente desafíos, inercias, limitaciones y golpes desaseadísimos nada sencillos de sortear. Quizá esa es la razón por la que siempre he tratado de trabajar en paz, colaborativamente, allí donde esto me ha sido posible antes y después de ser director. En algunos lugares se ha podido; en otros, no, pero por actitud no ha quedado.
A saltitos, sin mucho tiempo disponible, he ido armando y puliendo un ensayo más o menos largo sobre el trabajo cultural en un municipio como el nuestro. Son, como quien dice, las notas de trabajo que pude tomar mientras colaboré en la DMC. Si algún día lo termino, creo que tendrá un mero carácter descriptivo, aunque deseo insinuar algunas tímidas propuestas. ¿Por qué tímidas y no contundentes, implacables, como se estila entre los formuladores de panaceas? Por lo que ya te dije: la realidad, complejísima en este caso, también juega, es movediza y matrera, y aunque uno traiga varitas mágicas resulta que todo abracadabra se estrella contra los hechos y las limitaciones que llamamos “estructurales” (también aquí las hay, y de todo tipo). En el escritorio puedes crear Florencia; lo complicado es ver en el día a día quién carga las mamparas, si te dan gasolina para llevar los caballetes a la colonia de la periferia o quién se queda hasta el final de la presentación sin amagar mañana con una hecatombe en la oficina.
En fin, Gerardo. He opinado sobre tu carta un tanto a vuelatecla, pues no tengo las ventajas que da el ocio y yo sí estoy, como dicen los argentinos, “tapado” de chamba, lo que incluye mi papel de padre de tres hijas que no dispone ni de los sábados para aceptar unas caguamas Indio gracias a la amable invitación de Paco Zamora y otros contertulios. Espero que, más allá de las discrepancias grandes y pequeñas, todo salga bien. Supongo que tu decepción es irreversible. Si es así, lo lamento de veras. Si no es así, también lo lamento, pues difamas con grotescos y desaseadísimos infundios las involuntarias cátedras de honestidad que, mañosamente agradecido, dices que te brindé.
Hasta nunca.

Jaime