“Encuentran foto inédita de Rimbaud”, dice una cabeza de El Mundo, periódico español. La nota, firmada por Ramón Amón, anota: “La escasez de elementos iconográficos sobre Arthur Rimbaud (1854-1891) explica el revuelo y la expectación que suscitan el hallazgo de una imagen del poeta en edad adulta.
Corresponde a un viaje en Abisinia y fue captada en el pórtico del hotel de L’Universe en Aden cuando tenía 26 años. No ha sido fácil reconocer al autor de 'Las iluminaciones' detrás de su incipiente bigote, pero ha confirmado la identidad Jean-Jacques Lefère, biógrafo de Rimbaud y responsable de la pericia que ha dado lugar al acontecimiento.
Es el premio que se ha llevado la curiosidad o la intuición de dos anticuarios franceses. Les llegó a ambos un lote exótico de fotografías y de papeles, aunque fue la referencia del hotel Aden la que les puso sobre la pista de Rimbaud. La imagen se exhibirá en la exposición del Gran Palacio a partir de hoy”.
El hallazgo de esa imagen es inquietante porque añade un rostro más a un nombre conocido. El niño terrible de la literatura francesa que siempre eludió nuestra mirada con su cara angelical, desdeñosa y adusta, con su rubio pelo mal peinado y las pupilas como inexistentes de tan claras (“ojos borraos”, diríamos en el norte de México), ahora es también un adulto algo caballuno, seco, respetuosamente peinado y una sombra de bigote que acentúa su aire tristón. Parecen dos hombres distintos, uno el querubín algo malévolo y con aura de genio; otro el sujeto de mirada triste y más bien feo, poco interesante para rendirle culto.
Me asombra lo que puede provocar esa foto. En mí, tres breves reflexiones que podrían ser extendidas a casos similares:
1) Rimbaud murió en 1891. Sabemos que de él se conocen poquísimas imágenes; la técnica de la fotografía estaba en pañales y no hay razón para esperar que alguien en aquella época, quien fuera, tuviera un álbum del recuerdo. De las fotos de Rimbaud, la mejor es la que lo muestra con la carita seráfica que ya traté de describir, esa faz inmortal que combina la ternura y la malicia, en ese caso literaria. Las otras fotos no tienen ni la definición ni la pose, le restan personalidad, y eso ha provocado que todos digamos “Rimbaud” y pensemos siempre en el angelito de nariz perfecta. Durante décadas, la foto del personaje efébico se ha asentado en el imaginario mundial y está ya estrechamente vinculada con el apellido Rimbaud. ¿La foto recién descubierta podrá desplazar, o al menos empatar en celebridad, a la famosa ahora que será difundida en todo el mundo y moverá la curiosidad de quienes admiran al poeta? Lo que hizo el tiempo y miles de reproducciones en papel, tal vez ahora lo pueda batir la red en unas cuantas horas. No sabemos.
2) Durante las décadas que he mencionado (más de un siglo en realidad), los lectores tendieron/tendimos a asociar la obra genial (Una temporada en el infierno, Las iluminaciones, etcétera) al niño bonito de la foto. Era grato rendir culto al mocoso precoz que fue capaz, antes de los veinte años, de armar una poesía plena de sugerencias. El rostro ahora cercano, algo equino como ya dije, del Rimbaud recién descubierto le estorba al mito perfecto, y realmente no sé si vaya a ser aceptado por quienes creen más interesante al ángel genial que al genio entrado en años y no apuesto.
3) Han caído en mis manos muchos libros, sobre todo de edición algo rupestre, en los que el autor o la autora eligen para solapa o contratapa una foto que los favorezca, sobre todo de cuando eran jóvenes. Pocos aceptan su imagen ya de viejos, lo que hace algo trágico el encuentro del libro y del autor en vivo, como el caso de aquella poeta de más de sesenta años que para la solapa usó una foto de cuando tenía veinte. Es entendible; quizá hasta Rimbaud, si hubiera conocido la foto de cuando tenía 26 años, hubiera preferido para su posteridad el retrato donde parece angelito del Renacimiento.
Corresponde a un viaje en Abisinia y fue captada en el pórtico del hotel de L’Universe en Aden cuando tenía 26 años. No ha sido fácil reconocer al autor de 'Las iluminaciones' detrás de su incipiente bigote, pero ha confirmado la identidad Jean-Jacques Lefère, biógrafo de Rimbaud y responsable de la pericia que ha dado lugar al acontecimiento.
Es el premio que se ha llevado la curiosidad o la intuición de dos anticuarios franceses. Les llegó a ambos un lote exótico de fotografías y de papeles, aunque fue la referencia del hotel Aden la que les puso sobre la pista de Rimbaud. La imagen se exhibirá en la exposición del Gran Palacio a partir de hoy”.
El hallazgo de esa imagen es inquietante porque añade un rostro más a un nombre conocido. El niño terrible de la literatura francesa que siempre eludió nuestra mirada con su cara angelical, desdeñosa y adusta, con su rubio pelo mal peinado y las pupilas como inexistentes de tan claras (“ojos borraos”, diríamos en el norte de México), ahora es también un adulto algo caballuno, seco, respetuosamente peinado y una sombra de bigote que acentúa su aire tristón. Parecen dos hombres distintos, uno el querubín algo malévolo y con aura de genio; otro el sujeto de mirada triste y más bien feo, poco interesante para rendirle culto.
Me asombra lo que puede provocar esa foto. En mí, tres breves reflexiones que podrían ser extendidas a casos similares:
1) Rimbaud murió en 1891. Sabemos que de él se conocen poquísimas imágenes; la técnica de la fotografía estaba en pañales y no hay razón para esperar que alguien en aquella época, quien fuera, tuviera un álbum del recuerdo. De las fotos de Rimbaud, la mejor es la que lo muestra con la carita seráfica que ya traté de describir, esa faz inmortal que combina la ternura y la malicia, en ese caso literaria. Las otras fotos no tienen ni la definición ni la pose, le restan personalidad, y eso ha provocado que todos digamos “Rimbaud” y pensemos siempre en el angelito de nariz perfecta. Durante décadas, la foto del personaje efébico se ha asentado en el imaginario mundial y está ya estrechamente vinculada con el apellido Rimbaud. ¿La foto recién descubierta podrá desplazar, o al menos empatar en celebridad, a la famosa ahora que será difundida en todo el mundo y moverá la curiosidad de quienes admiran al poeta? Lo que hizo el tiempo y miles de reproducciones en papel, tal vez ahora lo pueda batir la red en unas cuantas horas. No sabemos.
2) Durante las décadas que he mencionado (más de un siglo en realidad), los lectores tendieron/tendimos a asociar la obra genial (Una temporada en el infierno, Las iluminaciones, etcétera) al niño bonito de la foto. Era grato rendir culto al mocoso precoz que fue capaz, antes de los veinte años, de armar una poesía plena de sugerencias. El rostro ahora cercano, algo equino como ya dije, del Rimbaud recién descubierto le estorba al mito perfecto, y realmente no sé si vaya a ser aceptado por quienes creen más interesante al ángel genial que al genio entrado en años y no apuesto.
3) Han caído en mis manos muchos libros, sobre todo de edición algo rupestre, en los que el autor o la autora eligen para solapa o contratapa una foto que los favorezca, sobre todo de cuando eran jóvenes. Pocos aceptan su imagen ya de viejos, lo que hace algo trágico el encuentro del libro y del autor en vivo, como el caso de aquella poeta de más de sesenta años que para la solapa usó una foto de cuando tenía veinte. Es entendible; quizá hasta Rimbaud, si hubiera conocido la foto de cuando tenía 26 años, hubiera preferido para su posteridad el retrato donde parece angelito del Renacimiento.