Siempre me ha gustado el lenguaje de los viejos, principalmente el de las señoras que algo guardan de experiencia rural, como mi madre. Una de las palabras que le he oído y me encanta es “célebre” (“fulano es célebre”). La celebridad, en este caso, no es sinónimo de popularidad o fama, sino de buen humor, simpatía, gracia, capacidad para tener “ocurrencias”. Entendido así, Borges, además de ser Borges, fue un cieguito “célebre”, un viejo con un humor endiablado. Tanto lo fue que tengo la impresión de que muchos periodistas nomás lo buscaban para eso, para ver qué tantas “ocurrencias” le sacaban, y Borges, a quien le encantaban el escarnio y el autoescarnio, los complacía. Las que vienen son algunas ocurrencias de Borges; me llegaron en una cadena de mail enviada por el señor Iván Berrón; son pinchazos maestros:
Durante la dictadura militar alguien le comenta a Borges que el general Galtieri, presidente de la República en ese momento, ha confesado que una de sus mayores ambiciones es seguir el camino de Perón y parecerse a él.
—¡Caramba! —interrumpe Borges—, es imposible imaginarse una aspiración más modesta.
Borges firma ejemplares en una librería del Centro. Un joven se acerca con Ficciones y le dice:
—Maestro, usted es inmortal.
Borges le contesta:
—Vamos, hombre. No hay por qué ser tan pesimista.
En una entrevista, en Roma, un periodista trataba de poner en aprietos a Jorge Luis Borges.
Como no lo lograba, finalmente probó con algo que le pareció más provocativo:
—¿En su país todavía hay caníbales?
—Ya no —contestó aquél—, nos los comimos a todos.
En una reunión sobre la situación de la literatura argentina, Córdoba Iturburu, que la presidía, inquirió a los gritos:
—¿Y qué vamos a hacer por nuestros jóvenes poetas?
Desde el fondo llegó otro grito, éste de Borges:
—¡Disuadirlos!
En Maipú y Tucumán, un grupo de adictos a Isabel Perón descubre a Borges y lo sigue unos metros, insultándolo.
Al ingresar en su casa, un periodista le pregunta cómo se siente.
—Medio desorientado —manifiesta.
Se me acercó una mujer vociferando: “¡Inculto! ¡Ignorante!”
Un joven poeta se acerca a Borges en la calle. Deja en manos del escritor su primer libro.
Borges agradece y le pregunta cuál es el título.
—Con la patria adentro —responde el joven.
—Pero qué incomodidad, amigo, qué incomodidad.
El escritor argentino Héctor Bianciotti recuerda una de las tantas salidas elegantes de Borges, cuando le incomodaban los halagos de la gente. Ocurre en París, en un estudio de televisión.
—¿Usted se da cuenta de que es uno de los grandes escritores del siglo? —lo interrogan.
—Es que este, evalúa Borges, ha sido un siglo muy mediocre.
Una revista de actualidad reúne a Borges con el director técnico César Luis Menotti.
—Qué raro, ¿no? Un hombre inteligente y se empeña en hablar de fútbol todo el tiempo —comenta Borges más tarde.
En 1975, a los 99 años, muere Leonor Acevedo de Borges, madre del escritor.
En el velorio, una mujer da el pésame a Borges y le comenta:
—Peeero... pobre Leonorcita, morirse tan poquito antes de cumplir los 100 años. Si hubiera esperado un poquito más...
Borges le dice:
—Veo, señora, que es usted devota del sistema decimal.
Borges y un escritor joven debaten sobre literatura y otros temas. El escritor joven le dice:
—Y bueno, en política no vamos a estar de acuerdo, maestro, porque yo soy peronista.
Borges contestó:
—¿Cómo que no?... Yo también soy ciego.
Durante la dictadura militar alguien le comenta a Borges que el general Galtieri, presidente de la República en ese momento, ha confesado que una de sus mayores ambiciones es seguir el camino de Perón y parecerse a él.
—¡Caramba! —interrumpe Borges—, es imposible imaginarse una aspiración más modesta.
Borges firma ejemplares en una librería del Centro. Un joven se acerca con Ficciones y le dice:
—Maestro, usted es inmortal.
Borges le contesta:
—Vamos, hombre. No hay por qué ser tan pesimista.
En una entrevista, en Roma, un periodista trataba de poner en aprietos a Jorge Luis Borges.
Como no lo lograba, finalmente probó con algo que le pareció más provocativo:
—¿En su país todavía hay caníbales?
—Ya no —contestó aquél—, nos los comimos a todos.
En una reunión sobre la situación de la literatura argentina, Córdoba Iturburu, que la presidía, inquirió a los gritos:
—¿Y qué vamos a hacer por nuestros jóvenes poetas?
Desde el fondo llegó otro grito, éste de Borges:
—¡Disuadirlos!
En Maipú y Tucumán, un grupo de adictos a Isabel Perón descubre a Borges y lo sigue unos metros, insultándolo.
Al ingresar en su casa, un periodista le pregunta cómo se siente.
—Medio desorientado —manifiesta.
Se me acercó una mujer vociferando: “¡Inculto! ¡Ignorante!”
Un joven poeta se acerca a Borges en la calle. Deja en manos del escritor su primer libro.
Borges agradece y le pregunta cuál es el título.
—Con la patria adentro —responde el joven.
—Pero qué incomodidad, amigo, qué incomodidad.
El escritor argentino Héctor Bianciotti recuerda una de las tantas salidas elegantes de Borges, cuando le incomodaban los halagos de la gente. Ocurre en París, en un estudio de televisión.
—¿Usted se da cuenta de que es uno de los grandes escritores del siglo? —lo interrogan.
—Es que este, evalúa Borges, ha sido un siglo muy mediocre.
Una revista de actualidad reúne a Borges con el director técnico César Luis Menotti.
—Qué raro, ¿no? Un hombre inteligente y se empeña en hablar de fútbol todo el tiempo —comenta Borges más tarde.
En 1975, a los 99 años, muere Leonor Acevedo de Borges, madre del escritor.
En el velorio, una mujer da el pésame a Borges y le comenta:
—Peeero... pobre Leonorcita, morirse tan poquito antes de cumplir los 100 años. Si hubiera esperado un poquito más...
Borges le dice:
—Veo, señora, que es usted devota del sistema decimal.
Borges y un escritor joven debaten sobre literatura y otros temas. El escritor joven le dice:
—Y bueno, en política no vamos a estar de acuerdo, maestro, porque yo soy peronista.
Borges contestó:
—¿Cómo que no?... Yo también soy ciego.