sábado, abril 10, 2010

Carambola de tres bandas



Los expertos y los que alguna vez fuimos vagos sabemos qué es la carambola de tres bandas. Se trata de un juego maravilloso, exacto como una esfera. Consiste en jugar sobre una mesa sin buchacas, con tres bolas; el chiste es golpear una, la tiradora, con el taco, y luego de que pegue en la segunda bola, la misma tiradora toque tres bandas (o más) y al final impacte, así sea levísimamente, en la tercera bola. Otro camino es golpear la tiradora, que toque tres bandas (o más) y al final logre golpear las dos bolas restantes. En toda ejecución deben darse, en suma, al menos tres golpes de la tiradora a las bandas y dos golpes de esa misma bola a las otras dos bolas, uno a cada una. Explicarlo no tiene chiste; jugarlo como dios manda es lo difícil. Yo lo jugué un poco en mi adolescencia, en aquellos ratos de mi secundaria en los que todos los hombres de mi grupo abandonábamos, cinismo mediante, las clases en la Flores Magón, de Lerdo, para incursionar en dos billares de Gómez: el Iris era uno, y el otro, porque se trataba de un nido de parásitos sociales, tenía un nombre epifánico: Club Deportivo Bola 15.
Como carambola de tres bandas operan ciertos regímenes autoritarios del mundo. En México no, por supuesto, pues nuestro país es un modelo de democracia, un país donde las leyes son respetadas y para todos brilla el bienestar. En los países a los que me refiero, los autoritarios, el juego del control es muy sencillo, aunque implique una complejidad billarística. Las tres bandas son el poder político, el poder mediático y el poder militar. Los tres funcionan siempre y trabajan como pistones. Las coyunturas marcan el ritmo del pistoneo. Si el poder político basta para controlar, los otros descansan o a lo mucho juegan un rol coprotagónico. Si el poder político cascabelea y da signos de desbielamiento, el poder mediático actúa con cualquiera de sus métodos: mentir, infundir miedo, confundir. Y, al final, si la cosa no se calma con nada, entra al quite el último poder.
Uno de los rasgos característicos de los regímenes autoritarios del pasado era, digámoslo así, su franqueza, su frontalidad: primero el poder de la fuerza, luego el de los medios y al final el de la política. No era juego de tras bandas, sino carambola a lo bestia. En la actualidad, el perfeccionamiento de la acción autoritaria ha llegado al extremo de nunca parecerlo. Ese es el juego de tres bandas, el aterciopelamiento y la finura de la carambola. Si la turbulencia arrecia, entra en juego el poder militar, aunque sin que se desvanezca la acción de los otros poderes precisamente para que se dé la carambola de tres bandas.
Hay países, por ello, que en estos momentos deben ser autoritarios y mostrar su fuerza y al mismo tiempo manter procedimientos políticos y ejercer un control mediático sin descanso. En tales sitios —ajenos a la realidad de México, hay que recalcarlo—, tanto la política como la propaganda agotaron sus capacidades y perdieron en los hechos el poder, de ahí que se vieron obligados al patrullaje. En casos excepcionales de maestría con el taco y dominio de las tres bandas, el control ni siquiera parece eso, sino lucha contra enemigos invisibles y a veces hasta creados ex profeso como “justificadores”.
La perfección autoritaria se logra cuando el tercero de los poderes está en la calle sin que parezca dedicado a lo que en verdad está dedicado. Mientras, por supuesto, los otros poderes deben seguir en escena, actuando el rito de la simulación, celebrando elecciones y ejerciendo una crítica feroz, aunque selectiva, y levantando muy oportunas cortinas de humo, por ejemplo, con muertes siniestras de niños, o algo así, abordadas siempre con amarillismo distractivo. Cuando eso se logra, la carambola de tres bandas es perfecta, una chulada sobre el paño verde de la realidad.