viernes, abril 30, 2010

Frino en el metro



He recibido no saben con qué gusto un libro más de un lagunero en el “exilio”. Se trata de Décimas, sonetos, octavas y liras para niños, obra de nuestro querido amigo Frino, camarada cuyo seudónimo oficial es Jesús Antonio Rodríguez. Lo publicó el Sistema de Transporte Colectivo Metro de la Ciudad de México con un tiraje de 2650 ejemplares. La edición es, cual debe, colorida, vistosa, y su contenido no le va a la zaga: los versos de Frino tienen todo lo que se requiere para satisfacer al más exigente catador de poesía tradicional, de verso medido y rimado. Algunos creen que eso ya caducó, o que es fácil, y que cualquiera las puede. Me atrevo a señalar que, en efecto, esos moldes ya caducaron si de lo que se trata es de repetir fórmulas y no añadirles malicia, porque cuando un poeta como el lagunero Frino trabaja en ellos, se da una especie de resurrección: boquiabiertos, ante nuestros ojos vemos cómo se levanta el muerto, como respira, cómo empieza a bailar, como canta.
Pues sí, Frino es acaso uno de los últimos versotradicionalistas que se han tomado el serio el asunto. Tan en serio lo ha hecho que en sus manos el metro y la rima adquieren una luz especial, la luz de la creatividad. Por eso dije hace unos renglones que este tipo de poesía sin malicia, sin picardía, suena bofo, arcaico, pasado de moda. Lo contrario, cuando detrás de los versos está un tipo conciente, hábil y sobre todo bien dotado como restaurador de músicas, el poema se levanta como sonido de campana.
Tiene la poesía con metro, insisto que cuando alguien trabaja como Frino, la virtud de embrujar. El retintín, lo que muchos malos poetas no dominan porque la oreja se les oxidó junto con la maña, en los versos de esta índole sabe a música, es música. Además, un poeta que se precie no sólo trabaja con la sonoridad. Tan importante es el ritmo, el metro, la rima, como el sentido, la idea que fluye por los versos. Frino es experto en eso: sabe que son formas cerradas, sabe que en un palmo de cuartilla deben aparecer, como magia, un principio, un medio y un fin atados con acerada lógica. En términos de contenido, el poema tradicional suele ser más objetivo que el libre: aquí se nota el tratamiento de un asunto, el bordado de un pequeño argumento. La poesía libre suele ser, en muchos casos, más evocativa y su sentido se puede disparar hacia cualquier lado, de ahí que muchas veces sea inasible.
Y si la música verbal suele encantar, los niños con un poco de curiosidad literaria quedan encandilados del oído con versos como los de Frino. No puedo asegurarlo, pero sospecho que si un poesía sirve para llegar a los niños, es precisamente aquella dotada de efectos sonoros más o menos reiterativos, rímicos (rímicos y rítmicos). Fue, entonces, muy buena la idea de acercar un libro de poesía finamente rimada a los pasajeros infantiles del metro, aunque no excluyo el goce que de seguro hallarán los adultos como yo, que no uso el metro como transporte pero sí gusto de la buena poesía “con metro”.
El libro contiene, como propone el título, poemas en cuatro moldes. Trae además un pórtico y un ingenioso zaguán hecho de versos. Luego, en fila, cada página ofrece un poema encabezado con el nombre de una estación del metro y su logo, esa señalética que ya es parte casi íntima de la cultura chilanga. Por ejemplo, el poema dedicado a la estación Hidalgo es una décima que sin duda alegrará la oreja de cualquiera: “Todavía no salía el sol / cuando tocó la campana / aquel señor de sotana / librándonos del control / del europeo, el español. / Terminó la pesadilla / cuando desde su capilla / llamó al pueblo de Dolores / y trajo tiempos mejores / Miguel Hidalgo y Costilla”.
Por sus puras virtudes como escritor podemos alegrarnos con lo que hace Frino. Yo me alegro por eso, sí, y también porque un lagunero (como Rockdrigo, otro norteño) va al DF y se apropia de lo que parece tema exclusivo de chilangos, dicho esto con todo respeto.