Veo generalmente de lejos el acontecer teatral. De los literarios es, de hecho, el género que, aunque en esencia narrativo, menos frecuento. Siempre que veo, sin embargo, el montaje de una obra valiosa, me reitero que el teatro es una maravillosa invención humana, una máquina del espíritu capaz de conmover y persuadir, poderosa como pocas para calar hasta las vísceras del espectador. El teatro es literatura en pie, palabra que coagula en el escenario, ritmo, luz, forma, tercera dimensión, danza, filosofía, vida: el teatro es como la sumatoria de todo lo que hay de artístico en el hombre. En fin: qué puedo decir yo, si soy tan nadie en esos rubros.
Tengo, pese a todo, una buena relación con algunos directores de La Laguna. Siempre les prometo que me apersonaré en sus puestas, pero suelo ser olvidadizo y no lo hago. Lo quisiera para, en la medida de mis limitaciones conceptuales, escribir algo de crítica impresionista sobre los trabajos que a mi juicio digan algo. Por ejemplo, una y otra vez he querido ver la puesta de Gerardo Moscoso a Los Perros, de Elena Garro, montada por la Compañía Coahuilense de Teatro La Gaviota. Por la razón que sea, no lo he hecho, y ante tan lamentable omisión Gerardo ya me prometió una representación para mí solito. Claro que la acepto, pues no es poco lo que ha logrado La Gaviota con Los Perros. Entre otros logros, aplausos nutridísimos al final de sus recientes representaciones en el Teatro Helénico de la capital (La Opinión de ayer, nota de Karla Lobato).
Un año antes, en noviembre de 2007, en la XXVIII Muestra Nacional de Teatro los jóvenes actores que atienden la dirección de Moscoso obtuvieron resonantes elogios de la crítica, eso en Zacatecas. El valor de la puesta ameritó que el grupo de teatro coahuilense, asentado básicamente en San Pedro de las Colonias, recibiera dos importantes reconocimientos: viajar a España y merecer de la publicación catalana Assaig de Teatre (Revista de l’Associació d’Investigació i Experimentació Teatral), que es una autoridad en la materia, la contraportada de su voluminosa edición 62, 63, 64 condensada en esta revista/libro cuyos contenidos son un compendio de acercamientos al fenómeno teatral. Allí mismo, además de la contratapa que en sí misma es un elogio, el crítico Ricard Salvat escribe la informada reseña “Una aproximación al actual teatro de México”. El especialista menciona a las figuras señeras del teatro nacional, y como ha estado en la Muestra zacatecana le dedica palabras al grupo sampetrino: “Vimos dos versiones de Los Perros, de la gran autora Elena Garro (…) Pudimos ver una versión de Xerardo Moscoso y otra de Sandra Félix, reputada creadora que contó con un decorador de primer orden, Phillipe Amand. En ese trabajo, que venía del Distrito Federal, había cierta descompensación actoral (…) Una dimensión muy distinta tuvo la dirección de Xerardo Moscoso, famoso cantautor gallego emigrado a México que trabaja en San Pedro de las Colonias, Coahuila, donde realiza un admirable trabajo de animación de teatro campesino. Su propuesta era de gran humildad, pero también de gran eficacia. Resultaba muy nítida y bien dibujada, y potenciaba el elemento poético de la obra. Moscoso disponía de un grupo de jóvenes que actuaban con una coordinación y unidad de tono admirables. Este espectáculo se presentó en la sección ‘Compañías y Grupos Emergentes’, que reunía a cinco grupos…” (p. 433).
Las palabras del crítico español muestran lo importante que puede llegar a ser el trabajo artístico convencido de sus posibilidades. Con todo y sus limitaciones materiales, el fervor teatral del grupo La Gaviota, y los indoblegables empeños de Gerardo Moscoso y de Esteban Osorio, sus responsables, le han dado al teatro lagunero logros que sin duda debemos reconocer y celebrar.
Tengo, pese a todo, una buena relación con algunos directores de La Laguna. Siempre les prometo que me apersonaré en sus puestas, pero suelo ser olvidadizo y no lo hago. Lo quisiera para, en la medida de mis limitaciones conceptuales, escribir algo de crítica impresionista sobre los trabajos que a mi juicio digan algo. Por ejemplo, una y otra vez he querido ver la puesta de Gerardo Moscoso a Los Perros, de Elena Garro, montada por la Compañía Coahuilense de Teatro La Gaviota. Por la razón que sea, no lo he hecho, y ante tan lamentable omisión Gerardo ya me prometió una representación para mí solito. Claro que la acepto, pues no es poco lo que ha logrado La Gaviota con Los Perros. Entre otros logros, aplausos nutridísimos al final de sus recientes representaciones en el Teatro Helénico de la capital (La Opinión de ayer, nota de Karla Lobato).
Un año antes, en noviembre de 2007, en la XXVIII Muestra Nacional de Teatro los jóvenes actores que atienden la dirección de Moscoso obtuvieron resonantes elogios de la crítica, eso en Zacatecas. El valor de la puesta ameritó que el grupo de teatro coahuilense, asentado básicamente en San Pedro de las Colonias, recibiera dos importantes reconocimientos: viajar a España y merecer de la publicación catalana Assaig de Teatre (Revista de l’Associació d’Investigació i Experimentació Teatral), que es una autoridad en la materia, la contraportada de su voluminosa edición 62, 63, 64 condensada en esta revista/libro cuyos contenidos son un compendio de acercamientos al fenómeno teatral. Allí mismo, además de la contratapa que en sí misma es un elogio, el crítico Ricard Salvat escribe la informada reseña “Una aproximación al actual teatro de México”. El especialista menciona a las figuras señeras del teatro nacional, y como ha estado en la Muestra zacatecana le dedica palabras al grupo sampetrino: “Vimos dos versiones de Los Perros, de la gran autora Elena Garro (…) Pudimos ver una versión de Xerardo Moscoso y otra de Sandra Félix, reputada creadora que contó con un decorador de primer orden, Phillipe Amand. En ese trabajo, que venía del Distrito Federal, había cierta descompensación actoral (…) Una dimensión muy distinta tuvo la dirección de Xerardo Moscoso, famoso cantautor gallego emigrado a México que trabaja en San Pedro de las Colonias, Coahuila, donde realiza un admirable trabajo de animación de teatro campesino. Su propuesta era de gran humildad, pero también de gran eficacia. Resultaba muy nítida y bien dibujada, y potenciaba el elemento poético de la obra. Moscoso disponía de un grupo de jóvenes que actuaban con una coordinación y unidad de tono admirables. Este espectáculo se presentó en la sección ‘Compañías y Grupos Emergentes’, que reunía a cinco grupos…” (p. 433).
Las palabras del crítico español muestran lo importante que puede llegar a ser el trabajo artístico convencido de sus posibilidades. Con todo y sus limitaciones materiales, el fervor teatral del grupo La Gaviota, y los indoblegables empeños de Gerardo Moscoso y de Esteban Osorio, sus responsables, le han dado al teatro lagunero logros que sin duda debemos reconocer y celebrar.