miércoles, octubre 29, 2008

La enésima muerte de AMLO



Álvaro Cueva, periodista especializado en espectáculos, comentó en su artículo del domingo que lamentaba la muerte política de López Obrador. Comparó el fenómeno de AMLO al ocurrido con el icono político mexicano más importante de los noventa: el Subcomandante Marcos. Estoy parcialmente de acuerdo con él, pero discrepo en lo fundamental.
Finalmente es cierto que los líderes de ese tipo sufren un desgaste. La sobreexposición a la que son sometidos cuando se convierten en noticia, y el tiroteo que reciben en contra por lo peligrosos que pueden resultar, redunda sin remedio en una merma de su punch mediático. Eso es innegable. Pensar, además, que el sistema no se defiende es pecar de ingenuidad. Imaginemos nomás las armas que tiene para aniquilar a los enemigos; para empezar, presupuestos descomunales. Con ellos es más fácil mantener un ritmo permanente de golpeteo contra quienes lo hostilizan, pues no es lo mismo defender la causa de quien no deja ni migajas que aplaudir las decisiones de quienes pueden sostener e inducir con dinero grandes campañas de bombardeo. Sumados, el tiempo, el cansancio y el pragmatismo de los simpatizantes, el golpeteó constante, la falta de frutos fehacientes de un movimiento popular, el reacomodo de las coyunturas y la machacona autopromoción del régimen terminan por desgastar al enemigo más débil, lo que sin duda puede estar pasando con el movimiento lopezobradorista. El poder no es un hueso blando de roer, de ahí la ingenuidad de pensar que un movimiento sin recursos pueda encararlo en igualdad de fuerzas y hasta vencerlo en poco tiempo.
Creer, sin embargo, que el desvanecimiento de un líder, por influyente que haya sido en alguna circunstancia, se traduce en el fin de un movimiento es apostar por la desvirilizada tesis de que la solidez sólo existe si se basa en resonante presencia mediática. Para muchos, las derrotas y los errores de AMLO, caso de que los sean, son las derrotas y los errores de toda una forma distinta de entender la lucha contra un régimen esencialmente podrido. Cierto que, haiga sido como haiga sido, su liderazgo se convirtió en pocos años en una oleada peligrosa contra el statu quo, pero de ahí a creer que al acabarlo terminarán las inconformidades y las contradicciones, es creer que la lucha de clases (ya sé que esta expresión, definitiva de un fenómeno social real y actuante, no les gusta a los que sólo quieren sumisión) se acaba por decreto o por desgaste de algún líder. Más allá de AMLO están miles y miles de inconformes, de mexicanos defraudados, de hombres y mujeres desorientados, es verdad, pero seguros de que nada bueno, o muy poco bueno, ha conseguido el país con las sabandijas que lo gobiernan. El resumen de ayer en San Lázaro, dentro o fuera del tema petrolero, condensó en 45 minutos los estropicios de un modelo económico esencialmente ruin, lo diga AMLO o lo diga Perico de los Palotes.

Terminal
En nuestra gustada sección “Paradojas de la vida real”, va: Estoy en una sucursal de Pizza Hut; despacho junto a mi viejerío una pizza megafamiliar con ración extra de queso, la más sofisticada que he visto en mi trashumancia gastronómica. El local está casi al tope de su capacidad. Afuera, un par de niños de la calle hace guardia cerca de la puerta. Luego, por sorpresa, los dos entran y comienzan a pedir comida a la clientela. En eso, una joven empleada del negocio los echa a la calle, sin muchos aspavientos pero decidida a que no molesten con su desagradable mendicidad. Veo toda la escena. Pasado un rato reparo en un anuncio que cuelga con un hilo del techo en ese local de la franquicia pizzera; es una campaña humanitaria; dice: “Unidos contra el hambre”.