Circula todavía el número de Nomádica donde publiqué el texto que recaliento a continuación. Trato allí un tema que poco a poco ha ido ganando espacio entre mis intereses. Lo que menciono en uno de sus párrafos, el torpe acecho a unos osos extraviados cerca de la urbe en Monterrey, no deja ni dejará de parecerme una síntesis de la distancia que hay entre nuestro país y el respeto/cuidado a los animales. Desde febrero, eso me llevó a tener contacto, vía correo electrónico, con una organización defensora de los animales, y quizá algún lector de La Opinión quiera hacer lo mismo. México Antitaurino pone énfasis en los toros, pero amplía su lucha a las demás especies; quien quiera, puede escribir a mexicoantitaurino@yahoo.com.mx y allí solicitar más información. Va por lo pronto mi más reciente aportación para Nomádica:
A lo largo de su obra literaria, José Emilio Pacheco (México, DF, 1939) ha escrito varios poemas dedicados a la fauna. Tanto es así que, acaso sin pretenderlo, construyó un bestiario disuelto en sus poemarios de temática miscelánea. En 2000, Jorge Esquinca compactó esas piezas y las dio a la prensa con el título Álbum de zoología (Biblioteca del Issste, colección ¿Ya leIssste?). Se trata, como muchos saben, de una serie cuyo tiraje espectacular busca repartir por toda la república el quehacer de nuestros mejores escritores.
Los poemas de esta compilación me saltaron a la mente cuando en la segunda semana de junio vi en televisión, como tantos mexicanos, un show digno de vergüenza. Ocurrió en Monterrey, y fue nota de cadena nacional. En ella vimos que algunos oseznos rondaban cierta colonia regiomontana, hecho que puso en riesgo las vidas de seres humanos. Las autoridades acudieron expeditas al escenario del peligro y las tomas que las cámaras capturaron fue lo único que pudo ser capturado en el lugar, pues el osezno se escapó lleno de pánico. Lo significativo en este caso es que, acostumbrados como estamos a ver programas de televisión gringos (Animal Planet, por ejemplo), donde los animales agresivos inmiscuidos con el hombre son neutralizados con rifles y sedantes para luego ser llevados a sus hábitats, en Monterrey no había nada para solucionar el problema. Las autoridades intentaron colocarle tontas redes a uno de los oseznos, esperaron agobiarlo, quisieron lazarlo, pero nada resultó, hasta que (eso dijeron) el animal quedó exhausto, le dieron agua fría y murió.
Como se ve, en México seguimos en la barbarie, y al animal le conferimos tan poca dignidad que ni un municipio poderoso, Monterrey, cuenta con equipo especializado para maniobrar ante esas emergencias. No dudo que alguien haya considerado anular con garrotazos al pobre osezno.
Pensé, pues, en el poemario de Pacheco y en mi fuero íntimo le agradecí a Esquinca haberlo organizado. El tratamiento que el autor de Morirás lejos les da a los animales es humano, humanísimo, tanto que uno pasa por sus versos y siente que el poeta cree más en la fauna que en el hombre. No le faltaría razón, pues hasta el momento los animales no le han hecho más que beneficios al planeta; los hombres, al contrario, lo hemos depredado casi hasta acabar, o poner en severo riesgo, sus recursos, incluidas las especies animales.
Pacheco transita en Álbum de zoología por el alma de “los brutos” (como les llamaban los antiguos) y en cada caso deja ver que el animal es el envés del hombre, de lo que ha sido y es el hombre, es decir, el animal humano es una máquina perfecta para destruir, aprisionar, ofender, liquidar. Uno termina pensando que de milagro seguimos vivos, dada nuestra condición aniquilatoria; para muestra este poema del libro que Pacheco ha escrito para defensa de los que siguen casi sin defensa: los animales. Este es el “Monólogo del mono”: “Nacido aquí en la jaula, yo el babuino / lo primero que supe fue: este mundo / por dondequiera que lo mire tiene / rejas y rejas. No puedo ver nada / que no esté entigrecido por las rejas. / Dicen: Hay monos libres. Yo no he visto / sino infinitos monos prisioneros, / siempre entre rejas. Cada noche sueño / con la selva erizada por las rejas. / Vivo tan sólo para ser mirado. / Viene la multitud que llaman gente. / Le gusta enardecerme. Se divierte / cuando mi furia hace sonar las rejas. / Mi libertad es mi jaula. Sólo muerto / me sacarán de estas brutales rejas”.
A lo largo de su obra literaria, José Emilio Pacheco (México, DF, 1939) ha escrito varios poemas dedicados a la fauna. Tanto es así que, acaso sin pretenderlo, construyó un bestiario disuelto en sus poemarios de temática miscelánea. En 2000, Jorge Esquinca compactó esas piezas y las dio a la prensa con el título Álbum de zoología (Biblioteca del Issste, colección ¿Ya leIssste?). Se trata, como muchos saben, de una serie cuyo tiraje espectacular busca repartir por toda la república el quehacer de nuestros mejores escritores.
Los poemas de esta compilación me saltaron a la mente cuando en la segunda semana de junio vi en televisión, como tantos mexicanos, un show digno de vergüenza. Ocurrió en Monterrey, y fue nota de cadena nacional. En ella vimos que algunos oseznos rondaban cierta colonia regiomontana, hecho que puso en riesgo las vidas de seres humanos. Las autoridades acudieron expeditas al escenario del peligro y las tomas que las cámaras capturaron fue lo único que pudo ser capturado en el lugar, pues el osezno se escapó lleno de pánico. Lo significativo en este caso es que, acostumbrados como estamos a ver programas de televisión gringos (Animal Planet, por ejemplo), donde los animales agresivos inmiscuidos con el hombre son neutralizados con rifles y sedantes para luego ser llevados a sus hábitats, en Monterrey no había nada para solucionar el problema. Las autoridades intentaron colocarle tontas redes a uno de los oseznos, esperaron agobiarlo, quisieron lazarlo, pero nada resultó, hasta que (eso dijeron) el animal quedó exhausto, le dieron agua fría y murió.
Como se ve, en México seguimos en la barbarie, y al animal le conferimos tan poca dignidad que ni un municipio poderoso, Monterrey, cuenta con equipo especializado para maniobrar ante esas emergencias. No dudo que alguien haya considerado anular con garrotazos al pobre osezno.
Pensé, pues, en el poemario de Pacheco y en mi fuero íntimo le agradecí a Esquinca haberlo organizado. El tratamiento que el autor de Morirás lejos les da a los animales es humano, humanísimo, tanto que uno pasa por sus versos y siente que el poeta cree más en la fauna que en el hombre. No le faltaría razón, pues hasta el momento los animales no le han hecho más que beneficios al planeta; los hombres, al contrario, lo hemos depredado casi hasta acabar, o poner en severo riesgo, sus recursos, incluidas las especies animales.
Pacheco transita en Álbum de zoología por el alma de “los brutos” (como les llamaban los antiguos) y en cada caso deja ver que el animal es el envés del hombre, de lo que ha sido y es el hombre, es decir, el animal humano es una máquina perfecta para destruir, aprisionar, ofender, liquidar. Uno termina pensando que de milagro seguimos vivos, dada nuestra condición aniquilatoria; para muestra este poema del libro que Pacheco ha escrito para defensa de los que siguen casi sin defensa: los animales. Este es el “Monólogo del mono”: “Nacido aquí en la jaula, yo el babuino / lo primero que supe fue: este mundo / por dondequiera que lo mire tiene / rejas y rejas. No puedo ver nada / que no esté entigrecido por las rejas. / Dicen: Hay monos libres. Yo no he visto / sino infinitos monos prisioneros, / siempre entre rejas. Cada noche sueño / con la selva erizada por las rejas. / Vivo tan sólo para ser mirado. / Viene la multitud que llaman gente. / Le gusta enardecerme. Se divierte / cuando mi furia hace sonar las rejas. / Mi libertad es mi jaula. Sólo muerto / me sacarán de estas brutales rejas”.