Enrique Macías Morales fue mi alumno en la UIA y es uno de los demasiados laguneros que han crecido con el Santos Laguna. Él era niño, o a lo más adolescente, cuando los albiverdes saltaron a la cacha. Desde entonces los sigue, así que cualquier crónica de nuestro pasado futbolero lo instala en la nostalgia, esa nostalgia que es uno de los hábitos más recurrentes y legítimos de todo aficionado al fut. Así ha evocado su experiencia en la carta que con su venia reproduzco. Con los cambios pertinentes, su caso es el caso de muchos que celebraron los 25 años de santismo en la semana que hoy termina:
Estimado Jaime: Leí por la mañana tu columna referente a este 25 aniversario de nuestro querido Santos Laguna. Hacerlo me trajo a la mente el recuerdo de aquel partido en el que estuve presente. Lo recuerdo bien: a partir de ese día quedé unido al equipo.
Comienzo recordando lo feliz que fue mi infancia durante los años en los que mi papá era seguidor del Laguna. Los domingos eran días de fiesta: en la mañana mis abuelos me consentían, después llegaban mis papás, mis tíos; había comida familiar. De ahí me llevaban al estadio. Recuerdo vagamente el estadio San Isidro, para mí impresionante, lleno de colorido y con ese peculiar aroma que produce la mezcla de semillas, cigarros, chicles, chocolates, garapiñados, cheve y sus derivados; después el estadio Moctezuma, hoy Corona. Luego del partido regresábamos a casa de mis abuelos, en donde se comentaba el juego: mi papá criticaba a tal o cual jugador, o al entrenador, y mi tío Beto daba su punto de vista con sus acostumbradas dosis de buen humor.
Al quedar nuestra región sin futbol, mi vida cambió radicalmente: terminaron aquellos domingos de comida familiar e idas al estadio, y mi papá se volvió espectador del futbol americano. En aquel entonces, con un solo televisor en la casa, los domingos solamente veíamos acarreos de ovoide y posteriormente las “películas del 5”, así que para mí resultaba casi imposible seguir el balompié. Providencialmente comencé una entrañable amistad que aún perdura con mis vecinos de entonces. Don Carlos es como un segundo papá, él me adoptaba los domingos, y su casa me resultaba un paraíso: ahí sí había futbol en la tele, compraba el Esto y la plática común era acerca de la jornada futbolera. Y de la teoría pasamos a la práctica: formamos nuestro equipo en la cuadra y curiosamente se llamaba “Santos Guayabos”; Santos por el equipo en el que brillara Pelé y porque lo más fácil era que el uniforme improvisado fuera blanco; Guayabos porque así se llama la calle. El equipo fue creciendo y tras formar un combinado con una palomilla gomezpalatina ingresamos a la Liga del Seguro de Gómez. Los sábados en la mañana, al terminar los partidos, seguía el del equipo grande. En aquel campo de Autopop llegamos a ver jugar a nivel amateur a los médicos del IMSS. No nos pasaba por la cabeza que ellos iban a ser la base de un equipo profesional, y también pienso que, como escribiste en tu columna, aquellos jóvenes tampoco imaginaban lo que estaban por comenzar.
Volvimos al estadio Corona (entonces Moctezuma, como le siguen diciendo algunas personas con gran inercia mental) pocos meses antes del comienzo de la nueva época profesional del Santos. Se jugó un partido de veteranos del Laguna frente sus similares del Torreón en lo que se denominó “el Clásico del Recuerdo”. No sé cómo le hice pero convencí a mi papá de que llevara a toda la palomilla. El estadio se llenó a reventar. Torreón ganó un tanto por cero con gol de un cuate a quien, si la memoria me es fiel, apodaban “la Marrana”. Posteriormente a los veteranos les quedó el gusanito de seguirse juntando a jugar, así que después volvimos al estadio a ver a los veteranos del Laguna enfrentarse a sus pares del Jalisco, del Guadalajara y contra el primer equipo del Toluca, que goleó 5 por 0. Además fuimos al estadio Revolución a ver a los veteranos del Torreón enfrentarse al primer equipo del Oaxtepec, franquicia que se convirtió en Ángeles de Puebla y posteriormente aterrizó en la Laguna.
Así, al saber que volvía el futbol profesional, acudimos uno de mis vecinos y yo al estadio aquel 4 de septiembre; nosotros tampoco imaginábamos lo que estaba comenzando.
A partir de ese domingo comenzó la rutina dominical en la que se iba todo mi “domingo”: pasajes de camión ida y vuelta, boleto, bolsa de semillas con una “tutsi pop” para el segundo tiempo; si alcanzaba el dinero, un refresco.
Lo que sucedió de ahí en adelante fue una historia de triunfos, derrotas, eliminaciones, un viaje a Orizaba a ver al equipo durante la liguilla de ascenso en 1988, angustias de descenso. Después llegaron los campeonatos y torneos internacionales. También el destino nos deparó la triste historia de Ahumada, el embargo hacendario. Esa nueva etapa de angustias para que los nuevos aficionados recuerden nuestro humilde origen.
Antier, viendo el partido de los veteranos le platicaba a mi hermano de 22 años acerca de mis recuerdos de cada uno de los jugadores que participaron en él, de cómo ha evolucionado el estadio y la afición, de que se han desterrado aquellos pasatiempos como la gallina, la víbora, la media con cal viva, así como el agua de riñón. Ahora pueden ir mujeres solas al estadio. Me atrevo a decir que más del 40% de quienes asisten al estadio son mujeres.
Por la tarde asistí a la kermés organizada en el estacionamiento del estadio. Dentro del museo improvisado, al ver camisetas, fotografías, trofeos, me vinieron a la mente varias anécdotas que provocaron en mí muchísima emoción. Escribirlas llevaría mucho tiempo, pero algún día lo haré, lo prometo. Doy gracias a Dios por haberme permitido vivir esta historia tan hermosa, y gracias a ti, Jaime, por ayudarme a evocar tan lindos recuerdos, por haberme alegrado el día inyectándome optimismo y nuevas ilusiones.
Estimado Jaime: Leí por la mañana tu columna referente a este 25 aniversario de nuestro querido Santos Laguna. Hacerlo me trajo a la mente el recuerdo de aquel partido en el que estuve presente. Lo recuerdo bien: a partir de ese día quedé unido al equipo.
Comienzo recordando lo feliz que fue mi infancia durante los años en los que mi papá era seguidor del Laguna. Los domingos eran días de fiesta: en la mañana mis abuelos me consentían, después llegaban mis papás, mis tíos; había comida familiar. De ahí me llevaban al estadio. Recuerdo vagamente el estadio San Isidro, para mí impresionante, lleno de colorido y con ese peculiar aroma que produce la mezcla de semillas, cigarros, chicles, chocolates, garapiñados, cheve y sus derivados; después el estadio Moctezuma, hoy Corona. Luego del partido regresábamos a casa de mis abuelos, en donde se comentaba el juego: mi papá criticaba a tal o cual jugador, o al entrenador, y mi tío Beto daba su punto de vista con sus acostumbradas dosis de buen humor.
Al quedar nuestra región sin futbol, mi vida cambió radicalmente: terminaron aquellos domingos de comida familiar e idas al estadio, y mi papá se volvió espectador del futbol americano. En aquel entonces, con un solo televisor en la casa, los domingos solamente veíamos acarreos de ovoide y posteriormente las “películas del 5”, así que para mí resultaba casi imposible seguir el balompié. Providencialmente comencé una entrañable amistad que aún perdura con mis vecinos de entonces. Don Carlos es como un segundo papá, él me adoptaba los domingos, y su casa me resultaba un paraíso: ahí sí había futbol en la tele, compraba el Esto y la plática común era acerca de la jornada futbolera. Y de la teoría pasamos a la práctica: formamos nuestro equipo en la cuadra y curiosamente se llamaba “Santos Guayabos”; Santos por el equipo en el que brillara Pelé y porque lo más fácil era que el uniforme improvisado fuera blanco; Guayabos porque así se llama la calle. El equipo fue creciendo y tras formar un combinado con una palomilla gomezpalatina ingresamos a la Liga del Seguro de Gómez. Los sábados en la mañana, al terminar los partidos, seguía el del equipo grande. En aquel campo de Autopop llegamos a ver jugar a nivel amateur a los médicos del IMSS. No nos pasaba por la cabeza que ellos iban a ser la base de un equipo profesional, y también pienso que, como escribiste en tu columna, aquellos jóvenes tampoco imaginaban lo que estaban por comenzar.
Volvimos al estadio Corona (entonces Moctezuma, como le siguen diciendo algunas personas con gran inercia mental) pocos meses antes del comienzo de la nueva época profesional del Santos. Se jugó un partido de veteranos del Laguna frente sus similares del Torreón en lo que se denominó “el Clásico del Recuerdo”. No sé cómo le hice pero convencí a mi papá de que llevara a toda la palomilla. El estadio se llenó a reventar. Torreón ganó un tanto por cero con gol de un cuate a quien, si la memoria me es fiel, apodaban “la Marrana”. Posteriormente a los veteranos les quedó el gusanito de seguirse juntando a jugar, así que después volvimos al estadio a ver a los veteranos del Laguna enfrentarse a sus pares del Jalisco, del Guadalajara y contra el primer equipo del Toluca, que goleó 5 por 0. Además fuimos al estadio Revolución a ver a los veteranos del Torreón enfrentarse al primer equipo del Oaxtepec, franquicia que se convirtió en Ángeles de Puebla y posteriormente aterrizó en la Laguna.
Así, al saber que volvía el futbol profesional, acudimos uno de mis vecinos y yo al estadio aquel 4 de septiembre; nosotros tampoco imaginábamos lo que estaba comenzando.
A partir de ese domingo comenzó la rutina dominical en la que se iba todo mi “domingo”: pasajes de camión ida y vuelta, boleto, bolsa de semillas con una “tutsi pop” para el segundo tiempo; si alcanzaba el dinero, un refresco.
Lo que sucedió de ahí en adelante fue una historia de triunfos, derrotas, eliminaciones, un viaje a Orizaba a ver al equipo durante la liguilla de ascenso en 1988, angustias de descenso. Después llegaron los campeonatos y torneos internacionales. También el destino nos deparó la triste historia de Ahumada, el embargo hacendario. Esa nueva etapa de angustias para que los nuevos aficionados recuerden nuestro humilde origen.
Antier, viendo el partido de los veteranos le platicaba a mi hermano de 22 años acerca de mis recuerdos de cada uno de los jugadores que participaron en él, de cómo ha evolucionado el estadio y la afición, de que se han desterrado aquellos pasatiempos como la gallina, la víbora, la media con cal viva, así como el agua de riñón. Ahora pueden ir mujeres solas al estadio. Me atrevo a decir que más del 40% de quienes asisten al estadio son mujeres.
Por la tarde asistí a la kermés organizada en el estacionamiento del estadio. Dentro del museo improvisado, al ver camisetas, fotografías, trofeos, me vinieron a la mente varias anécdotas que provocaron en mí muchísima emoción. Escribirlas llevaría mucho tiempo, pero algún día lo haré, lo prometo. Doy gracias a Dios por haberme permitido vivir esta historia tan hermosa, y gracias a ti, Jaime, por ayudarme a evocar tan lindos recuerdos, por haberme alegrado el día inyectándome optimismo y nuevas ilusiones.