El domingo pasado traje aquí el tema de los osos regiomontanos. Mis cada vez más abundantes lectores (ya tengo ocho) seguramente recuerdan que comenté la falta de medidas técnicas para imprevistos con animales salvajes metidos de golpe en la “civilización”. No hay, en México, un plan de control ante tales contingencias; ni un solo municipio en el país está preparado para lidiar, por ejemplo, con un tigre acechante en la ciudad o, como pasó en la industriosa y millonaria Monterrey, con un osezno asustado. Los casos de fuga terminan, entonces, en tragedia, como si no viviéramos ya en el siglo XXI.
Apenas enfaticé el triste caso de los osos y otra vez cenamos con una noticia que involucra animales exóticos en la ciudad. La elefanta Hildra, del Circo Unión, tomaba sus alimentos en supuesta paz cuando supuestamente pasó un gato entre sus patas y, se supone, la asustó. Incontrolable, la paquidermo (paquidermo significa “piel gruesa” en griego) rompió una débil cerca y comenzó a correr sin rumbo hasta derivar en la carretera México-Tulancingo. Las crónicas explican que su cuidador, Marcelino Delgado Flores, de 22 años, la persiguió sin éxito, pues la velocidad del animal era mucho mayor. Tras correr casi un kilómetro, Hildra pasó despavorida y surrealista por una caseta de cuota para, poco después, encontrarse de frente contra un camión de pasajeros. El impacto de la elefanta (varias toneladas en movimiento) contra el vehículo fue brutal, tanto que el chofer, Tomás López Durán, murió poco después del percance. Lo heroico del caso es que el conductor pudo maniobrar con pericia y logró que el camión no volcara, lo que evitó un desaguisado mayor. Hildra quedó sobre el asfalto, agónica, lejos, lejísimos de su India natal, con todos sus 45 años encima, con toda su gruesa piel gris a punto de expirar. Media hora después cerró su ojo visible y triste. De inmediato, la noticia corrió por el mundo, pues tenía todos los elementos para ser útil al periodismo, sobre todo al sensacionalista. Tras el accidente, salieron a relucir los antecedentes: Marcelino Delgado, cuidador de animales del Circo Unión, tenía apenas un mes en la peculiar chamba. Obviamente, es un diletante en esa materia que, sin duda, demanda una preparación especial, al menos cierta capacitación técnica en el manejo de animales no precisamente comunes en nuestro país. No la tenía: “Llevo un mes laborando con ellos con una paga de 600 pesos semanales, no conozco de animales, no soy ‘elefanto’ profesional, por la mañana pensé en renunciar e irme a Guadalajara en busca de empleo como albañil”. Por esa raquítica paga, el joven cuidador de animales circenses estaba expuesto a cualquier sorpresa, como la que alteró a Hildra, es decir, el gato que en teoría pasó por sus patas mientras ella despachaba su ración de avena cruda. Al final, Marcelino pagará platos que sólo rompió por su necesidad de trabajo, pues permanece detenido. Es probable que el Circo Unión reciba una penalización mínima, pues sí tenían registro de Hildra ante la Dirección General de Vida Silvestre de la Medio Ambiente federal.
Más allá del amarillismo, la historia que unió, gracias al Circo Unión, a Hildra, Tomás y Marcelino, deja un mensaje doble: la necesidad que hay de abolir el penoso deambular de decenas de animales por cirquitos y circotes que en muchos casos los maltratan hasta chupar todo el exótico jugo que contienen. Asimismo, cerrar aquellos zoológicos que no garanticen un medio adecuado para la vida de los animales, aunque soy de los que piensan en su anulación total, pues la ‘infelicidad’ duradera de muchas especies no se compensa con la felicidad momentánea de algunos turistas.
En carta del lunes pasado, Antonio Ibarra Rodríguez, quien leyó mi defensa de los osos regiomontanos, reflexionó sobre el descuido en que viven ciertos animales raros, sobre todo en los circos. Unas horas después, le atinó: Hildra halló su muerte en una autopista y frente a uno de los animales más extraños del reino salvaje: un camión.