miércoles, junio 03, 2009

Siglo XXI. Escritores coahuilenses II























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Luego de las portadas, siguen a continuación, en el mismo orden, los textos que figuran en las contratapas de la serie Siglo XXI. Escritores coahuilenses (II) publicada por la Universidad Autónoma de Coahuila en 2009:

Praga como un cuerpo
Carmen Ávila

El lector de estas páginas será gratificado con más de una agradable sorpresa. Con gran agilidad y soltura de estilo, cualidades de la narradora y cuentista que ya conocíamos en Carmen Ávila, esta escritora nos ofrece aquí un cautivador bordado de ideas e imágenes alrededor del cuerpo. Desde recuerdos de viajes, donde las ciudades se destacan como organismos vivos, hasta las etéreas ideas filosóficas de Paul Valéry, quien concibió la original y extraña noción poética de que tenemos más de un cuerpo, pasando por cuentos, leyendas y consejas humorísticas sobre la nariz: todo esto y más aguarda al lector en las páginas de este breve y ameno libro. En la época actual, cuando el cuerpo humano se ve cada vez más como simple objeto, Carmen Ávila nos recuerda su inmensa trascendencia inmaterial y psicológica. (Francisco González Crussí)

Casa de entonces
Gloria Lozano-Castrejón

En el libro Casa de entonces, se distingue claramente un primer plano de escritura en donde el resultado es sumamente ventajoso para el lector pues hay una escritura fluida, transparente; de alguna manera reproduce la andadura del habla coloquial, tocando a veces el extremo conversacional y, de otra, el confesional.
Pero en seguida, aparece otro plano de escritura que refiere el hallazgo de la memoria que se construye a través del habla del narrador.
Escribir desde ese territorio interior significa cifrar el misterio de la intimidad con la muerte, con el pasado que antes fue vida pero que hoy es ausencia. Esta trampa de la escritura, sin embargo es la que proporciona la certeza de que la muerte no es sino la traducción de la vida a una lengua que nos es extraña porque no es de nuestro dominio.
Desde esta perspectiva, la escritura adquiere la forma de una mirada diagonal en torno al punto de partida donde todo inicia: la intimidad. El acierto de Casa de entonces consiste en no traducir episodios de la historia íntima del narrador, sino en dar otra versión de los hechos desde la trampa de lo íntimo. (Jaime Torres Mendoza)

De la escritura a la evidencia: siete historias (pseudo) policiales
Fernando Fabio Sánchez

En estas historias de Fernando Fabio Sánchez nadie está seguro de nada. Asistimos a un mundo de sombras que se desplazan en la sombra, como fugaces alucinaciones; a un universo apócrifo donde la gente puede ser otra gente en la misma realidad o la misma gente en una realidad distinta; a un cónclave de pesadilla en que comparecen personajes inquietantes. Las apariencias mienten —aunque el lector no debe confiarse, pues no siempre es así— y en los laberintos que acogen a los personajes las salidas no parecen conducir sino a otros laberintos.
En sentido opuesto al juego de las cajas chinas, en De la escritura a la evidencia: siete historias (pseudo) policiales algunos elementos de los cinco primeros relatos aparecen como referencias en el séptimo, que a su vez es contenido por el sexto: “Tres textos”. Este relato —no sólo el más extenso sino también el más elaborado del volumen— comienza con un doble ejercicio: el tratamiento psicoanalítico de un estadounidense perdido en una región de sí mismo y la búsqueda de una hija desaparecida y posiblemente asesinada. Antes de arribar a conclusiones el relato se trunca y nos coloca frente a “La carta soñada” —texto séptimo—, donde cambia el personaje protagónico y la investigación se desplaza hacia el esclarecimiento de media docena de asesinatos.
Autor de tramas complejas, Fernando Fabio Sánchez proyecta una vibrante energía verbal, en correspondencia plena con las vicisitudes de su narrativa. (Gerardo de la Torre)
Enlazar al prólogo escrito por Ignacio Corona (Ohio State University)

La dispersión
Marco Antonio Jiménez Gómez del Campo

Los seres humanos, con la bendición y el terrible castigo de vivir regidos por la conciencia, hemos enfrentado el hecho ineludible de la muerte, por todos los medios imaginables. La magia, la ciencia, la filosofía, las artes todas, se han ocupado del tema a lo largo de los siglos, buscando hallar una respuesta que satisfaga nuestra curiosidad y mitigue la ansiedad que nos asedia. Existe, también, tal vez porque así obviamos su existencia, la poca o nula mención a la parte más significativa del tránsito entre el ser y el dejar de ser: la agonía, que se procura dejar en el campo de la medicina.
De esta suerte, confundimos el hecho de morir, con el memento mori, salvándonos en las anticipaciones, de pensar en el dolor físico, asociado con la agonía, ya sea breve o prolongada. Nacer y morir, instantes cruciales de la existencia. “Sólo la Muerte puede hablar de la muerte”, clama el poeta Hugo Von Hofmannsthal, por conducto de su personaje, Claudio, en la obra teatral El loco y la muerte. Por su parte, André Malraux, murmura: “Sólo mi muerte cuenta”.
Marco Antonio Jiménez, se aventura en la tradición del Ars moriendi, apoyándose en secciones marcadas por los cuatro elementos, tierra, agua, aire y fuego, que van antecedidas de citas de Ken Wilber y Rob Nairn. “Para que te descifren las sonoridades/ de la muerte/ el desierto retira sus lámparas,/ apareces presa de palabras/ de oscuros escribientes:/ es la tierra iniciando en tu cuerpo/ las disoluciones,/ los ceremoniales de la última escritura”. Es una poesía con rumores de otras latitudes, de otras culturas, que a primera vista nos resulta remota y, sin embargo, cuyos elementos son de una proximidad llena de frescas resonancias. ¿Nos atreveremos a entrar? (Jaime Augusto Shelley)

Dolor de ser isla
Gilberto Prado Galán

Se dice, una y otra vez, que en México no se lee poesía. Aunque si se camina por los pasillos de las librerías, siempre encontrará un sección (grande o pequeña, según el establecimiento), dedicada a ella. Los libros de poesía se venden. Alguien los lee. Y es de creerse que, en realidad, lo que sucede es más sencillo de lo que parece: La gente lee poesía pero no gusta hablar de ello. Un cierto pudor, un deseo de mantener esa actividad en secreto, a solas, sin mención pública para que nadie vaya a creer que se es sensible, o peor aún, débil. O bien, el libro de poemas que nos gusta no parece tener la misma respetabilidad o importancia que uno de Historia o Matemáticas y no se ostenta el hecho de adquirirlo. Todavía más: si un libro nos impacta emocionalmente, si nos conmueve, incluso hasta llegar a las lágrimas, será difícil compartir dicha experiencia con alguien.
Con Dolor de ser isla, esto puede acontecer. La pérdida del ser querido cala profundamente en la conciencia del poeta y eso se refleja angustiosamente en sus poemas, aunque de modo contenido. Y la presencia de la muerte (a veces propia, a veces ajena) permea las páginas del libro, de manera obsesiva. Su hálito va tocando cada fibra sensible del lector, de modo entrecruzado con su opuesto, el amor, el recuerdo del amor, su aroma inagotable, en una ronda ciega —otro elemento perturbador es la ceguera—, en “Umbría”, poema corto, nos dice: “En la noche tu luz no me responde/ no traza ningún nombre en las paredes,/ no camina su historia, no me llama,/ no abre ninguna puerta, no ilumina/ los gritos que anochecen las ventanas (…)”. Poemas perturbadores que se deslizan por las páginas y nos confrontan con el dolor. Su dolor, nuestro dolor. ¿Dónde se establece una frontera? (Jaime Augusto Shelley)

Duende de luna y noche
Haidy Arreola Semadeni

Este libro suena, fluye libremente por el cauce de la página. Su autora se encuentra plena de intuiciones rítmicas, sin duda su oído se encuentra afinado con la mejor poesía; o debería decir, con la mejor música.
Pareciera estar hecho de un tirón, porque en realidad se lee así, como un solo poema por la imantación de sus acentos. Pero en realidad sabemos que es una ilusión y detrás de cada poema hay un trabajo arduo, una labor que luce por su transparencia. Pocas veces, y esto sucede con alguna de la poesía contemporánea, recordamos que la poesía está hecha de versos, que tiene un espíritu dentro que se agita y sacude la página. En la lectura de los poemas de Haydi Arreola Semanedi algo late. No sólo es el corazón en trance erótico, en tono nostálgico; hay algo en su interior que se mueve en el diapasón de la poesía. (Édgar Valencia)

La invitación. Alfonso Reyes y la literatura fantástica
Édgar Valencia

Resulta reconfortante y agradecible en los tiempos que vivimos, el hecho de que un investigador literario se lance a escudriñar los escombros de nuestra cultura del siglo pasado y regrese con una pequeña joya entre las manos, algo que había sido dejado allí, en aquel laberinto de palabras. Se ha estudiado muy poco la importancia decisiva que resultó la reunión de un grupo de jóvenes intelectuales interesados en la transformación del ámbito cultural de nuestro país en el periodo final del porfirismo y su cauda de “positivistas”. Destacará pasados los años, de aquel grupo, denominado del Ateneo, dado su excepcional caso personal, un joven llamado Alfonso Reyes. Su padre, caería acribillado en su intento de toma del Palacio Nacional, durante la Decena Trágica. Esto convierte al intelectual y hombre de letras más destacado de la época, en una especie de ícono.
El escritor, dada su situación conflictiva en México, decide residir en Europa donde eventualmente ingresa al servicio diplomático y sirve al país de manera ejemplar en varios países. Es en este peregrinaje que Reyes empieza a publicar obras de ficción y, en particular, de literatura fantástica. Édgar Valencia se ocupa de dos textos que considera paradigmáticos, publicados en 1922, en el volumen El Plano Oblicuo. Y para hacerlo, cree conveniente acercarnos al marco referencial del cuento fantástico, lo que se dio en llamar género, o subgénero literario, como el autor apunta.
Recorremos así un camino muy bien trazado del desarrollo de esa corriente que Reyes debió conocer a profundidad, dada su inagotable curiosidad intelectual , cuyo meollo más visible aparece en la Francia del siglo XlX, con autores como Villiers de L’isle Adam, Gérard de Nerval y ya en los principios del XX, Guillaume Apollinaire en su vertiente, poco conocida, de cuentista.
Los dos cuentos seleccionados “La cena” y “De cómo Chamisso dialogó con un aparador holandés” por el autor para su estudio, provocan en el lector avispado el deseo de volver a la lectura de otras obras de ese fino escritor que fue Alfonso Reyes, tan respetado por Borges y muchos otros y que, al parecer, las premuras de nuestra sociedad actual, tan dada a las novedades editoriales meramente comerciales, omiten. (Jaime Augusto Shelley)

José Tercero
José Luis Luna

José Tercero, guión cinematográfico de José Luis Luna, es un ejercicio ágil que nos instala desde las primeras líneas en un ambiente donde la incertidumbre y la certeza se confirman mutuamente, donde el destino de los personajes, atraído por un potente imán hacia el centro de la historia que se cuenta, multiplica las posibilidades de un desenlace teñido de acrimonia.
Un encuentro fortuito es el inicio de una historia que abre la lente para mostrarnos cómo ni el tiempo ni el espacio son estáticos, y a la vez, develar una bella metáfora acerca de la condición humana: José Eliseo y Fermín se confrontan sólo por un instante y así, un círculo que inicio su perímetro muchas décadas atrás , se completa con un giro en apariencia inesperado pero en el fondo crucial, sustancial. También, como líneas en fuga que parecieran no tener origen, José Eliseo y Fermín vienen a encontrarse en otro tiempo como ánimas en busca del descanso eterno, pero no de sus almas, sino de las de sus antepasados. Teniendo como paisaje de fondo la ciudad y escalando a cada minuto la tensión de la historia, los personajes involucrados intentan escapar de lo imposible: la certeza de que todo va en caída y de que nadie saldrá ileso en el trance.
Una historia sencilla que concentra su fuerza en la fluidez de la trama y que se apoya en un lenguaje coloquial y directo, que hace de la anécdota que se cuenta el objeto único a observar, se convierte de pronto en una mirada tan abierta como para que el paisaje luminoso y hostil produzcan armonías y en un testimonio tan personal como para que reconozcamos de inmediato la fuerza creativa de su autor.
Este guión, que en el verano de 2008 se filmó con la colaboración de artistas independientes en la ciudad de Monclova, es el principio de una carrera que seguramente será fructífera y plena en la vida de José Luis Luna. (Luis Javier Alvarado)

Kilómetro cero
Jorge Valdés Díaz-Vélez

Kilómetro cero, reunión de cuatro libros de Jorge Valdés Díaz-Vélez, parte de la obra ganadora que recibió en España el Premio Internacional de Poesía Miguel Hernández-Comunidad Valenciana 2007, Los Alebrijes y culmina con el poemario Premio Nacional de Poesía Aguascalientes 1998, La puerta giratoria. En ella transcurre un periplo poético que nos habla de la constante ascensión del trabajo de Jorge, miembro distinguido de ese gremio de diplomáticos escritores que han hecho del viaje una forma de vida, y que se hermanan sin poner reparos con los artistas de los países en los que van pasando momentos fundamentales de sus vidas.
El arraigo y el desarraigo son el constante vaivén de esas vidas capaces de parar sus tiendas en cualquier valle o cualquier desierto, y de celebrar los paisajes físicos y humanos que se extienden ante sus ojos. Argentina, Cuba, Costa Rica, España, Estados Unidos; ciudad de México, Torreón, Saltillo... son muchos los lugares en los que Jorge ha vivido, cumplido puntualmente sus tareas (“a mi trabajo acudo, con mi dinero pago” decía Machado), y realizado su labor creativa en la que le va la vida de por medio. Su Ítaca, es sin duda, Coahuila. Por “bosques y espesuras” lleva sobre los hombros la región de desiertos, oasis y espejismos que atesora los momentos iniciales de su amor por la poesía.
El viaje y el amor son los temas esenciales de una poesía que encontró su forma de decir las cosas y de acercarse a la vida y sus contrastes con ojos deslumbrados, pero también con sosiego y con esa sabiduría que es mayor cuando se ha poetizado. “En donde diga brisa, ciudad que me abandona”, dice este viajero desde la terraza de su madurez poética y, como Leopardi, bajo las vagas estrellas de la Osa Mayor contempladas desde la terraza de la casa paterna. (Hugo Gutiérrez Vega)

Microcosmos. El hombre como compendio del ser
Mauricio Beuchot

Si usted es el tipo de persona que rehúye instintivamente cualquier aproximación a la filosofía bajo el pretexto de que es muy difícil de entender, aquí se verá atrapado en el maravilloso sendero que el autor va abriendo ante nuestros ojos, conforme la lectura avanza por terrenos a los que nunca nos hubiéramos atrevido a penetrar. Gracias a un lenguaje sencillo y haciendo buen uso de su enorme bagaje de erudición, este camino que nos brinda el autor resulta de gran enriquecimiento para el lector, sea lego o no. La propuesta es directa: el mundo en el que estamos inmersos tiende a fisicalizarse, a punto tal, que la espiritualidad tiende a desaparecer de casi todas nuestras actividades diarias y especialmente en el ejercicio de nuestra ética y la percepción ontológica.
Abra el libro y siga las huellas: un impresionante recorrido le espera. La historia del pensamiento occidental, desde sus inicios hasta nuestros días, con referencias y citas claras y abundantes que enmarcan este especulum (espejo).
Sócrates, recuerda Platón, diferenciaba la doxa (opinión), del pensamiento metódico y sistematizado, con el que podremos llegar a la verdad. La primera sólo crea o aumenta la confusión en el diálogo, al carecer de fundamentaciones sólidas. Y si lo miramos bien, la mayor parte de nuestra comunicación con o desde el mundo que nos circunda, íntimo, social o profesional, se mueve en planos mutables, poco confiables.
El ser humano, nos dice nuestro autor, es concebido, desde el pensamiento más antiguo, como un microcosmos. “En él participan todos los modos del ser: el mineral, el vegetal, el animal y el espiritual”. Y a partir de allí, el panorama se va abriendo por diversas disciplinas: desde el lenguaje, la lógica, la ciencia, hasta la historia y la filosofía metafísica, la ética y la justicia, para concluir en la religión y la mística. Lea el mapa, llegará a su destino. (Jaime Augusto Shelley)

Poliéster
Dana Gelinas

Al abrir este libro se encontrará el lector(a) con un sinfín de sorpresivas imágenes
estampadas de manera sucesiva. Textos que emergen de un plano de luz y claridad aun a mitad de la oscuridad exterior. Lo que ilumina estas palabras esparcidas como semillas en la página, es la sensación que acomete al lector de estar allí, testigo presencial de un acontecer durante la gestación y fluir de la experiencia poética.
Brotan entonces, desde el fondo de la percepción, sin deseo de dejar sedimentar, los sucesos vívidos, palpables, el aquí y el ahora, en el poema.
Casi con carácter de testimonio, afloran tribulaciones e instrumentos del orden cotidiano, sólo que envueltos en el verbo, y de este modo, una mirada que, transformada en palabras, nos remite a otra visión: “En el principio fue la escalera./
A Dios no le importaba subir;/ arriba nadie lo esperaba./ Sin la escalera se habría tropezado./De seguro creó la escalera para acceder al jardín de sus criaturas”. (“Downstairs”).
En el transitar continuo, agotador, de la ciudad y el trasiego de sus mercancías, vuelve a aparecer la mirada que inquiere por un más acá, rozando la línea de la “normalidad” asumida con dejos de sorna enternecida. “En un mediodía blanco/ una novia de vitrina se pasea entre quinceañeras amarillas. (…) Una matrona, enrojecida y ancha,/ vigila los pasos de las novias muertas/ que cuidan la tienda/ y venden un vestido/ sin pensar en nada”. (“La calle de las novias”).
El ojo, el gesto, la sonrisa, son sin duda femeninos. Nos acercan a esa interioridad que en la poesía pocas veces nos es dable estrechar, retener en las manos.
Y sucede lo que siempre sucede. Que el otro mundo se estrella en el rostro fragante y armónico de los días en sí, para sí. Aquello de afuera ahora dentro, encarnando el dolor y el sufrimiento. La Montaña en Chiapas es una herida que no cicatriza: “—No hay guerra / Estamos abiertos al diálogo./ Se oye un llanto de niños tras la maleza/ —Es la selva. Está llena de animales”. (“Sólo Dios, Chiapas”). “Será difícil vivir/ sin la paz de la inocencia”. (“Cara o cruz”).
Lector: la suerte está echada. (Jaime Augusto Shelley)

Registro de causantes
Daniel Sada

Daniel Sada se mueve bien en las distancias cortas: sus cuentos se extienden, en su oportuna brevedad, sobre paisajes desérticos y anécdotas que, a pesar de su sencillez, o quizá precisamente a causa de ella, devienen historias más complejas que rayan en lo excéntrico y rezuman, a menudo, una imaginación desbocada en su originalidad. En los agrestes parajes del norte mexicano recorridos por la pluma del escritor, lo cotidiano se convierte en una oportunidad para explorar los extremos humanos: desde el sexo, la corrupción y el abandono, hasta los deportes, la religión y el dinero, con un sentido del humor a veces anárquico, a veces hilarante y otras tantas simplemente trágico. El resultado es una visión desolada del campo y de sus pobladores, del todo ajena a la tendencia cosmopolita de nuestro tiempo, que nada tiene que ver con el costumbrismo. O con el realismo.
Los dieciséis cuentos que componen Registro de causantes tienen una vertiente común, a más del constante desamparo que desprenden el paisaje de la provincia y sus personajes: el empleo de una narrativa indócil, las más de las veces tan incómoda como eficaz. Domina en los textos un ritmo vertiginoso, revelador de mentiras y verdades que sólo pueden descubrirse cuando se lee entre líneas. Así, a la obsesión por los temas que cada historia esboza se suma otra, igualmente subversiva: la obsesión por un lenguaje depurado, punzante, que obliga al lector a sumergirse en un singular universo de rarezas. (Gerardo de la Torre)

Tres amores (o más)
Francisco José Amparán

Tres amores (o más) reúne el mismo número de historias: tres novelas cortas que comparten la desasosegada y melancólica visión del mundo del coahuilense Francisco José Amparán, cuya narrativa llana y directa, totalmente despojada de adornos, deja entrever su largo entrenamiento como periodista. Francisco José Amparán se desplaza por la ficción con la seguridad de quien se ha dedicado a contar los hechos de la vida real y sabe distinguir entre lo relevante y lo que debe guardarse en la memoria, de forma que en estas páginas permanece únicamente aquello que debe ser dicho: lo indispensable para el desarrollo de una trama sin puertas falsas, sin estorbos.
En “Pavana a cuatro voces” son revelados los misterios alrededor de un aparente pacto de muerte: una psiquiatra, un sacerdote y dos suicidas ofrecen un mosaico polifónico que detalla el acontecimiento detonador y lo saca de la nota roja para convertirlo en una evocación de la culpa y la búsqueda del perdón. “Crónica para Helen” es casi una novela doble: mientras un narrador en segunda persona cuenta la historia de una niña y su vocación de escritora, ella, a su vez, narra el devenir de sus personajes, quienes no son más que el espejo donde Helen deposita, paulatinamente, su experiencia de vida. Finalmente, en “Cómo gané la guerra” un hermético anciano da cuenta de su más temible batalla; no la que hizo que México ingresara a la Segunda Guerra Mundial, sino otra que ocupó el mismo tiempo: la de un amor obtenido a pulso. (Gerardo de la Torre)

Silabario de Eros
Fernando Martínez Sánchez

Vamos de la mano del poeta a recorrer dos paisajes, dos campos que se entrelazan, bifurcan y vuelven a entrelazarse, incesantes. El cuerpo de la mujer amada y la ciudad son los temas de este libro con una extraña cronología que es posible asumir en el viaje, sin sentir extrañeza, gracias al paso, también gradual, de las formas tradicionales de verso medido en su primera sección, al verso libre, libérrimo, en las partes media y final. Un viaje por las formas, en el más estricto sentido.
La forma del cuerpo de una (¿o unas?) mujer(es) y el de la ciudad, conforme se suceden los tiempos, internos y externos que van marcando la modificación de la mirada, el proceso de revisión del acontecer existencial. “La ciudad es ahora/ un lugar a merced de todas las ausencias;/ las sirenas perdieron sus escamas/ y el hechizo del canto;/ expiró la rima bajo las ruedas del metro/ y los verbos se ahogaron en la lluvia inclemente.” (“La crueldad del crepúsculo”).
Se avanza por un territorio a veces soleado y, en otras, sombrío, nostálgico, aunque siempre cargado de la intensa emoción que nos prodiga en sus versos el autor. (Jaime Augusto Shelley)