miércoles, agosto 16, 2023

Mientras el producto de achica

 







De mi amigo Orlando Van Bredam (Villa San Marcial, Entre Ríos, Argentina, 1952) tengo, entre otros libros, una novela escrita en clave de crónica o reportaje cuyo título es inmejorable para ceñir el tema que aborda: Mientras el mundo se achica (Editorial Fundación La Hendija, Paraná, 2014, 99 pp.). Su protagonista es, o fue, un personaje real: el basquetbolista argentino Jorge González, hombre que desde la adolescencia comenzó a crecer y crecer, lo que en principio favoreció su desempeño en el basquetbol pero a la postre terminó por convertirse en hándicap para su salud. Jugó en la selección argentina, probó suerte, sin fortuna, en la NBA y cerró su vida deportiva en la estrafalaria y pésima lucha libre de Estados Unidos donde alcanzó alguna celebridad por ser el gladiador más alto de la historia: 2,29 metros. Nació en 1966 y murió joven, a los 44, en 2010.

Pero, aunque me sirve de introducción, no es del Gigante González sobre quien deseo escribir en estos párrafos. Sólo me agarro del título Mientras el mundo se achica para comentar que así me siento con frecuencia al salir de las tiendas, pues muchos productos de consumo más o menos frecuente se han achicado hasta convertirse en miniatura gastronómica. Sé, lo tengo muy claro, que la mayoría son chatarra, pero eso no quita que se trate de un fraude fraguado lentamente, durante años de gradual empequeñecimiento.

Un especialista en asuntos de mercado y consumo me explicó que el fenómeno del achicamiento en el tamaño del producto se debe a la inflación. Las empresas, para no incrementar el precio de sus productos con el fin de no desalentar el consumo, han programado la reducción al tamaño de lo que venden. Ahora bien, esta política tiene un límite, es decir, las empresas no pueden reducir el volumen y el peso del producto de manera infinita, pues con esa tendencia los consumidores terminarían comprando vacía la bolsita de celofán. Es viable suponer, entonces, que luego de la reducción de peso y tamaño se dé una reducción en la calidad de los ingredientes. Puede ser.

La tendencia achicadora se ejecuta con mayor facilidad en los alimentos procesados. Reitero que yo lo he notado sobre todo en muchos o en todos los denominados, no sin razón, chatarra. Alguien podrá aplaudir esa política, pues debido a ella consumiremos menos basura, pero insisto que no me refiero a las nulas propiedades nutritivas del producto sino al fraude que implica, dado que al mismo o mayor precio se vende un bien que a leguas es más pequeño que el conocido años ha. ¿Y por qué es más fácil hacer este chanchullo con los alimentos procesados? Fácil: porque el consumidor no puede compararlos directamente. Todos notamos que los Pingüinos Marinela son más chicos que los disponibles hace diez o quince años, pero nadie conserva un paquete para atestiguarlo de manera fehaciente. Y así con muchos otros productos: nuestra memoria nos advierte que las pastillas Halls tenían cierto tamaño y eran perfectamente gruesas y cuadradas, así que en poco se parecen a las que hoy podemos conseguir: más pequeñas, de forma irregular y medio redondeada para ahorrar a la empresa cuatro esquinas de ingrediente.

Por todo esto, digo, me gusta el título del libro mencionado hace algunos renglones, pues resume muy bien lo que nos ha pasado: como cualquier mexicano, soy un consumidor que sin querer aterrizó en Lilliput, un mundo en el que las políticas marrulleras de muchas empresas han miniaturizado lo que compramos.