Todos
somos vagabundos en internet. Quizá es posible privarse de las redes sociales,
pero es un hecho que el contacto con la web nos abre la puerta a la vagancia
digital. Esta es la razón por la que muchas veces me he sorprendido navegando
en páginas impensadas, escudriñando espacios que no estaban en el presupuesto
al principio de alguna navegación. Es como si los hipervínculos fueran un
pueblo siempre nuevo y nosotros eternos turistas: erramos por allí dejándonos
llevar, engatusados, por la curiosidad.
Por
supuesto que uno debe ser muy celoso de su tiempo para evitar las pérdidas
miserables de vida en el reino de la digitalidad. Pero la lucha es dura, y no
tiene cuartel. Esto se comprueba —lo digo como conejillo de Indias— frente a la
novedad de los años recientes: los videos breves al modo de tictok y formatos
semejantes. Su poder de hechizo es inmenso, y con el apoyo del algoritmo
resulta demoledor: uno ve un video y de inmediato se desencadena una ristra
indetenible e inagotable de nuevos videítos. Es un mal de nuestra época, la
manera más estúpida de dilapidar la poca vida que tenemos.
Christian
Ferrer, sociólogo argentino al que admiro, comentó en una entrevista lo
siguiente. Creo que sus palabras sirven para que al menos reparemos en que el
daño no es otro que la vacuidad a la que tales adicciones nos conducen: “… millones
y millones de personas se están autopercibiendo como emisoras de información
sobre todo en las redes sociales. Es así: niños, adultos, viejos, todos están
obligados a emitir información sin que importe el contenido, lo importante es
la emisión, y sin que además estas personas, aunque no se les oculte lo que
está ocurriendo, se preocupen mucho por el control y la vigilancia que se está ejerciendo
sobre ellas, porque sencillamente hacen una ecuación: mi narcisismo es más
importante que la vigilancia (…) estas redes sociales cumplen una función muy
útil: que permiten que toda la bilis, la crueldad, la vanidad, los peores
sentimientos, se vehiculicen. Si no se vehiculizaran por las redes sociales, la
gente estaría degollándose una a otra…”.
Puede parecer excesivo, pero es cierto: las redes tienen un componente atroz que más vale no perder nunca de foco.