El
jueves escribí este post: En la Casa Juárez vi este hermoso adorno (una caja
antigua de sal de uvas Picot) que detonó en mí, proustianamente, un recuerdo de
la infancia. A la sal de uvas Picot la mencionábamos en masculino: “Tómate un
sal de uvas”, y ya no decíamos “Picot”, pues se suponía que la única sal de
uvas era la de esa marca. También recuerdo que no se oía “sal de uvas”, sino
como una sola palabra: “saldiuvas”. Esa empresa produjo durante muchos años unos cancioneros con los éxitos musicales del momento, pero fueron famosos antes de
que yo naciera. Lo que sí recuerdo, y conservo, es el cancionero Bimbo que
circuló en los setenta, con prólogo y notas de Sergio Romano, un locutor con
peluquín que luego saldría en programas de Imevisión. El librito me impresionaba,
y por eso lo conservo: me parecía increíble poder leer las canciones famosas
del repertorio mexicano, como si el sonido se materializara allí en papel y
tinta. En un mundo ágrafo y sin publicaciones a la mano, ese cancionero fue
para mí una forma de acceder a la literatura que se defiende sola, sin la
muleta de la música. Todo lector comienza de algún modo: yo comencé con el
periódico La Opinión (hoy Milenio Laguna), revistas de futbol y el
cancionero Bimbo.
Las
respuestas a este comentario fueron inmediatas.
Claudia
Tellaeche, desde Chihuahua, señala que tiene una cajita idéntica: “Yo lo veo a
diario en mi cocina, me encanta, es un tesoro obtenido de la tienda de mi
bisabuelo”.
Juanjo
Rodríguez, escritor mazatleco, agregó: “Sergio Romano acabó en la tele local de
Hermosillo, ya sin peluquín, con un programa propio… y creo que lo anunciaba
Lily Téllez. Por cierto, la empresa de sal de uvas Picot era un tejaban con
unas señoras en la ciudad de México que revolvían las sales y pegaban ahí mismo
las etiquetas. El dueño se hizo rico gracias un comercial de los inicios de la
radio que lo invento Cri Cri, que era locutor y productor a ratos: ‘Cuando
aprieta el ardor, y el calor es agobiante, tome algo refrescante, con sal de
uvas Picot’. Se volvió un éxito ese anuncio y también el producto. Lo leí en
las memorias de don Gabilondo Soler, que son muy divertidas”.
Zita
Barragán, escritora de Durango, apuntó: “Debí conservar mis cancioneros Picot,
no sé qué hice con ellos. ‘La mandíbula batiente, llaman a Chencho Mejía,
porque come todo el día y luego se siente mal, atacado por agudo malestar
estomacal. Oh, y ahora ¿quién me lo quita? Te lo quita Burbujita, de la sal de
uvas Picot”.
Toda
esta memoria colectiva por culpa de un adorno y la palabra “Picot”.