El
título es de por sí largo y se alarga más con el subtítulo: La noche en que Frankenstein leyó el
Quijote. La vida secreta de los libros (Planeta, México, 2012, 230 pp.), de
Santiago Posteguillo (Valencia, 1967), y se trata de un libro rico en datos,
entretenido y bien escrito, de tono sobriamente divulgativo.
Había
postergado a Posteguillo por uno de esos mil prejuicios que uno tiene como
lector: ciertos temas, ciertos abordajes, cierta mercadotecnia, ciertas épocas
como trasfondo e incluso cierto estilo de portadas alejan a ciertos lectores de
muchos escritores quizá atendibles, pero lamentablemente envueltos en el aura
no canónica del éxito comercial y de los asuntos que atraen la atención de
Hollywood. Un caso notable que se ciñe a lo que deseo explicar es El código Da Vinci, libro en el que
jamás puse una yema.
Tal
vez me equivoco, seguro que es así, pero las novelas de Posteguillo no me
atraían por lo ya enumerado. En fin: una de las libertades de todo lector es la
libertad de errar. Pero el desdén no se dio cuando en la librería de viejo
detecté hace poco el libro del título largo ya citado. Leí su contratapa, vi su
índice, lo compré por curiosidad y terminé leyéndolo de jalón, con gusto y
gratitud, pues se trata de un engarce de estampas biográficas en las que los
protagonistas son, siempre, algún autor, el contexto en el que nacieron sus
libros o algún otro detalle próximo.
Posteguillo
tiene perfil académico, detrás de lo que escribe hay un soporte documental que
en este caso suma al final del libro. Junto con esto, apela a las licencias de
la imaginación y logra por ello construir piezas magníficas en las que no
sentimos los datos como datos, sino como pormenores naturales de las vidas que reconstruye.
Si
no he contado mal, son 24 las piezas que componen La noche… En una reseña tan corta como la que vas leyendo, amable
lector (perdón por la fórmula cervantina), es imposible dar cuenta acabada del
contenido de cada una. Además, es imposible no elegir algunas favoritas. Por
ejemplo, en la que da título al libro, Posteguillo describe cómo Mary Shelley,
la creadora del famoso monstruo con tornillo en el cuello, fue lectora
apasionada del hidalgo manchego, esto al grado de aprender nuestra lengua sólo
para releerlo.
Unas
piezas después, el autor valenciano se detiene en el momento en el que Conan
Doyle mató a Sherlock Holmes y la broncota que se le armó por ese crimen de
leso personaje literario, un brete del que pudo salir mediante la técnica de la
resucitación. El sir tenía que
revivirlo o exponerse al desprecio de los lectores.
Todas
las estampas tienen, insisto, buen sabor, un tono adecuado para leer con
gusto. Algunas participan incluso de la crónica, de una autorreferencialidad
nada incómoda, como ocurre con aquélla en la que Posteguillo cuenta haber dialogado, en la
Semana Negra de Gijón, con Anne Perry, la escritora inglesa que a los quince
años, precozmente coludida con su amiguita Pauline Parker, despachó al más
allá, en Nueva Zelanda, a la señora Parker, travesura que años después daría
pie a la producción de la película Criaturas
celestiales (1994).
No prometí compartir mucho de este libro ameno y misceláneo. Sólo diré para cerrar que me llevé una sorpresa (obviamente grata) con Posteguillo y de aquí en delante buscaré, al menos, sus libros de no ficción. Ya le tomé el pulso a uno y me agradó.