Digamos que es una frustración algo infantil, pero
importante porque hoy es facilísimo no quedarse con las ganas que voy a
comentar. Estábamos ya cerca de cruzar la frontera de los milenios, era 1998, y
en alguno de sus días fue revelado el nombre del ganador del premio nacional de
poesía Enriqueta Ochoa. Resultó que el ganador fue una ganadora, la poeta michoacana
Lucía Rivadeneyra, con el libro En cada
cicatriz cabe la vida. Pasaron algunas semanas y por invitación de no
recuerdo quién asistí a la premiación en el antiguo edificio de la presidencia municipal
de Torreón, ya demolido para dar espacio a la actual Plaza Mayor. En la
ceremonia estuvieron presentes, obviamente, la ganadora del certamen y nada más
ni nada menos que doña Enriqueta Ochoa. Allí la conocí personalmente. Ella
tenía en aquel momento setenta años justos, y creo que ese fue su último viaje,
o acaso el penúltimo, no sé, a la ciudad que la vio nacer el 2 de mayo 1928.
La ceremonia se desarrolló según el protocolo de esos
actos, y yo sólo estuve allí en calidad de público. Al final logré acercarme a
doña Enriqueta, la saludé, le dije tres o cuatro admiradas palabras entre la
gente que la rodeaba y me fui para seguir en alguna de mis actividades. Me
sentía orgulloso: había conocido y saludado de mano a nuestra máxima poeta.
No recuerdo si ese mismo día o al día siguiente yo estaba
trabajando en mi oficina de la revista Brecha,
donde coordinaba el suplemento cultural, cuando recibí una llamada algo
imperiosa. Mi amigo Fernando Martínez Sánchez, también escritor, me instó a
correr hacia el restaurante del hotel Marriot para comer junto a él, María (su
esposa), Lucía Rivadeneyra y Enriqueta Ochoa. Creí que era una broma, pero
Fernando me aseguró que no, que me estaba llamado de la recepción del hotel y
que en cinco minutos estarían sentados en una mesa junto a la gran escritora. “Vente
ya”, me dijo.
Sin pensarlo dejé todo como estaba, corrí a mi auto (¿la
Caribe?) y avancé hasta el restaurante. Llegué diez minutos después y, en
efecto, como me lo había dicho Fernando, allí estaban ya reunidos y con el
gesto de revisar las cartas del menú. Fernando me presentó con su amiga
Enriqueta, le dijo que yo era el joven escritor lagunero del que le había
hablado, y Enriqueta me indicó que la silla vacía ubicada a su izquierda era la
que habían dejado disponible para mí. La conversación se dio como siempre en las
reuniones colectivas, azarosamente. Como doña Enriqueta, Lucía Rivadeneyra era
una persona muy cordial, y no faltó, claro, que se hablara sobre poesía.
Recuerdo que la maestra habló algo de sus achaques, de sus malestares, pero de
modo amable, como una consecuencia lógica de la edad. Aunque la tenía a un
lado, creo que no le pregunté nada directamente, pues supongo que me sentía
anulado ante su ya mítica estatura. Al final, la comida duró como una hora o
poco más, y nos despedimos.
En el regreso a la oficina reparé en el detalle: no había
llevado un libro de Enriqueta para obtener de ella una dedicatoria. Tampoco se
había hecho una sola foto grupal, pues todavía faltaban algunos años para tener
cámaras ubicuas en los celulares. Decidí entonces investigar el lapso que
duraría la estancia de la maestra en Torreón, pero luego me devoró la chamba y
dejé esa búsqueda para cualquier otra ocasión que por supuesto no se dio, y así
quedé, con esta frustración de por vida. Cierto que años después presenté en el
Teatro Nazas, junto a Esther Hernández Palacios, especialista en la obra de
Enriqueta Ochoa, la obra poética completa de EO publicada por el Fondo de
Cultura Económica, pero en aquella oportunidad la maestra ya no viajó a
Torreón. Así llegó el 2008, cuando murió a los ochenta años, y esto significa que
en 2023 cumpliremos el aniversario quince de su partida.
Por suerte, y sobre todo en Coahuila, como debe ser, la
obra de nuestra poeta mayor ha sido multiplicada en varios libros y homenajes.
Uno de los títulos más bellos publicados en estos años es El fuego que arrasó mis llanuras. Fue editado por la Secretaría de
Cultura de Coahuila y está disponible para descarga gratuita en el portal de la
SEC, aquí.
Se trata de un libro, digamos, introductorio a la vida y
a la obra de la maestra. En la presentación, Ana Sofía García, secretaria de la
SEC, al referirse al primer libro de EO, señala que “La recepción que tuvo el poemario en su ciudad, y en México, fue
escandalosa: los curas, desde el púlpito, prohibían que se leyera el libro y
algunas religiosas le aconsejaban que lo quemara. Desde su primer libro, se
escuchó la voz poética, potente y desgarradora, de Enriqueta, se sintió el
dolor de la palabra que, de alguna manera, se reafirmaría más tarde con poemarios
como Los himnos del ciego, Retorno de Electra, Bajo el oro
pequeño de los trigos y Asaltos a la memoria”.
Contiene asimismo una página que no resisto la tentación
de citar íntegramente: “Para mí la
poesía es el hallazgo de lo insólito en lo cotidiano. Después de que se ha
descendido a las zonas más profundas del ser, más allá de la travesía del
subconsciente, en donde lo sublime y lo terrible se dan la mano, la palabra
nombra la esencia y existencia del hombre. Es el mundo de las vivencias el que
mejor configura los símbolos, la magia, las imágenes, la liberación de las
palabras concretas. La poesía como labor es ardua y en ella es fácil perderse,
desmoronarse en pequeños fuegos artificiales. Yo quiero ir más allá, decir lo
más entrañable mío, que en todos los casos es de los demás”, dijo EO; el libro suma
ensayos de Beatriz Espejo (“Enriqueta
Ochoa”), Esther Hernández Palacios (“Enriqueta Ochoa o el
retorno del mito”), Javier Molina (“Prohibido desde el púlpito, un libro de
Enriqueta Ochoa”), Emmanuel Carballo
(“Escritura al margen de capillas y modas”) y Adriana del Moral (“Bautizada por el viento. Entrevista con
Enriqueta Ochoa”), y, además, entre los ensayos, añade varios de los poemas más
representativos en la obra enriqueteana.
Este libro es una bella y cómoda edición de Alejandro Beltrán con ilustraciones de Estefanía Nicté Estrada. Por todo, y dado que en 2023 llegamos al décimo quinto aniversario luctuoso de Enriqueta Ochoa, como documento es ideal para lograr un primer acercamiento a la vida y la obra de la poeta mayor de La Laguna.