El gentilicio, ese adjetivo formado con el
nombre de lugares, tiene un montón de variedades sufijatorias: paris-ino,
canadi-ense, israel-ita, marroqu-í, congo-lés, madri-leño, rus-o, alem-án,
chil-eno, mexic-ano, etcétera. Otros adquieren formas extrañas, como vallisoletano
(de Valladolid), onubense (de Huelva), sardo (de Cerdeña), bordelés (de
Burdeos). Tengo para mí que en México hay cuatro muy difíciles de adivinar para
cualquier extranjero: los gentilicios de quienes nacieron y/o radican en
Piedras Negras, Aguascalientes, Monterrey y Gómez Palacio. En lugar de
“piedrasnegrense”, “petrinegino”, “petronegrita”, “piedrinegreño”, etcétera,
los de allá han elegido “nigropetense”; en lugar de “aguascalentense”,
“aguascalentí”, “acuicaldoso”, “aguascalentés”, “aguascalentita”, los de allá
han elegido “hidrocálido”; en lugar de “monterreyeno”, “monterreyita”,
“monterreyense”, los de allá han elegido “regiomontano”; y en lugar de
“gomezpalaciense”, “gomezpalatí”, “gomezpalateño”, “gomezpalaciego”, los de
aquí hemos elegido el campanudo “gomezpalatino”. En fin, cada quien sus lujos.
Y por último: los gentilicios siempre (siempre) deben ser escritos con inicial
minúscula: “La banda Sinalense deleitó a la selecta concurrencia” (incorrecto);
“La banda sinaloense deleitó a la selecta concurrencia” (correcto). Otro
detalle: los gentilicios no sólo se aplican a personas (“El honrado político
atlacomulquense”), sino también a cosas o ideas (“el barco salvadoreño”, “la literatura
noruega”).
La elección del sufijo para los gentilicios es
una convención, e incluso pasa que el topónimo desaparece por completo y se
prefiere una forma distinta, como pasa con “complutense”, que es el oriundo o
lo relacionado con Alcalá de Henares, España, donde nació Cervantes, ciudad que
durante la conquista románica se llamaba “Complutum”, y algo similar ocurre con
“hispalense”, de Sevilla, ciudad que se llamaba Hispalia.
Y ya que mencioné a Cervantes, también de personajes (sustantivos) se derivan adjetivos. Así, de Marx, “marxista”; de Copérnico, “copernicano” y demás. De Cervantes se derivó “cervantino”, y así bautizaron al festival guanajuatense. Por ello fue, es y será un disparate decir, sólo por copiar de manera servil, “lerdantino” cuando ya existía, obvio, “lerdense”.