No soy su fan, no me da para tanto el anacronismo, pero
confieso que a lo largo de mis años como lector le he hincado el ojo a dos o
tres libros de don Artemio de Valle-Arizpe. Decir esto no dejará de
desconcertar, pues suena absolutamente demodé,
casi como lo sería usar hoy bastón y bombín chaplinescos. He incurrido en esta
práctica para ampliar, como siempre, el horizonte de mis lecturas y porque sé
que hubo un tiempo en el que don Artemio y sus libros gozaron de celebridad
nacional. Por esto no es infrecuente que en las librerías de viejo nos topemos
con muchos de sus títulos, la mayoría vinculados a su escritura sobre el mundo novohispano.
Prosigo con don Artemio, pero antes comparto una
digresión quizá no tan digresiva. Conversaba yo una vez con un amigo cuya
trayectoria académica era deslumbrante. Le pregunté sobre sus libros y me
enumeró varios, todos publicados por universidades e instituciones renombradas.
Al final, con malicia en la mirada, remató: “Como ves, soy un autor inédito”.
Entendí la ironía: haber publicado muchos libros leídos por muy pocos era como
permanecer inédito.
Una variante de esa paradoja es la de don Artemio, quien en
su momento fue profusamente publicado y leído, pero hoy nadie busca. El tiempo,
las décadas lo han convertido en el nombre propio de alguna calle, de alguna
escuela primaria, pero que ya nadie lee y por ello se ha convertido en
“inédito”. ¿A qué podemos atribuir esto? Para aterrizar en el olvido don
Artemio puso mucho de su parte, pues cultivó un estilo que ya en su tiempo era
obsoleto. Se le vio acaso como curiosidad, como rara avis de la prosa mexicana, y de allí el éxito de sus libros
mientras vivió. Pero los años, como a muchos otros escritores, casi a todos, le
pasaron por encima y lo dejaron convertido en papel amarillento.
En Historia de una
vocación (Trillas, México, 1960, 59 pp.), el escritor saltillense dijo lo
siguiente: “Estoy sumido en profunda estupefacción de que haya gente que los
adquiera [sus libros] y, más aún sube mi asombro, que agote varias ediciones…”.
Sabía pues que era una especie de best-seller
de la época, pero en sus declaraciones no se alcanza a vislumbrar que
sospechara el olvido al que lo remitiría el futuro.
No hay moraleja. Sólo enfatizar que lo que leemos hoy tal vez mañana no vaya a ser ni polvo.