Conozco a Nancy Azpilcueta desde hace muchos años, casi
cuarenta. Ambos trabajamos en el ámbito periodístico lagunero, ella como
reportera y yo, sobre todo, como articulista/columnista, aunque mi costado literario
ya pesaba más desde entonces. La recuerdo siempre inquieta, entregada a la
noticia con una vocación profunda y disciplinada. Cientos de notas quedaron, de
su pluma, publicadas en diarios y revistas de nuestra región, e incluso alguna
vez, asombrosamente, coincidimos en Buenos Aires, a donde llevó su inquietud
periodística.
Pasaron los años y desde hace algunos meses, cuando
comenzó a compartir fragmentos de su novela Monólogo
desde el olvido (La Coyotera Editores, 2022, Metepec, 143 pp., prólogo de
Miguel Amaranto), me llamó la atención que tales adelantos mostraran una
escritura fluida y eficaz, emotiva en su timbre poético, impregnada en cada
renglón por un tono que anticipaba algo bueno. Imaginé, porque de alguna manera
lo he vivido, lo difícil que debió ser para Nancy cambiar de tesitura, pasar de
la austeridad del estilo noticioso a una escritura en la que eran necesario cuidar,
además del contenido, el ritmo de la prosa, la consecución, como digo, de un
tono que en muchos pasajes del libro alcanza, incluso, un innegable filo
poético.
Sólo quienes hemos estado alguna vez ceñidos a la
escritura apresurada de la prensa sabemos lo complicado que es hacer el viraje
hacia la literaria. No es lo mismo, claro que no es lo mismo, y más en el caso
de las exigencias actuales al trabajo informativo, una labor que debe
propender, al menos en términos ideales, a la objetividad, a la desaparición
del yo que redacta. En la literatura, por el contrario, quien escribe derrama
su subjetividad sobre el especio en blanco y con esto intenta construir
universos engendrados en su imaginación.
Nancy Azpilcueta nació en Torreón, Coahuila, en 1964.
Estudió Sociología en la Universidad Autónoma de Coahuila y por más de treinta
años se desempeñó en el oficio periodístico tanto en medios impresos como
Radiofónicos en la Comarca Lagunera y Buenos Aires, Argentina. En dos ocasiones
recibió el Premio Nacional de Periodismo otorgado por el Club Primera Plana y
la Federación de Asociaciones de Periodistas de México (FAPERMEX). Desde hace
algunos años incursionó en la literatura. Esta es su primera novela.
Monólogo desde el olvido,
primer libro literario individual de Nancy Azpilcueta, es una bienvenida
sorpresa. Se trata de una historia en la que su autora imagina la voz de María
Luisa Ybarra y Goribar, esposa y luego viuda, sin descendencia, de Leonardo Zuloaga.
Como su título lo indica, es María Luisa Ybarra quien teje el monólogo de su
vida y de su entorno, del mundo convulso que le tocó vivir y al final, como ha
pasado con tantísimas mujeres, la arrumbó casi en el anonimato. Para hacerlo,
Nancy Azpilcueta traza un fantasma-narrador: la viuda de Zuloaga. Este recurso
es parecido al usado por Ignacio Solares en Madero,
el otro, novela en la que el autor chihuahuense hace hablar al político
parrense desde ultratumba. Como el Madero de Solares que ve su pasado desde un
presente etéreo, María Luisa Ybarra escudriña todos los rincones de su
biografía real desde el más allá, con los fueros que le permite usar la
condición de ser ultraterreno, ubicuo.
Dice Javier Cercas que la literatura no se articula para
justificar tal o cual hecho o conducta, sino para entender. Nancy ha levantado
el monólogo de su protagonista para tratar de entender quién fue, qué hizo, qué
pensó en todos y cada uno de los momentos que atravesaron su existencia, sobre
todo aquellos que se vinculan a su condición de mujer rica y esposa de un
hombre, Zuloaga, cuya imagen no ha dejado de ser polémica.
Para edificar la figura, tan imaginaria como posible, de
la señora Ybarra y Goribar, Nancy siguió el camino de la investigación
documental que imprime mayor verosimilitud al personaje. La protagonista es
conjetural, por supuesto, y no puede ser de otra manera dado que se trata de un
monólogo que nos habla desde el espacio de la muerte, pero asimismo es creíble
a partir de una base cuya información no se administra de manera libérrima,
sino ceñida a los datos que la autora compiló y aquí ha ordenado con el fin de que
el objeto literario resultante se afiance lo mejor posible en un corpus documental
adecuado.
El acto de comunicación, el monólogo, tiene entonces dos
orígenes: por un lado, la base documental mencionada y, por otro, lo que, a
propósito de esa base, sostiene al relato como una vida posible, como lo que
María Luisa Ybarra ve, en su condición de fantasma omnipresente, que ha sido su
vida. El objeto del discurso péndula pues entre la referencia al pasado en
tanto hecho conocido y la referencia al significado personal que a cada suceso
o personaje confiere la protagonista, quien adquiere consistencia ante
nosotros, sus lectores, luego de permanecer oculta, callada, olvidada durante
siglo y medio. Dice por allí: “Nunca alguien ha
hurgado más allá de los dichos que escribieron lapidariamente en contra nuestra
los que ganaron la batalla y mandaron a la tumba a mi marido. De nosotros se
sabe muy poco y cada vez menos, de Leonardo sólo se ha contado lo malo, y de
mí, casi nada”.
En este monólogo tiene un lugar destacado toda la franja
sur del estado de Coahuila, doloroso escenario de la vida de María Luisa Ybarra
y su marido. Sin freno se suceden hechos políticos, luchas, desangramientos,
acuerdos y traiciones que la imaginaria señora Ybarra y Goribar sobrevuela para
compartirnos su hipotética opinión, la única que podríamos tener de ella luego de
haber sido sepultada por el silencio. No me gustaría destacar nada sobre los
momentos finales de la novela, pues corro el riesgo de adelantar un rasgo
importante de su arquitectura. Sólo diré, sólo reiteraré que es una bienvenida
sorpresa encontrar a Nancy Azpilcueta en condición de escritora, y que su Monólogo desde el olvido me hace pensar
en más páginas suyas tan afortunadas como estas.
Comarca Lagunera, 22, noviembre y 2022
Texto leído en la presentación de Monólogo desde el olvido celebrada en el Teatro Alfonso Garibay el 22 de noviembre de 2022. Participamos Miguel Amaranto, la autora y yo.