sábado, noviembre 12, 2022

Más del payador yupanqueano












Confieso haber fracasado en el intento de comunicar a un grupo de jóvenes mi entusiasmo por las estrofas del poema “Coplas del payador perseguido”, de Atahualpa Yupanqui. Aunque quizá no fracasé, pero sentí que sí, y al final lo que queda es lo que uno siente, no lo que en realidad haya sido. Explicaba que la poesía también puede expresarse de manera simple, sin hacer tantas piruetas retóricas, y recordé el caso del cantautor argentino que me vuelve siempre a la cabeza cada vez que deseo expresar el vigor de cierta poesía (aparentemente) simple. De hecho, no hace tanto lo había recordado en este mismo espacio.

En las famosas coplas, dichas (no cantadas) por Yupanqui sólo con el rasgueo de una guitarra, se encierran verdades que parecen tangibles y cercanas al corazón de cualquiera que haya sentido el latido de alguna rebeldía. Así comienzan: “Con su permiso voy a entrar / aunque no soy convidado, / pero en mi pago un asado / no es de nadie y es de todos. / Yo voy a cantar a mi modo / después que haya churrasqueado”.

 Aquí la voz poética entra a la reunión sin permiso, pues sabe que la ocasión es propicia: el asado “No es de nadie y es de todos”, una paradoja genial. Más adelante, declara un parecer sobre su arte. Le importa menos que sea bello a que sea verdadero, auténtico, libre: “No sé si mi canto es lindo / o si saldrá medio triste, / nunca fui zorzal ni existe / plumaje más ordinario, / yo soy pájaro corsario / que no conoce el alpiste”.

Luego, una estrofa vuelve a señalar su igualdad ante los suyos, el apetito de paridad que atraviesa y define su vida, su deseo de no ser considerado más, pero tampoco menos: “Si me dicen ‘señor’ / agradezco el homenaje, / mas soy gaucho entre el gauchaje / y soy nadie entre los sabios, / y son para mí los agravios / que le hagan al paisanaje”.

Su experiencia es la de un hombre que pasa por todos lados con los sentidos alertas. Lo que captan es desolación, dolor, y la certeza de que en esas miserias queda la impresión de un abandono proveniente desde lo más alto: “Tal vez alguien haya rodado / tanto como rodé yo, / pero le juro, créamelo, / que vi tanta pobreza, / que yo pensé con tristeza / ‘Dios por aquí y no pasó’”.

Casi al final, el payador enfatiza con reciedumbre sus ideas y sabe que su arte, por ser genuino, tiene muchas posibilidades de permanecer: “Y aunque me quiten la vida / o engrillen mi libertad, / o aunque chamusquen quizá / mi guitarra en los fogones, / han de vivir mis canciones / en el alma de los demás”.