sábado, noviembre 05, 2022

Mamá Tacha, una memoria entrañable

 











He escrito con gusto el prólogo del libro Mamá Tacha. Cien años de pasión y fortaleza, de la maestra Laura Elena Parra López. Porque no era el sitio adecuado para hacerlo, no comenté allí ciertos detalles del proceso editorial que ha llegado a su estación final. Puedo decir que para tener este libro con nosotros fue necesario trabajar varios meses, pero esto sólo consideraría el tramo en el que me involucré en su confección. Si bien tuve el borrador de Word hace apenas algunos meses y en seguida comencé a editarlo, la historia de mi relación con esta historia se remonta a 2016 o 2017, más o menos.

Cierta mañana, luego de nuestra sesión del taller de periodismo en la Ibero Torreón —del que Laura Parra es, junto con Andrés Rosales Valdés, participante desde que lo fundamos—, ella me pidió conversar sobre un asunto que la inquietaba. Grosso modo, sin añadir muchos detalles en aquel momento, me compartió su deseo de publicar un libro, una especie de semblanza de su abuela paterna, quien aún vivía y ya rondaba los 105 o 106 años. En unos breves minutos me enteré de que doña Anastacia Monsiváis Navarro, mamá Tacha para los suyos, era una abuela distinta, para empezar por su tremenda longevidad.

Creí entender en aquel momento, sin clarificarlo todavía del todo bien, que lo que Laura estaba trabajando era una memoria, la de su abuela. Luego me di cuenta de que se trataba de un emprendimiento peculiar. En efecto, la memoria se refería a mamá Tacha, ella era la protagonista, el centro del relato, pero al mismo tiempo la autora aparecía como un personaje especial, implícito en todo o al menos en gran parte del testimonio. Esta es la razón por la que titulé mi prólogo “memoria de la memoria”, como una memoria al cuadrado. Es decir, en estas páginas se recoge la memoria de mamá Tacha, pero a su vez, por debajo de los renglones, sentimos que fluye la memoria de su nieta en relación con mamá Tacha.

Si la memoria es un testimonio directo de quien vivió lo contado, la materialización escrita de su paso por la vida, no es pues tan errado decir que esta es una memoria de la memoria, pues Laura convivió desde su infancia con la fuente del relato, su abuela. Desde pequeña, la autora del libro trabó afable conversación con mamá Tacha, de modo que, pasados los años, acumuló sus relatos, pasajes de una vida a la que pudo ingresar gracias al placer de la conversación. Laura tomó nota de la vida vivida por mamá Tacha, cotejó datos y andanzas tantas veces como fue necesario, pues la abuela siempre gozó, hasta el último de sus días, de plena lucidez, de un capacidad de recordación de esas que se dan muy de vez en cuando.

Pasó el tiempo y Laura me comentaba cada tanto que seguía enfrascada en la escritura del texto. Ella imaginaba, al principio, un proyecto de no más de cien cuartillas, pero poco a poco se agrandó hasta convertirse en un libro amplio y detallado al que añadió además un nutrido corpus fotográfico. Yo trabajé en su edición, principalmente, durante las pasadas vacaciones de verano, y en las semanas siguientes, hasta que se fue a la imprenta, afinamos los detalles finales y escribí el prólogo.   

De allí, del pórtico, traigo un párrafo que me interesa leer aquí: “No es frecuente, lamentablemente, la configuración de memorias personales en el contexto mexicano, como en 1976 lo comentó Daniel Cosío Villegas al publicar las suyas. A diferencia de otros países —Inglaterra, Francia, España, por ejemplo— acaso marcados aún por cierta manía nobiliaria en la que, mediante la escritura, los recuerdos son galvanizados ante la intemperie del olvido y la inevitable usura del tiempo, lo más común entre nosotros es resignarnos: la desaparición física implicará el gradual desvanecimiento de lo que fuimos, de lo que hicimos, haya o no haya sido meritorio. Laura Elena no quiso entonces que su abuela partiera sin acumular y ordenar el testimonio que hoy configura este tributo en forma de libro. Mamá Tacha permite entonces, a quienes no la conocimos, admirar a la abuela con la imaginación estimulada por la palabra y asombrarnos ante la solidez de esta mujer que jamás se abandonó al pesimismo o la derrota por más desafiantes y adversas que fueran sus circunstancias. Junto con esto, ingresamos a la vida cotidiana de una familia más o menos típica del norte mexicano y nos adentramos en los usos y costumbres cuya base es, en no pocos casos, una sólida figura matriarcal”.

Entre nosotros, pues, no es habitual urdir memorias, y creo que eso se debe a que casi nadie siente que su vida reviste algún interés o a que en general le damos muy poco valor al pasado propio, al ajeno y al pasado a secas. Sospecho que es un error, pues estoy seguro de que, como dicen, toda vida es una novela, también toda vida es una memoria en potencia. El asunto es saber contarla como bien lo hizo Laura Elena Parra López en este libro sobre su abuela, un libro que juzgo entrañable, lleno de páginas en las que refulgen el amor y la admiración, la lucha de una mujer entera que no bajó los brazos ante nada, ni siquiera ante el tiempo, al que por poco y también logró vencer.

Nota. Texto leído el 21 de octubre de 2022 en la Casa Mudéjar, centro cultural dependiente del Instituto de Cultura y Educación de Torreón. Participamos la autora, la maestra Alejandra Díaz y yo. Este libro puede ser adquirido en El Astillero Librería.