He escrito con gusto el prólogo del libro Mamá Tacha. Cien años de pasión y fortaleza,
de la maestra Laura Elena Parra López. Porque no era el sitio adecuado para
hacerlo, no comenté allí ciertos detalles del proceso editorial que ha llegado
a su estación final. Puedo decir que para tener este libro con nosotros fue
necesario trabajar varios meses, pero esto sólo consideraría el tramo en el que
me involucré en su confección. Si bien tuve el borrador de Word hace apenas
algunos meses y en seguida comencé a editarlo, la historia de mi relación con
esta historia se remonta a 2016 o 2017, más o menos.
Cierta mañana, luego de nuestra sesión del taller de
periodismo en la Ibero Torreón —del que Laura Parra es, junto con Andrés
Rosales Valdés, participante desde que lo fundamos—, ella me pidió conversar
sobre un asunto que la inquietaba. Grosso
modo, sin añadir muchos detalles en aquel momento, me compartió su deseo de
publicar un libro, una especie de semblanza de su abuela paterna, quien aún
vivía y ya rondaba los 105 o 106 años. En unos breves minutos me enteré de que
doña Anastacia Monsiváis Navarro, mamá Tacha para los suyos, era una abuela
distinta, para empezar por su tremenda longevidad.
Creí entender en aquel momento, sin clarificarlo todavía
del todo bien, que lo que Laura estaba trabajando era una memoria, la de su
abuela. Luego me di cuenta de que se trataba de un emprendimiento peculiar. En
efecto, la memoria se refería a mamá Tacha, ella era la protagonista, el centro
del relato, pero al mismo tiempo la autora aparecía como un personaje especial,
implícito en todo o al menos en gran parte del testimonio. Esta es la razón por
la que titulé mi prólogo “memoria de la memoria”, como una memoria al cuadrado.
Es decir, en estas páginas se recoge la memoria de mamá Tacha, pero a su vez,
por debajo de los renglones, sentimos que fluye la memoria de su nieta en
relación con mamá Tacha.
Si la memoria es un testimonio directo de quien vivió lo
contado, la materialización escrita de su paso por la vida, no es pues tan
errado decir que esta es una memoria de la memoria, pues Laura convivió desde
su infancia con la fuente del relato, su abuela. Desde pequeña, la autora del
libro trabó afable conversación con mamá Tacha, de modo que, pasados los años,
acumuló sus relatos, pasajes de una vida a la que pudo ingresar gracias al
placer de la conversación. Laura tomó nota de la vida vivida por mamá Tacha,
cotejó datos y andanzas tantas veces como fue necesario, pues la abuela siempre
gozó, hasta el último de sus días, de plena lucidez, de un capacidad de
recordación de esas que se dan muy de vez en cuando.
Pasó el tiempo y Laura me comentaba cada tanto que seguía
enfrascada en la escritura del texto. Ella imaginaba, al principio, un proyecto
de no más de cien cuartillas, pero poco a poco se agrandó hasta convertirse en
un libro amplio y detallado al que añadió además un nutrido corpus fotográfico.
Yo trabajé en su edición, principalmente, durante las pasadas vacaciones de
verano, y en las semanas siguientes, hasta que se fue a la imprenta, afinamos
los detalles finales y escribí el prólogo.
De allí, del pórtico, traigo un párrafo que me interesa
leer aquí: “No
es frecuente, lamentablemente, la configuración de memorias personales en el
contexto mexicano, como en 1976 lo comentó Daniel Cosío Villegas al publicar
las suyas. A diferencia de otros países —Inglaterra, Francia, España, por
ejemplo— acaso marcados aún por cierta manía nobiliaria en la que,
mediante la escritura, los recuerdos son galvanizados ante la intemperie del
olvido y la inevitable usura del tiempo, lo más común entre nosotros es
resignarnos: la desaparición física implicará el gradual desvanecimiento de lo
que fuimos, de lo que hicimos, haya o no haya sido meritorio. Laura Elena no
quiso entonces que su abuela partiera sin acumular y ordenar el testimonio que
hoy configura este tributo en forma de libro. Mamá Tacha permite
entonces, a quienes no la conocimos, admirar a la abuela con la imaginación
estimulada por la palabra y asombrarnos ante la solidez de esta mujer que jamás
se abandonó al pesimismo o la derrota por más desafiantes y adversas que fueran
sus circunstancias. Junto con esto, ingresamos a la vida cotidiana de una
familia más o menos típica del norte mexicano y nos adentramos en los usos y
costumbres cuya base es, en no pocos casos, una sólida figura matriarcal”.
Entre nosotros, pues, no es habitual urdir memorias, y creo que eso se debe a que casi nadie siente que su vida reviste algún interés o a que en general le damos muy poco valor al pasado propio, al ajeno y al pasado a secas. Sospecho que es un error, pues estoy seguro de que, como dicen, toda vida es una novela, también toda vida es una memoria en potencia. El asunto es saber contarla como bien lo hizo Laura Elena Parra López en este libro sobre su abuela, un libro que juzgo entrañable, lleno de páginas en las que refulgen el amor y la admiración, la lucha de una mujer entera que no bajó los brazos ante nada, ni siquiera ante el tiempo, al que por poco y también logró vencer.
Nota. Texto leído el 21 de octubre de 2022 en la Casa Mudéjar, centro cultural dependiente del Instituto de Cultura y Educación de Torreón. Participamos la autora, la maestra Alejandra Díaz y yo. Este libro puede ser adquirido en El Astillero Librería.