martes, mayo 19, 2020

Sor Juana: summa de discreción en el Poema Heroyco




















Hace un cuarto de siglo, en 1996, publiqué esto. Recién habíamos pasado el tercer centenario luctuoso de Sor Juana, yo coordinaba el suplemento cultural La Tolvanera de la revista Brecha, de Torreón, y además de pescar aquí y allá textos ajenos, sobre las rodillas escribía los propios. Se trata entonces de un rescate, de un viejo apunte, y ahora que lo pienso es mejor resucitarlo en lugar de que se quede guardado en arrumbados discos duros. Algo novedoso podrá aportar todavía. Reitero una disculpa por mi prosa de aquella etapa. Le he purgado algunas fealdades, pero ya preveo que el despiojamiento no ha sido suficiente.

Sor Juana: summa de discreción en el Poema Heroyco

En todo quanto escrives, engrandezes
con tu estilo el Idioma Castellano,
pues con frases muy cultas establezes
vn escrivir, y hablar tan cortesano,
que tu sola entre todos resplandezes
quedando de tu ingenio soberano
excedidos en sabias discreciones
los Senecas, Plutarcos, y Platones.
                      Ioseph Zatrilla y Vico

Hace 301 años, en 1695, murió Sor Juana. Los homenajes que bien mereció en 1995 dieron un torrente de publicidad —acaso siempre pobre si consideramos el tamaño mitológico de la jerónima— a su figura. En innumerables artículos, ensayos y reseñas desparramados en revistas y periódicos de México y de otros sitios, una legión de admiradores se puso al servicio de la monja. Los Alatorres, los Buxós, los Fernández, los Garridos, los Quirartes, en la capital, y los Prados, los Garcías Muñoz, los Martínez, los Rosales y otros en La Laguna, dedicaron papel y tinta emocionados a la recordación del tricentenario. Como lo requería, la efemérides también alcanzó la propaganda del cine, del teatro y el estímulo oficial por medio de varias mesas redondas y demás organizados en instituciones de cultura. No sin gusto, leí y publiqué en las páginas quincenales de La Tolvanera algunas aproximaciones al tema sorjuanino. Sin embargo, no escribí una sola línea sobre el asunto. Como en otras tantas ocasiones, el tema rebasaba mis posibilidades de originalidad. ¿Qué decir más o menos novedoso en torno a la autora del Primero Sueño? ¿En dónde hallar un hilo desconocido en el inmenso tapiz que es la obra de la poeta mexicana? ¿Con cuáles herramientas trabajar frente a los instrumentos de precisión empleados por aquellos afamados sorjuanistas? ¿Para qué robar el tiempo del lector con algún comentario ya trabajado por la mano del erudito? ¿Qué no parece suficiente la cordillera levantada, sea un ejemplo, por Octavio Paz? Con esas preguntas uno —tal vez sólo yo— queda paralizado, maniatado sin metáfora. Así dejé pasar el 95, sólo como espectador enfebrecido de cuanta página sobre la escritora novohispana me llegó.
Pero en febrero del 96, a 24 pesos y perdido en una librería de viejo chihuahuense, encontré un libro curioso que, desde el principio, supe me deparaba la emoción de un comentario quizá útil. No un ensayo sobre un asunto del que me sé imperito, pero sí unas cuantas palabras sobre un documento que al menos entiendo poco dado a la publicidad en La Laguna y del cual no he visto alguna alusión en otros libros, hecho que me permite aventurar los renglones que aquí avanzan. Se trata, pues, de una obra casi desconocida y para comenzar a mostrarla traslado su portada original, reveladora en sí misma:
POEMA HEROYCO  /  AL MERECIDO / APLAVSO DEL VNICO / ORACVLO DE / Las Musas, glorioso assombro de los Ingenios, y / célebre Phenix de la Poesía, la esclarecida, y Ve-  /  nerable Señora, Soror / IVANA INES DE LA / CRVZ Religiosa professa en el Monasterio / de San Geronimo de la Imperial / Ciudad de Mexico / DEDICASE / AL EXCELENTISSIMO SEÑOR / Conde de Altamira, Marqués de Almazán y Poza, / &c. Gentilhombre de la Camara del Consejo de / su Magestad, Virrey, y Capitan General de este / Reyno de Cerdeña, y electo Embaxador / de Roma / ESCRIVIÓLE / EL CONDE DE VILLASALTO, / Cavallero del Orden de Alcantara, &c. vezino / de la Ciudad de Caller. / BARCELONA: En Casa Cormellas, por Thomàs / Loriente, Año 1696 / Vendese en casa Balthasar Ferrer Librero.
Las portadas antiguas tenían el discreto encanto de la prolijidad. En ésta, agradecemos a Ioseph Zatrilla y Vico, Conde de Villasalto, la abundancia de pincelazos que bocetan desde la fachada el tema y el tono de su obra. Sor Juana es, sin más rodeos, “el único oráculo de las musas”. Zatrilla y Vico no titubea en una sola de sus líneas, mucho menos en las que darán la cara al lector: la monja nacida en Nueva España es un trofeo de las letras castellanas. Zatrilla y Vico, lejos de cualquier contención admirativa, se desborda apenas iniciado su libro, desde el mismo pórtico y sin esperar siquiera el primer verso. En 1696, hace tres siglos, la jerónima no sólo había atravesado con su obra la muralla erigida por la indiferencia peninsular a la literatura que muchos creadores urdían en las colonias ultramarinas, sino que, además, logró devotos, como Zatrilla, cuya fascinación por la autora rozaba el enceguecimiento. Para sentar testimonio acerca de la fama y el respeto que en lejanos círculos se había ganado la escritora, el Poema Heroyco se eleva a la condición de prueba por su contundente aspiración al monumento: Sor Juana, la musa recordada y admirada y homenajeada con justicia en 1995 sobre todo en México, tenía ya, en Europa, sus adictos hacia 1696, y acaso Ioseph Zatrilla y Vico sea, por la estatua de palabras que dedicó a la monja, el inaugurador de un hábito: el de rendirse ante la obra de la religiosa.
El Poema heroyco al merecido aplavso de Soror Ivana Inés de la Crvz, publicado exactamente hace  tres siglos, es como un torreón de cien firmes hiladas. Al centenar de octavas reales (ocho versos endecasílabos por estrofa y rimados A-B-A-B-A-B-C-C como en el modelo que sirve como epígrafe a este texto) no contiene ningún miedo a la comisión de hipérboles: Sor Juana, o más bien su obra, merecen cien octavas reale  —tambián llamadas octavas rimas o heroicas, dado que, además de rimar con un rígido metro, se utilizaron para componer poemas caballerescos, mitológicos y épicos cultos como La Araucana de Ercilla o El Bernardo de Balbuena— de pura admiración . Parece demasiado lo que Zatrilla y Vico siente por una escritora retirada en la paz de sus desiertos.
Pese a la importancia del merecido aplauso de Zatrilla, la edición fascímile de 1993, preparada y prologada por Aureliano Tapia Méndez, alcanzó apenas los dos mil ejemplares. Contiene, además del poema, un retrato del escritor sardo y su escudo de armas. Esto es curioso: el icono muestra a Zatrilla exactamente bajo la misma pose y circunstancia que guarda Sor Juana en el célebre lienzo de Miranda. Al parecer, era una costumbre de la época, ya que “Además de la similitud en la composición de ambos retratos —señala Tapia— y de la actitud de los dos personajes, advertimos la pluma en la mano derecha y la posición de la mano izquierda; dos tinteros, uno con una pluma dentro; los libreros con tres entrepaños; sobre la mesa de la Fénix, los tres tomos de sus obras poéticas: bajo la mano del Conde, el libro abierto y otro cerrado que lleva en el lomo parte del título de sus obras ‘Engaños y Desengaños del profano amor...’ (...) Por último son muy semejantes los cortinajes y la borla colgante en ellos.”
Poco conocido, José Zatrilla y Vico, Dedoni y Manca (Cáller —Cagliari—, Cerdeña, 1648-¿?) fue un novelista de la literatura sardo-hispánica del siglo XVII. Dado que Cerdeña perteneció al reino aragonés-catalán (lo mismo que Nápoles y Sicilia), el castellano cundió en aquella isla y sirvió como instrumento para el quehacer intelectual de Zatrilla, novelista cuya celebridad, aunque mínima, se apoya en sus Engaños y desengaños del profano amor, historia ubicada en Toledo que describe los enredos amorosos entre el duque Federico y la casquivana doña Elvira. Cien por ciento moralizante, esta obra, según su autor, intenta “reprehender el vicio” con unas “razones muy christianas” ya que “Rara es la mujer que no haga tal vanidad de su hermosura, que por ella no atropella gran parte de su modestia, dando lugar a que la festejen y celebren por singular, y de aquí se sigue su resvalo, mostrándose agradecida en ofensa de su honor”. Como soldado de la verdadera fe, Zatrilla aprovecha los Engaños... para defender, de paso, su credo y fustigar a los luteranos, dedica su obra a Carlos II y pide que “nuestro Señor guarde la Catholica y Real persona de V.M. para asombro y terror de los infieles, y gloriosa exaltación de nuestra santa fe, como la Christiandad ha menester”. Por su parte, la descomunal Enciclopedia Vniversal Ilustrada Evropeo Americana (Espasa-Calpe, Madrid, 1991, p. 1126, tomo 70), apenas entrega una lacónica biografía: “Escritor español del siglo XVII, n. en Córcega, al que se debe: Engaños y desengaños del profano amor, deducidos de la amorosa historia que á este intento se describe del duque don Federico de Toledo (Nápoles, 1687-88; Barcelona, 1737 y 1756), y Poema Heroyco (Barcelona, 1696)”. Es todo; la minificha, aparte de arrojar poca luz sobre la vida de Zatrilla, yerra de isla: no es Córcega, sino Cerdeña como ya se vio, la patria original del autor sardo-español.
Aún inéditos, existen algunos manuscritos de Zatrilla conservados en la Biblioteca de la Universidad de Cerdeña; sólo Engaños... y el Poema Heroyco han alcanzado el favor de las prensas. Este último libro, como dije, cumple 300 años y es, casi seguro, el primer gran homenaje de este tipo dirigido a la figura de Sor Juana, y claro que Zatrilla labró sus endecasílabos sin saber que su personaje estaba a punto de morir o había muerto recién. El tema dorsal que yergue a cada octava heroica es la exaltación de la inteligencia usada por la monja para tejer toda su obra en prosa y en verso. Zatrilla —con puntual examen— advierte que Sor Juana aspiró a la universalidad del conocimiento y, para asombro de sus lectores, lo logró en un mundo dominado, sobre todo en el terreno intelectual, por varones. El Poema Heroyco, entonces, apunta hacia el dibujo de una personalidad, la de Sor Juana, con plurales intereses que, habida cuenta de su talento y su condición de mujer, consiguió lo que unos cuantos: mostrarse íntegramente dueña de variados saberes y ducha como pocos(as) para la creación en los géneros de moda: poesía, teatro y prosa expositiva.
La edición príncipe, de la cual se sospecha sólo existe un ejemplar, es propiedad de The Hispanic Society of America, de Nueva York, y está catalogada por esa agrupación entre sus Manuscripts and Rare Books. Mide el libro 20.5 por 15 cms. Según consigna el prologuista y editor, Zatrilla conocía, dada la rápida comunicación entre España y sus colonias, algunas obras de la monja como la Inundación Castálida (Madrid, 1689)  y el Segundo volumen de las Obras de Soror Juana Inés de la Cruz (Sevilla, 1692). Pero si nos atenemos a la bibliografía listada por Anita Arroyo, es muy probable que Zatrilla haya conocido, también, Poemas de la Unica Poetisa Americana, musa dézima, Soror Juana Inés de la Cruz..., religiosa professa del Monasterio de San Gerónimo, de la imperial ciudad de México, que en varios metros, idiomas y estilos, fertiliza varios assumptos, con elegantes, sutiles, claros, ingeniosos, útiles versos, para enseñanza, recreo y admiración (Madrid, impresa por García Infanzón en 1690) y el Segundo tomo de las Obras en la edición barcelonesa de 1693 impresa por Joseph Llopis “y a su costa”. Esto es un hecho: el escritor sardo había leído muy bien, aunque parcialmente, a la escritora  mexicana (¿por qué no decirle así, mexicana, si todos sabían que radicaba en “la imperial ciudad de México” ?) y por eso le esculpe su Poema Heroyco. A él le cabe la gloria de ser el primer gran devoto no americano de la monja y esa admiración generó cien octavas reales de rendido amor.
La herramientas retóricas de las que más se vale Zatrilla para levantar su elogio son la acumulación y el símil. Desde su arranque hasta el final, el autor va añadiendo partes homogéneas al poema como quien agrega ladrillos a cualquier edificación. El Conde de Villasalto escribe con un orden que denota, claramente, una preconcepción escrupulosa; así, por ejemplo, en varias octavas el último verso concluye con una enumeración y cada una de sus partes fungirá después como idea base de las siguientes octavas. En otros casos, el poeta alude en una estrofa a cierto grupo (“Las Musas”, por ejemplo) y en las estrofas venideras cada parte de ese grupo (cada musa) será comparada con Sor Juana de acuerdo al área del arte de que trate (teatro, historia, música, etcétera). El resultado ya podemos imaginarlo: un monumento de admiración a las discreciones, la agudeza y el ingenio de la escritora, un poema que se abisma en la gozosa comparación de las más grandes mujeres —y a veces de los más grandes hombres— con la mexicana. Cualquier lector notará, es cierto, que los versos de Zatrilla apelan, también, al uso frecuentísimo de la hipérbole. De hecho, el poema, si lo vemos como un todo, es una apretada hipérbole que se endereza a la gracia de Sor Juana. Así como Ercilla construyó La Araucana (esa cascada de octavas heroicas) para reconocer el coraje de los guerreros que sirvieron al cacique Colocolo, el Conde de Villasalto arma sus cien octavas para elogiar a la jerónima sin ahorro de imágenes que pueden aparecer al lector actual como sobreponderaciones. ¿Acaso Sor Juana superó de veras a Séneca, Plutarco y Platón? Claro que este no es el punto de la discusión; lo que Zatrilla y Vico quiso significar es que en Sor Juana se conjugaron virtudes literarias y filosóficas de diferente cuño, virtudes cuya diversidad la convirtieron en un personaje rarísimo no sólo de su tiempo, sino del pasado y del futuro. Vico parece preguntarse esto durante todo su recorrido: ¿cómo una mujer puede ser tan lúcida, cómo pudo Nueva España producir un fruto de tan alta calidad? Ya que no hay respuestas a este misterio, el Conde hace acopio de todos sus aplausos y se los encamina a la mujer que lo ha flechado con sus discreciones. Para él, Sor Juana es dechado de universalidad, ya que casi ningún área del conocimiento la arredró y, al contrario, en cada género y en cada disciplina mostró sus hechuras en un tiempo y en una sociedad no muy propicios para que la mujer alcanzara reconocimiento intelectual. Por todo eso, Zatrilla abulta su poema de lisonjas. Para lograr su propósito, y como buen lector del barroco, no desdeña el arsenal culterano de ninphas, musas, famas y demás seres fabulosos. Así, el autor del Poema Heroyco trabaja con los instrumentos de la “culterana hispanoparla” para levantar su estatua a la summa de discreción que fue Sor Juana para él.