Presentar
a un escritor de larga trayectoria, como en este caso a Hugo Hiriart, puede
hacerse por dos caminos: el primero y más habitual, tomando la ruta de la semblanza
en modo solapa de libro como ésta que ofrece la Revista de la Universidad y espero sea confiable aunque no la más
actualizada: “Hugo Hiriart nació en la Ciudad de México el 28 de abril de 1942.
Narrador, dramaturgo, guionista y ensayista. Estudió filosofía en la FFyL de la
UNAM. Ha sido director y productor del Teatro Santa Catarina y director del
Instituto de México en Nueva York. Actualmente es docente en el área de
literatura dramática de la Universidad de la Ciudad de México. Becario de la
Fundación Guggenheim en 1984. Miembro del SNCA desde 1994. Premio Xavier
Villaurrutia 1972 por Galaor. Premio de la Asociación Mexicana de
Críticos 1980. Premio Woodrow Wilson Internacional Center for Scholars 1988
Washington. Ganador del Ariel 1990 al mejor mediometraje por Xochimilco,
historia de un paisaje. Primer lugar en el I Certamen Nacional de Juguetes
1993. Premio de dramaturgia Juan Ruiz de Alarcón 1999. Premio Nacional de
Ciencias y Artes 2009, en el campo de Lingüística y Literatura. Premio Mazatlán
de Literatura 2011 por su libro El arte de perdurar (Editorial
Almadía). Entre sus libros destacan Disertación sobre las telarañas,
1980; Acerca de la naturaleza de los sueños, 1995; Los
dientes eran el piano, 1999)”.
Por
supuesto, una semblanza de esta índole —insisto que de la modalidad solapa de
libro— algo nos dice sobre la persona pero suele dejar fuera lo esencial. Y he
aquí el segundo camino mediante el cual podemos presentar a un escritor: Hugo
Hiriart no es solamente, pues, la suma de su currículum, la enumeración cronológica
de sus libros y premios, sino, a mi parecer y si me pidieran que lo definiera
en tres patadas, un espíritu que mira, duda y sonríe. En efecto, si algo
destaca en su amplia obra es la curiosidad de su mirada, el acento siempre
puesto en la duda y un velo nada infrecuente de humor asordinado.
Escritor
con los variados intereses del erudito, Hiriart tiene permanentemente presente
que el estilo debe ser sobrio y atractivo a un tiempo. Su obra refleja pues un
equilibrio sutil entre el qué y el cómo: decir algo inteligente, agudo,
revelador, con un tratamiento bello de la forma. Es posible advertir esto en
toda su obra, por ejemplo en su trabajo ensayístico, zona de la escritura en la
que Hiriart se mueve con harta soltura, como chef en la cocina, para no incurrir
en el lugar común del pez en el agua. Es, aunque suene raro expresarlo así en
este momento, discípulo directo de Montaigne como cultor del ensayo libre,
personal, creativo, ese ensayo que desde el humanista francés tiene como centro
la subjetividad del propio autor.
Doy
el ejemplo de El arte de perdurar,
libro que tenemos muy a la mano pues no hace tanto, en 2010, lo publicó Almadía.
Con una prosa que no dudo en calificar de exquisita, Hiriart reflexiona en el
tono del ensayo clásico, es decir, amable, relajado, culto, sobre la idea de la
perduración que en general sueñan los artistas sin que esto signifique
convertirla en tema visible en sus conversaciones o escritos. En aquellas
páginas, el escritor mexicano expone el tema de su libro: “… pese a estar tan
presente en los sueños íntimos del escritor, el tema de la perduración ha
merecido poca atención directa de la crítica. Indirecta sí: las historias de la
literatura son, en parte, sobre eso. Se juzga de mal gusto hablar sobre la
trascendencia, el tema es irritante, tal vez, hasta de mal agüero, y se le
escamotea. (…) Nosotros no. El tema de este ensayo es el de la perduración
literaria”. Para acercarse al objeto auscultado, Hiriart apela a dos ejemplos
mayúsculos: Jorge Luis Borges y Alfonso Reyes, y parte de una pregunta: “¿Por
qué Borges alcanzó una gloria literaria que le ha sido negada a Reyes?” A
partir de allí comienza la indagación, trabajo de suyo difícil si consideramos
que la materia observada es tenue, intangible, un fantasma que debe ser puesto
bajo la lupa”.
Un
solo texto de ejemplo no hace verano, pero a merced tenemos muchos otros libros
igualmente valiosos como Vivir y beber,
Sobre la naturaleza de los sueños y
su hermano Disertación sobre las
telarañas, los dos últimos de editorial Era; en ellos, este Montaigne
mexicano asedia varios temas con punzante claridad y belleza. En Disertación sobre las telarañas hay un
ensayo titulado “El arte de la dedicatoria”, acaso uno de sus textos más
conocidos. En él, nuestro homenajeado reflexiona zumbonamente sobre la
dedicatoria como género literario, y amoneda (este verbo tiene la marca
registrada de Borges) una dedicatoria posible: “No deberemos olvidar las dedicatorias excluyentes: ‘dedico
estos poemas a toda la humanidad, menos a Enrique Krauze’”. Siguiendo el
maldoso guiño, el historiador dedicó su libro Retratos personales de esta forma: “Dedico este libro a toda la
humanidad, menos a Hugo Hiriart”, que fue como dedicarlo sólo a él.
No los distraigo más. Nomás quiero añadir que
homenajeamos en esta Primera Feria Región Laguna no a toda la humananidad, sino
sólo al narrador, dramaturgo, guionista, articulista y ensayista Hugo Hiriart.
Me da muchísimo gusto saludarlo y agradecer personalmente sus libros.
Bienvenido de nuevo a La Laguna, maestro. Gracias por acompañarnos.