No son fotos en acción sino de estudio. Más que en la foto
espontánea o la foto en pose pero al aire libre (en grupo y con testigos), la
foto preparada en un espacio cerrado y luz vigilada deja ver detalles reveladores de la
personalidad. Bien decodificadas, es verdad, todas las fotos conllevan alguna jiribilla, pero quiero imaginar que en
las placas captadas dentro del estudio fotográfico los
personajes elegían, por así decirlo, “su rostro”. Hasta donde es posible
imaginar y si el fotógrafo sabía relajar al modelo, en tal situación no había tantas
prisas ni presiones, los músculos de la cara se relajaban y uno puede suponer
que el sujeto pensaba específicamente en el hecho de que estaba siendo
retratado, y ponía de su parte. El gesto, así, se identifica con la
personalidad, parece más íntimo.
Más allá de la trampa puesta en “leer” y “descubrir” índoles
a toro pasado, cuando ya sabemos cómo fue tal o cual personaje captado en un
acercamiento fotográfico, creo que es posible distinguir, así sea borrosamente,
el natural de un sujeto a partir de la expresión retenida por la placa sensible en un
estudio. Veamos los casos de tres revolucionarios emblemáticos (click a la imagen para verla de mejor tamaño) ahora que viene otro aniversario del movimiento armado.
Zapata es misterioso, receloso, enigmático. Es el menos
extrovertido de los tres, sin duda. De hecho, el morelense es sólo mirada. Sus
ojos son casi la totalidad de su ser. En ellos brilla la convicción, el arrojo,
pero también la desconfianza y, acaso, el resentimiento. Se nota que no está del
todo cómodo, que lo desasosiega la ocasión, y responde con un aire de desafío.
También, que no juega, que para él la cosa siempre va en serio, que no permite dobleces.
En la mirada de Villa hay algo felino y al mismo tiempo infantil. La leve
sonrisa le da un aire de tipo sobrado, seguro, firme y despojado de temor. La
cara ancha es la de un tipo que irradia vitalidad, y las patas de gallo, pese a
la lozanía de su piel, permiten sospechar que ha reído mucho, que es de talante
alegre y juguetón, como niño que a la primera oportunidad ya está inventando
algo para divertirse, pero que también es dominante en sus prácticas.
Madero tiene firmeza en la mirada, serenidad en el gesto,
buen porte en la posición del cuerpo, aunque un poco erguido de más, como pasa con muchos chaparros. Hay en el fondo de sus ojos, también, un poderoso
brillo de convicción y confianza, y creo que nos parecería inverosímil esperar
de este hombre algo distinto a la generosidad y la inteligencia.
Luego de esta aproximación, ya pueden ustedes recordarme el
famoso dictum de la imagen que vale más que mil palabras. Bueno, es cierto, no le hice caso: me las hubiera ahorrado. Estas
fotos comunican por sí solas.