Cuento
desde hace diez años con la amistad de Diego Muñoz Valenzuela, escritor chileno
prolífico y reconocido. Entre muchas otras editoriales, lo ha publicado el FCE,
y en estos días me ha enviado por mail varias reflexiones sobre lo que pasa en Chile.
Su pedido es que, quienes podamos y queramos, le hagamos eco. Así sea pequeño,
aquí está el mío en este palmo de papel:
16 de noviembre, 2019
“Grandes emociones y pensamientos imperfectos”, título de
una magnífica novela de Rubem Fonseca, me da la clave para escribir mi crónica
de hoy, cuando cuatro semanas después del estallido del 18 de octubre comienza
una nueva fase. Las emociones han sido intensas: millones de personas
manifestándose en la calle contra abusos de naturaleza muy diversas,
carabineros vestidos para la guerra que declaró el irresponsable gobernante,
brutal represión reflejada en muertes, torturas, violaciones, apaleos, pérdidas
de ojos, militares en las calles. Podría seguir y seguir.
Partió con el reclamo por el alza de treinta pesos en el
pasaje de metro pero nos dimos cuenta que la razón real era una abrumadora suma
de abusos que partieron en 1973, siguieron con la imposición del experimento
neoliberal en dictadura y la destrucción del estado, y la continuidad y
profundización del mismo modelo en tiempos de la precaria democracia que
logramos.
Este tiempo que parte ahora es el de la construcción de
una nueva democracia, y no está siendo fácil, ni lo será. Se abren muchas
posibilidades que requieren un tránsito hacia la madurez, donde aprendamos a
convivir de otra manera diferente a la que nos han impuesto y enseñado. “El fin
de la infancia”, título de la gran novela de Arthur Clarke me otorga la
síntesis perfecta. Ya no tenemos derecho a comportarnos como niños. Nos ganamos
ese deber en estas cuatro semanas. La lucha sustantiva comienza ahora y debe
considerar ciertos pilares fundamentales: el conocimiento, la tolerancia, la
inteligencia, la organización, la perseverancia. Sin ellos no podremos avanzar
hacia los objetivos que —en clara conciencia, difusa o intuitivamente— queremos
lograr.
Sin jerarquía ni orden, pues todos son fundamentales,
entre en estos pilares.
El conocimiento. Hemos vivido décadas sometidos a
diversos tipos de censura y adormecimiento. Primero fue la quema de libros, la
censura expresa, la falta total de libertad de expresión, la represión brutal.
Después la televisión, el consumismo irracional, el estrangulamiento económico
de los medios de comunicación independientes (¿qué puedes decir ahora, Eugenio
Tironi?), la concentración de los medios en consorcios económicos. En estos
días hemos advertido el efecto nocivo de estos medios controlados por quienes
controlan el poder económico. Por suerte tenemos las redes sociales. Pero
necesitamos prepararnos y aprender mucho esta nueva fase, sobre todo si
queremos que el pueblo gobierne. Somos el resultado de un modelo que no ha
privilegiado la educación y eso implica
que tenemos un déficit. Yo propongo que volvamos a leer, toda clase de libros, porque necesitamos
más palabras y más pensamiento. Mal que mal, tenemos que redactar una nueva
constitución y todos debemos contribuir, no solo los delegados constituyentes.
La tolerancia. Requerimos ponernos de acuerdo entre
personas que piensan diferente, que tienen historias distintas: formación,
aficiones, anhelos, saberes, creencias, habilidades singulares. Y tenemos que
construir una gran mayoría. Es una oportunidad fantástica. Si no le vemos así,
pienso que es un error. La infancia se caracteriza por la priorización del
cumplimiento del deseo personal en forma inmediata. La madurez en la capacidad
de comprender que hay millones de otros deseos (la famosa y compleja empatía,
de la cual solemos carecer) y que debemos aceptar que no todos se pueden
cumplir al mismo tiempo. Y que debemos priorizar los problemas más acuciantes.
El gran desafío de la tolerancia: convertirla en un desafío personal, no en una
mera carencia de los demás. Comprender al otro, asignarle un valor, no
despreciarlo a priori. Cuestionarse a sí mismo. Convivir con el otro,
posibilitar el encuentro de un acuerdo y construir mayorías, porque siempre
habrá grupos que pretenden imponer lo suyo a troche y moche. Esto es la
democracia.
Inteligencia, que es un producto que requiere dos
ingredientes básicos: el conocimiento y la tolerancia. Para crear una sociedad
nueva en la pizarra -y después para construirla, un desafío mucho mayor-
necesitamos ideas antiguas y nuevas. No podemos despreciar ningún aporte, no
podemos darnos ese lujo. Podemos desechar algunas en el camino, pero hay que
demostrar a todas luces su inconveniente naturaleza —maligna, impráctica,
ociosa, lo que sea— y esto requiere argumentos, conversaciones, capacidad de
escucha y convicción. ¿Por qué no podemos convencer a un país si tenemos las
mejores ideas? ¿O el único camino es la imposición, la lógica del apaleo o de
la manipulación? Hoy vemos cómo se manifiesta la intolerancia: divisiones y
subdivisiones en partidos y movimientos por quítame estas pajas. “Nosotros
somos los puros, los únicos dueños de la razón”, la consigna de los
esclarecidos. Cuidado con la estrechez, con el fanatismo, con las sectas, con
la mera demonización del oponente sin argumentos sólidos. Por el país completo
se advierten manifestaciones de este fenómeno.
La organización es imperativa: social, barrial, gremial,
de género, pueblos originarios. También organización política, no nos
equivoquemos en esto. Hemos llegado a detestar con razones a los políticos,
porque son responsables del estado de cosas. Pero en la historia ha habido
políticos grandes, generosos, trabajadores. Debemos crear nuevas formas de
organización política, porque necesitamos sustituir a los políticos actuales,
derrotarlos, desplazarlos.
Y perseverancia, claro está. Valientes hemos demostrado
ser. Eso está en nuestro favor, pero creer que en cuatro semanas el país va a
funcionar de otra manera radicalmente diferente, eso —permítanme ciudadanas y
ciudadanos— eso es ingenuidad pura, puerilidad infantil, falta de madurez. Para
deshacer una labor planificada, movida por poderosos intereses, ciertamente
maligna, ejecutada a lo largo de muchas décadas, necesitaremos mucho tiempo
(conocimiento, inteligencia, tolerancia, organización) para lograr resultados
buenos, regulares y hasta magros. Pero lo lograremos, si somos perseverantes y
cumplimos con estas cinco condiciones esenciales.
En esto pienso -de seguro imperfectamente- esta bella
mañana, azul e inundada de sol, estremecido por las grandes emociones de un
pueblo completo que ha vencido en esta primera batalla, donde cada uno de
nosotros va ejerciendo su aprendizaje personal para aportar al conjunto de la
sociedad la nueva fase que nos conducirá al fin de la infancia.
Mi única invitación en este momento tan especial:
aquilatar el valor del truunfo alcanzado y pensar —de verdad, de manera
profunda, comprometida— acerca de cómo cada cual aportará en estos cinco campos
en los años venideros: organización, conocimiento, inteligencia, tolerancia,
perseverancia. Si logramos esto, construiremos un Chile nuevo, solidario, libre
y justo.
17 de noviembre, 2019
Mandatario
zombi
Pensar
que hace solo unos pocos días te imaginabas ovacionado en Naciones Unidas.
Ahora tu sueño se ha evaporado entre gases tóxicos, proyectiles letales, nubes
de humo y fogatas que te envuelven en llamas, como si ya hubieras ingresado a
tu propio infierno. Tus esbirros te mantienen criogenizado, aislado en un cubo
de vidrio impermeable, flotando en un líquido que te preserva de cualquier mal.
Otros deciden tus palabras, tus momentos, las acciones de tu presunto gobierno.
Te has convertido en un pelele, una marioneta inútil, un muñeco de trapo, el
espectro de un estadista fracasado hasta los tuétanos. Todavía no percibes bien
lo que ha ocurrido, ahora que el tiempo es tan gelatinoso y líquido como la
realidad. Lees las palabras de otros, te retiras de vuelta al catafalco
transparente para dormir ese miserable sueño donde todavía mantienes la
esperanza fútil de ser lo que no eres, mandatario zombi.
18
de noviembre, 2019
“El
viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer. Y en ese claroscuro surgen
los monstruos” (Antonio Gramsci).
Esta
cita goza de plena actualidad, pues advierto la presencia de toda clase de
monstruos, de múltiples demostraciones de intolerancia, que es un veneno letal para
la democracia, que -pienso, elucubro o deliro (usted dirá)- es la quimera
detrás de la cual vamos, si no absolutamente todos, la amplia mayoría.
Habrá
algunos pocos que quieren otra cosa: seguidores de Pol Pot, Stalin, Franco,
Hitler, Mussolini o Pinochet. A estas alturas debiéramos aprendido algo de la
historia, basta informarse sobre el estado de cosas alcanzado mediante esa
clase de liderazgos.
Un
ejemplo al caso (uno de tantos): la funa a Beatriz Sánchez. ¿Quiénes son los
puros y prístinos seres autorizados a denostarla, acusarla de traición,
impedirle hablar? Cuidado con esa clase de ciudadanos talibanizados, porque ya
veremos que muy pronto sacarán a relucir al acero de las guillotinas jacobinas
y las aplicarán a todo aquel que no acate sus ideas con mansedumbre de
borregos.
Creo
pertinente aclarar que Beatriz Sánchez no me interpreta en lo absoluto: ni su
trayectoria política, ni sus estrategias, ni su accionar periodístico, ni su
modo de hablar, nada. No pretendo ofender a Beatriz, es un mero ejemplo. Pero
no tengo dudas en declarar que ella es una demócrata valiosa, un ser humano
digno de nuestro mayor respeto.
Quiero
que construyamos un país donde todos puedan expresar sus ideas, sin temor a
amenazas, crímenes, agresiones, represión, ni funas, ni descalificaciones.
Podría poner muchos otros ejemplos de personas que han sido atacadas por sus
posiciones en estos días.
Anoche
los nazis criollos salieron a escribir terribles amenazas en contra de los
extranjeros, los pueblos originarios, las mujeres. ¡Qué horror que exista esa
clase de seres! Lo mismo que los agentes represivos que matan, golpean,
torturan, sacan ojos.
En
esencia, lo que quiero decir es que, por fortuna, no pensamos igual. No tenemos
que pensar igual. Es un horror que pensáramos todos igual, una pesadilla
espantosa, irresistible. Si alguien anhela esto, significa que tiene un
problema muy severo. Si usted piensa así, parta por leer 1984 de Orwell, El
mundo feliz de Huxley. Leer sirve para curarse de la ignorancia, del
absolutismo, de la idiotez. Por eso los nazis quemaban libros primero, luego a
personas, igual que en la época de la Inquisición, en nombre de la Santa
Iglesia.
Yo
no quiero un mundo uniforme, gris, uniformado, genuflexo. Quiero un mundo
protagonizado por seres libres, cultos, fraternos, propositivos, solidarios,
activos. Conocí —como demasiados otros compatriotas— el horror de una patria
sometida a un solo credo, aplastada por la represión inmisericorde, sometida a
la censura.
Vamos
a ganar, debemos ganar, tenemos el deber de ganar, con las mejores ideas y los
principios más altos, con la máxima tolerancia. Y para vencer necesitamos a
cada uno de los chilenos que desea y merece un mejor país, no esta pesadilla,
ni ninguna otra pesadilla vil de opresión dictatorial. Esta lucha la vamos a
ganar a condición de marchar todos juntos, unidos, solidarios, libres,
tolerantes.
A
un mes del despertar de Chile, les ruego a mis compatriotas, con fervor y con
humildad, que erijamos la tolerancia como un baluarte sagrado e imprescindible.