Matar a Borges de
Francisco Cappellotti: ficción, realidad ficcionalizada y realidad en un
policial
Jaime Muñoz Vargas
Resumen
Desde hace más
de medio siglo la obra de Borges se ha convertido en asunto de interés
periodístico y académico al grado de constituir un tema de estudio mundial.
Inagotables son los ensayos, las entrevistas y las biografías provocados por su obra,
lo que ha transformado a su autor en uno de los personajes más populares de
nuestro tiempo, en “icono”. En su condición, precisamente, de personaje ya
famoso lo encara Matar a Borges, novela de Francisco Cappellotti, quien
apela a recursos borgesianos para articular un relato policial que tiene como
protagonista al autor de “El Aleph”. La presente aproximación tiene como
propósito develar la estrategia de cruzamiento entre ficción, realidad
ficcionalizada y realidad a la que recurre la novela de Cappellotti en el marco
del género negro.
La
gravitación de Borges
Las literaturas
nacionales de América Latina suelen tener santones cuya gravitación, para bien
o para mal, no se desgasta fácilmente. En México podemos asegurar que este papel se lo disputan hoy, sin
saberlo, Paz y Rulfo, así como en Perú no deja de pesar la pareja que conforman
Vallejo y Vargas Llosa, tanto como en Colombia y Chile se destacan García
Márquez y Neruda, respectivamente. En la Argentina, país, como los anteriores,
productor de una literatura diversa y vigorosa, los nombres que mayor
influencia han tenido pueden ser muchos, pero sin duda todos han sido
eclipsados por la figura de Borges. Sábato y sobre todo Cortázar se le
aproximaron, pero es ya un hecho que nadie en el último medio siglo ha influido
y perdurado con mayor fuerza que Borges como mascarón de proa en la literatura
argentina contemporánea.
Borges ha pasado
pues a convertirse, más que en un escritor, en un icono. Sus creaciones son ya
puntos obligados de visita en cualquier itinerario lector, y no son poco
frecuentes las polémicas desatadas hoy sí y mañana también no tanto sobre la
calidad de su obra literaria, a todas luces indiscutible, sino sobre sus
desiguales posturas políticas visibles a partir de las mil y una declaraciones
que le extrajo el periodismo cuando ya la fama pública lo atenazaba. Si damos
por hecho esta relevancia, no es difícil imaginar entonces la repercusión que
ha tenido en otros artistas —no sólo escritores— que lo han tomado como modelo,
fuente de inspiración y personaje. Uno de ellos es Francisco Cappellotti, autor
de la novela Matar a Borges (Planeta, 2012).
Cappellotti nació en Sarandí, provincia de Buenos Aires,
en 1980, y estudió derecho en la Universidad de Buenos Aires. Actualmente
es prosecretario de la Cámara de Apelaciones de la provincia de Tierra del
Fuego, en el extremo sur argentino (donde se encuentra Ushuaia, el fin de
América), y también es docente en derecho constitucional. Matar
a Borges es su primer libro, y en los años recientes ha publicado
también La isla rodante, novela en la que apela a la ciencia ficción
para tratar el tema de las Malvinas. Matar a Borges es un
reconocimiento, otro más, al icono en el que lúdicamente asoma un explícito
freudianismo, como él mismo autor lo ha declarado:
La idea surgió en una charla sobre Borges con otros colegas. Ellos
denostaban a Borges por ser complejo, anglosajón, frío, reaccionario, las
diatribas comunes que le son dirigidas a él. Otro colega que más bien se
encontraba de mi lado, les dijo: “Esto es como un complejo de Edipo, ustedes
quieren matar a Borges para ser Borges”. Esa idea quedó latente en mi cabeza y
entonces pensé quién podría tener verdaderas razones para matar Borges, porque
no creía que aquellos detractores quisieran matarlo porque, incluso en su
acérrima negación, lo estaban aceptando.1
Como puede
verse, Borges es para Cappellotti una figura literariamente paterna, de suerte
que negarlo una y otra vez, destacar sus errores o transformarlo en habitual
motivo de controversia, no sirve para anularlo, sino más bien para afirmar que
se trata del punto más alto de las letras argentinas y acaso de otras muchas
letras. Todavía en vida Borges vivió de cerca la polémica, incontables intentos
por minusvalorarlo, como ocurría ya desde el esplendor del peronismo, hacia
1950, aunque jamás fue mellado su poder de persuasión. Hace relativamente poco,
por ejemplo, Alejandro Dolina, escritor argentino, fue entrevistado sobre el
tema y su respuesta puede resumir el fervor por Borges, la idea general que
suscita entre los argentinos que podrían malquererlo y sin embargo no lo hacen:
—Te voy a decir un nombre: Borges. (…)
—Borges ha sido el mejor de todos, de todos, de todos, y creo que
hablar de él en relación con sus opiniones políticas, su manera de no entender
el peronismo, su manera de no entender el tango, su manera de no entender el
futbol, es perder el tiempo. Alguien me dice: “Usted es peronista, ¿cómo puede
disfrutar a Borges? Bueno, soy peronista pero no estúpido. De manera que sí,
directamente: creo que es el mejor.2
Tal personaje, el mejor escritor argentino de la historia, es el protagonista que debe ser asediado hasta morir en la novela de Francisco Cappellotti.
Policial
de enigma
En las décadas
recientes la mayor parte de los policiales argentinos, y podríamos decir que
latinoamericanos, se han vinculado estrechamente con el relato duro, como si la
realidad siempre convulsa, atravesada por incesantes hechos de sangre, pobreza,
muerte y corrupción, fuera el único marco obligado para
ubicar tales historias. Este hecho se debe a lo que ha destacado Mempo
Giardinelli: la penetración determinante de la literatura norteamericana sobre
la nuestra, particularmente en el género negro:
Muchos de los caracteres de la novelística norteamericana, si bien no
se han “reproducido” en Latinoamérica, si se han reflejado —y se reflejan— en
formas propias. Casi no hay novela policial latinoamericana que no aborde
aunque sea tangencialmente las formas propias de racismo, violencia y
desesperanza. No podría afirmarse que lo abordan “debido” a la influencia
norteamericana, pero sí que el tratamiento norteamericano de esos caracteres.3
Poco espacio ha
quedado entonces para las obras de este género que se plantean como enigmas,
como juegos intelectuales ajenos a la realidad inmediata caracterizada por la
turbulencia social. Matar a Borges, aunque en algún punto tiene un tenue
componente político, es un relato construido como ejercicio a la manera de Conan
Doyle, Chesterton o Christie. Aunque el paratexto del título y la misma portada
sugieran profusión de sangre, lo cierto es que se trata de una historia
literalmente afincada en la construcción de una intriga cuya base es, en todo
sentido, más literaria que real, y esto se revela desde el primer capítulo, con
la amenazante carta que Carlos Argentino Daneri, un personaje de ficción,
dirige a Borges.
"El Aleph", cuento base
Como ya quedó
insinuado, un personaje harto famoso de Borges es fundamental en Matar a
Borges. Se trata de Daneri, el dueño de la esfera luminosa en la que
convergen todos los puntos y momentos del universo. Debido a esto “El Aleph”,
sin duda la obra más representativa del corpus borgeano, es un texto capital en
la formulación de la novela. Cappellotti dio con esta idea luego de pensar en
el parricidio edípico perpetrado por sus amigos:
Entonces pensé que no había otros que tuvieran mayores justificaciones
para matar a Borges que los propios protagonistas de los cuentos del escritor
argentino. Ahí surgió otra idea, la idea de preguntarse quién es el escritor
para concederle ciertos destinos a algunos personajes que quizá esos personajes
no compartan. Por ende, en principio se me ocurrió la idea de una confabulación
de personajes borgeanos que se quejaban del destino que les había dado el autor
y se proponían matarlo. Surgió así Funes el memorioso al cual Borges le concede
una memoria infinita, pero a su vez lo postra de por vida en una cama (…) y
finalmente Carlos Argentino Daneri, el personaje del cuento el Aleph que elegí
como protagonista de la novela, él se propone matar a Borges porque lo
considera el culpable de todas sus desdichas.
Al final,
Cappellotti opta por un personaje jugoso en función de que es el más zaherido
por la imaginación de Borges. El maltrato infligido a Daneri no tiene
equivalente en toda la obra borgeana, y el mismo autor confesó que este cuento
fue escrito a salto de risa: “El Aleph es un cuento que me gusta. Me acuerdo de
que mi familia se había ido a Montevideo; yo estaba solo en Buenos Aires y lo
escribía riéndome, porque me causaba mucha gracia”.4 El odio de
Daneri es, pues, legítimo, pues se apuntala en las ironías o en las enfáticas
burlas que Borges, sin piedad, le propinó. Un recuento de esas puyas justifica
perfectamente el encono de Daneri; enumero sólo cuatro:
Carlos Argentino (…) es autoritario, pero también es ineficaz (…) Su
actividad mental es continua, apasionada, versátil y del todo insignificante.
Abunda en inservibles analogías y en ociosos escrúpulos.
Tan ineptas me parecieron esas ideas, tan pomposa y tan vasta su
exposición, que las relacioné inmediatamente con la literatura; le dije que por
qué no las escribía. Previsiblemente respondió que ya lo había hecho: esos
conceptos, y otros no menos novedosos, figuraban en el Canto Augural, Canto
Prologal o simplemente Canto-Prólogo de un poema en el que trabajaba hacía
muchos años, sin réclame,
sin bullanga ensordecedora, siempre apoyado en esos dos báculos que se llaman
el trabajo y la soledad.
Las había corregido según un depravado principio de ostentación
verbal: donde antes escribió azulado,
ahora abundaba en azulino,
azulenco y hasta azulillo. La palabra lechoso no
era bastante fea para él; en la impetuosa descripción de un lavadero de lanas, prefería lactario, lacticinoso, lactescente, lechal… Denostó con amargura
a los críticos; luego, más benigno, los equiparó a esas personas, “que no
disponen de metales preciosos ni tampoco de prensas de vapor, laminadores y
ácidos sulfúricos para la acuñación de tesoros, pero que pueden indicar a los
otros el sitio de un tesoro”.
había elaborado un poema que parecía dilatar hasta lo infinito las
posibilidades de la cacofonía y del caos
Estas burlas
contra Daneri y varias más, creo, se inspiraron de alguna manera en un
personaje poco conocido entre los muchos que escribieron contra Borges y a
quien él, innecesariamente, respondió. Es Francisco Soto y Calvo, escritor
farragoso que en algún momento, cuando Borges estaba cerca de los treinta años,
dirigió absurdos ataques contra el autor de Ficciones, quien respondió
de esta manera:
Francisco Soto y Calvo —que no alcanza entre los tres a uno solo—
acaba de simular otro libro, no menos inédito que los treinta ya seudopublicados
por él y que los cincuenta y siete que anuncia. No exagero: el nunca usado Soto
es peligroso detentador de un cajón vacío, en el que cincuenta y siete libros
inéditos nos amagan. Todos los géneros literarios, desde el ripio servicial
hasta el plagio fiel y erudito, han sido cometidos por este reincidente sin
fin.5
En algún momento
tuvieron tratos, cuando Borges lo cuestionó a propósito de ciertos errores en
una traducción perpetrada casi literalmente, palabra tras palabra. Por lo que
cuenta, es probable que el desmesurado Daneri de la ficción haya tenido como
modelo al desmesurado Soto y Calvo de la realidad:
Una vez me leyó una traducción que había hecho de Al Aaraaf, ese poema largo de Edgar
Allan Poe, donde por primera vez se fusionan la técnica y la poesía. (…) Yo,
entonces, observé tímidamente que me parecía que no eran las mismas palabras,
en el mismo orden y con el mismo número de sílabas. Y Soto y Calvo me contestó:
“Yo esperaba algo mejor que usted, Borges; el águila vuela muy alto”. Esto lo
dijo con cierta indulgencia hacia mí; el águila era él, por supuesto.6
El rencor de
Daneri está entonces plenamente justificado, pues dio a Borges el privilegio de
ver el Aleph y fue pagado con un cuento que lo escarnecerá por los siglos de
los siglos. Nada lo detendrá para vengarse de ese escritor mezquino, cruel,
cobarde y a su juicio no tan dotado como muchos creen.
Ficción,
realidad ficcionalizada y realidad: cruces
La novela se
ubica en 1950, obviamente en Buenos Aires. Borges acababa de publicar, un año
antes, El Aleph, el libro que contiene el cuento homónimo. Todavía ve, y
si bien aún le falta poco para conquistar al público foráneo, en Argentina,
sobre todo en la Capital Federal, ya goza de un prestigio apabullante. La
herida, pues, en el alma de Daneri sigue fresca, y él está decidido a emprender
la vendetta. Apenas arranca, el relato nos coloca en tres planos de
realidad: por un lado, la realidad digamos real, donde aparecen Borges,
Bioy, la madre de Borges, Fanny (su sirvienta), Silvina Ocampo, Estela Canto,
Ulrike Von Kühlmann, Sábato y otros personajes que en efecto existieron; por otro, la
realidad (o ficción) creada por Borges sobre todo en “El Aleph”, de donde sale
Daneri; y, por último, el relato compuesto por Cappellotti, donde se mezclan
los personajes anteriores y otros más creados a propósito para viabilizar el
relato policial, sobre todo el inspector Colombres y su ayudante, el joven
investigador Ezequiel Vega. En este caldo, la carta de Daneri que abre la
historia nos plantea sin demora el tema de la venganza:
Querido Borges:
Decidí matarlo un 30 de abril de 1950, meses después de que su fama se
acrecentara al publicar la tan mentada obra
El Aleph. Obra publicada gracias a
mi continua, apasionada, versátil y del todo insignificante actividad mental.
(…) En fin, para qué andar con rodeos,
Borges, usted ya sabe: soy Carlos Argentino Daneri y voy a matarlo.7
En esa primera
carta hay guiños intertextuales señalados tipográficamente con redondas, casi
como citas, y una clave que justifica, como marca sobre los usos narrativos de
la posmodernidad, la configuración de esta novela: “Me asombra
considerablemente el hipnotismo que [Borges] ejerce en la gente. Tiene la
facilidad de transformar mentiras en verdades o bien hacer una verosímil
conjunción de ambas”.8 Para lograr su propósito, Daneri decide
“transformarse en el enemigo mismo”, conocer tan bien los hábitos de Borges que
en determinado momento él es un poco “el otro Borges”, un Borges que hasta
tiene un gato en su casa cuyo nombre es muy conocido por los admiradores del
gran escritor: Beppo. Construir a Daneri fue relativamente sencillo, pues era
necesario ampliar lo esbozado por Borges en “El Aleph” con el añadido de la
sosegada tirria. El dibujo de Borges, en cambio, demandó que Cappellotti
indagara meticulosamente en la biografía del sujeto real:
En realidad lo que tuve que hacer es humanizar a Borges y mostrarlo de
una manera distinta a la que todos lo conocimos. Para ello tuve que investigar
mucho sobre Borges, sobre su vida, sus costumbres y todo lo concerniente a su
cotidianidad y, con toda esa documentación, traté de mezclar la ficción y la
realidad con el simple objetivo de generar una historia que sea atrapante.
Además, tuve entrevistas con uno de los biógrafos más importantes de Borges que
es Alejandro Vaccaro quien es el presidente de la Sociedad Argentina de
Escritores.9
Al internarse en la biografía de Borges, los otros
personajes cercanos a su vida (Bioy, Leonor Acevedo…) aparecen caracterizados
también con fidelidad. El relato, empero, suministra algo de la ambigüedad que
a Borges le gustaba tanto como el policial de enigma. Cuando llega la carta detonante, Fanny, la mucama, ve el nombre de quien remite
y se da este diálogo:
—¿Entonces existe? —preguntó Fanny aún con el sobre en la mano.
—¿Quién? —contestó Borges de forma evasiva.
—Carlos Argentino, pensé que era un personaje de ficción.
—Lo es…, Fanny…, lo es. Debe ser alguna broma de un lector inoportuno.10
A partir de este
momento ya no importa si Daneri es Daneri o un impostor, pues el hecho cierto
es que tal sujeto quiere matar a Borges. Para lograrlo, procede en parte como
en otro cuento famoso: “La muerte y la brújula”. Matará a Ulrike Von Kühlmann
y a Estela Canto, mujeres que ha amado Borges, y con eso hará que las miradas
inculpadoras recaigan sobre éste. Es allí cuando aparecen Colombres y Vega, los policías; el primero,
aunque sea el jefe, es disoluto, irresponsable, una porquería de investigador;
el segundo es atento, aplicado y admirador de Borges, a quien ve en peligro y
por quien trata de hacer algo urgente: salvarlo.
La trama se
tornará laberíntica, un enigma borgeano, a medida que avanza la novela. Los
investigadores, por diferentes razones, mostrarán la proverbial ineptitud del
sistema judicial y no darán con la punta de la madeja, aunque Ezequiel Vega se
aproxime, más por accidentada iniciativa propia que otra cosa, a la verdad de
lo que ocurre. También aparece el inconfesable e incestuoso amor de Daneri por
Beatriz Elena Viterbo, que en el fondo puede ser el verdadero motor que ha
impulsado la acción del asesino. Hay incluso un ingrediente con implicaciones
políticas, peronistas, en la resolución que guardo para no estropear la posible
lectura de quien no conozca esta novela. Al final nos queda el minucioso
embrujo de un relato que ha sabido volver a los enigmas que gustaban a Borges,
a los juegos con la verdad y la mentira que hoy no constituyen el canon del
violento policial latinoamericano y, quizá por eso mismo, lo oxigenan.
1 “Libros. Matar a Borges.
Francisco Cappellotti”, en
http://www.luisbarga.net/2013/04/libros-matar-borges-francisco.html
2 Entrevista con Jorge Coscia en
https://www.youtube.com/watch?v=m0_YF_TB6-4
3 El género negro. Orígenes y evolución de la literatura policial y su
influencia en Latinoamérica, mempo Giardinelli, Capital intelectual, Buenos
Aires, 2013, p. 221. Por su parte, Gerardo García Muñoz, al reseñar el libro
Retóricas del crimen: reflexiones latinoamericanas sobre el género policial de
Ezequiel De Rosso, señala que “A partir de la década del setenta, anota De
Rosso, los creadores latinoamericanos se abocan a construir historias bajo la
sombra del género negro, lo cual marca el abandono del modelo clásico del
relato enigma defendido por Borges”, en revista Acequias, número 68,
Torreón, 2015, p. 25. A partir de esta última observación, podemos afirmar que
la novela de Cappellotti vuelve al “modelo clásico”.
4 María Esther Vázquez citada por Gilberto Prado Galán en El año de
Borges, Miguel Ángel Porrúa-Universidad Iberoamericana Laguna, 1999,
México, p. 107.
5 El forajido sentimental. Incursiones por los escritos de Jorge
Luis Borges, Fernando Sorrentino, Losada, Buenos Aires, 2011, p. 77.
6 Ibid., p. 73. Entre otras críticas, Soto y Calvo publica esto: “JORGE
LUIS BORGES: Parece mentira / Que un chiquillo de tanto talento / Se la pase
frotando de ungüento / su lira!”, tras lo que Sorrentino anota: “De rodillas
sobre granos de maíz, desperdigados en baldosas invernales, y ante quien quiera
contemplarme, juro, rejuro y recontrajuro que no he inventado absolutamente
nada y que Francisco Soto y Calvo, en efecto, escribió esos disparates”.
7 Matar a Borges, Planeta, Buenos Aires, 2012, p. 13.
8 Ibid., p. 17.
9 Francisco Cappellotti recibió una distinción por su obra “Matar a
Borges”, en http://fmfuego.com.ar/francisco-cappellotti-recibio-una-distincion-por-su-obra-matar-a-borges/
10 Op. cit.,
Matar…, p. 31.