Vi una
entrevista a Paco de Lucía y en ella el monstruo de la guitarra afirma algo que
alguna vez pensé, y pienso aún, casi con las mismas palabras. Dice que cuando
él era joven se daba cuenta de que los viejos guitarristas se enojaban con los
jóvenes que iban en ascenso mientras ellos, los viejos, perdían facultades y ya
no daban para mucho más. Mostraban una actitud hosca y hasta trataban de cerrar
el paso a los muchachos. Eso hizo que De Lucía se prometiera no ser así de viejo (“patético”, fue la palabra que usó), y al parecer
no lo fue.
Bueno, toda proporción, eso mismo o algo parecido vi de joven
en el mundillo literario local, y también secretamente me prometí no ser un
viejo mezquino, un viejo negado a la necesaria emergencia del talento joven.
Pues bien, ya soy algo grande y tengo muchos amigos jóvenes. Con todos trato de
ser abierto y a todos trato de ayudar en lo que puedo. No es mucho lo que puedo
darles, pero es lo que hay, es lo que tengo, y lo comparto cuando la ocasión se
presta. Todo por haber llegado a la conclusión, hace muchos años ya, de que la
miserabilidad de un viejo con los jóvenes es una de las manifestaciones más
tristes, infértiles y lamentables de la envidia.
Lo contrario, dar lo que se pueda, es a la larga muy
satisfactorio. Más allá de la producción propia que en ciertos raptos de
sinceridad lo mismo aprecio que minusvaloro, según el estrés del día, me
contenta mucho saber que en revistas, prólogos, reseñas, ediciones de libros o
simples espaldarazos prodigados en cartas o en mensajitos pasajeros de redes
sociales, (me) he dejado constancia de que mi promesa no ha sido incumplida.
Sé, porque hace más de treinta años las necesité sin
recibirlas, del valor de unas palabras a tiempo, de la palmadita en la espalda
que significa publicar por primera vez, de ser reseñado sin animosidad ni
envidia. A veces podrá faltar tiempo para dedicarlo a los demás, pero cuando
hay que poner el hombro hay que ponerlo, como me pasó hace poco con el joven
poeta Miguel Amaranto o los inquietos muchachos del portal Red es poder, o
también con los integrantes del taller literario del TIM, a quienes recién
conocí y deseo ayudar en todo lo que permitan mis fuerzas y mi tiempo.
El caso es no autodefraudar una promesa. La misma que se hizo
Paco de Lucía, la misma que en silencio rehidrato muy frecuentemente.