No soy de los que en materia de arte se asustan o irritan
ante las muestras de exquisitismo con tufo discriminatorio. A ellas respondo
con un tranquilo aunque categórico no hay tos, pues para todos hay en el amplio
mundo de la producción creativa. Además, el arte, como muchas otras
actividades, siempre ha tenido un fleco elitista; fleco chico o grande, pero
elitista al fin, y esto se debe simplemente a la capacidad nata de los
artistas. Aquéllos que lo son, aquéllos que se inclinaron desde pequeños a la
práctica/disfrute del arte, no suelen percibir con estimación las obras que
práctica/disfruta la mayoría no dotada. Se sabe, de hecho, que cuando un estilo
o una corriente son asimilados por la mayoría, el artista se encamina casi
desesperadamente hacia otros rumbos, a otras propuestas.
Otro factor presente en este lío es el de la subjetividad que
implica la recepción de toda obra artística. La pregunta es viejísima, y se la
han formulado, por la complejidad de su respuesta, los propios filósofos: ¿qué
es el arte, qué es lo artístico? Más allá de los parámetros que queramos
establecer —proporción, equilibrio, ritmo, profundidad, etcétera—, el arte es
misterioso, tanto que hasta las obras consagradas como artísticas e influyentes
pueden ser percibidas como malas, facilistas, prescindibles. Baste un ejemplo
personal: no admiro la obra de Botero aunque sea muy apreciada y la coticen en
millones.
La llamada cultura popular ha mantenido un permanente estado
en tensión con la alta cultura. Mientras a la primera no le importa mucho
llegar a los museos o a Bellas Artes, a la segunda suele preocuparle que sus
espacios sean copados por lo naco. No creo que eso deba ser, necesariamente, un
tema de conflicto. Si Juan Gabriel no cantaba en Bellas Artes, no pasaba nada,
pues a su disposición tenía mil palenques para desplegar sus canciones.
Lo mismo pasa con las películas del Santo. Si en la Cineteca
Nacional no quieren exhibirlas porque su director —el de la Cineteca, no el de
las películas— las considera chafas, es un problema menor, y de hecho es un
falso problema, ya que el Santo tiene a su merced todas las horas de Galavisión.
Entre los apocalípticos y los integrados de Umberto Eco, me
inclino por los segundos. Casi por igual, me gustan mucho los productos
artísticos cultos y populares. Lo único que no hago es meterlos en el mismo
huacal ni juzgarlos con el mismo rasero.