Tal
vez su padre sí lo quería (ya no podremos saberlo), pero el viejo un día llegó
borracho y drogado más de la cuenta, tanto que arremetió contra René apenas lo
vio con Teresita. Eso pasó hace como quince años. René trataba de entretener el
hambre de la niña con una tortilla dura y remojada en agua. La sentó en sus
muslos, con la mano le aplastó el pelo desgreñado y comenzó a darle de comer.
La niña tendría cuatro o cinco años, y debajo de la mugre quizá era bonita.
René también hubiera podido comerse la tortilla, tenía tanta hambre o más que
ella, pero prefirió que entrara algo a las tripas de su prima. La niña terminó
con la tortilla remojada y en sus ojos brilló una luz que parecía de gratitud.
René volvió a la caricia del pelo endurecido por el sudor y el polvo. En eso
entró su padre, vio la escena de René con la niña sobre las piernas y el gesto
de la caricia sobre el pelo. Con un torbellino de maldiciones, de obscenidades tartajeadas
desde su alma ebria y alucinada por el solvente, arrancó a la niña y golpeó a
René, quien todavía era pequeño de cuerpo para defenderse. El viejo tomó un
palo que estaba por allí y lo azotó en la espalda de René, quien por instinto,
a rastras, ganó la calle. Se detuvo en un baldío sólo para recuperar aliento.
Notó que una ceja y un codo le sangraban. Allí respiró durante un rato.
Aprovechó el silencio de la madrugada para pensar en algo. No sabía cuál iba a
ser la continuación de lo que había pasado, pero sintió, eso sí, que volver con
el viejo ya no sería posible. Se levantó y en la madrugada de esa noche
lagunera comenzó a caminar. Llegó a las vías y allí vio unos vagones detenidos.
Subió a uno. Pensó que estaba vacío, pero poco a poco notó que en él esperaban
unas sombras que no hablaron. No le dieron la bienvenida, pero tampoco lo
botaron. Se sentó por allí, cerca de los tipos que como bultos aguardaban la
marcha del tren. Un rato después los vagones se tironearon. Allí comenzó el
viaje. Sin saber cómo, sin querer, llegó a Ciudad Juárez. Donde pudo, en algún
montón de basura, recogió una tina y un trapo, y comenzó a vagar sin rumbo.
Lavó coches. Miles de coches, y durmió donde lo sorprendió la noche hasta que logró
pagarse un cuarto de renta. Lo picaron cuatro veces, lo rozaron dos balazos, lo
patearon en grupo varias veces, pero de todo salió vivo y alguna vez regresó a
La Laguna. A los tumbos, preguntando aquí y allá, dio con Teresita. Había
matado a su tío, estaba en la cárcel, y la esperaban más de veinte años en ese sitio.
Teresita corrió con mala suerte.