Cuando estoy frente a un buffet —llamado “tenedor libre” por los
argentinos— suelo probar lo que más me gusta. Esta elección no significa que
los otros platillos no me agraden, y dado que mi espectro gastronómico es
amplio pudiera probarlos con total placer si mis favoritos no estuvieran en el
menú. Me pasa lo mismo con otras tantas cercanías: en literatura leo y releo a
los autores que me gustan más, pero no desdeño a muchos otros que también, por
supuesto, me traen momentos de placer estético. En cuanto a los amigos, tengo,
como cualquier persona, favoritos, tipos con los que converso más a mis anchas
sobre temas que nos son comunes. Y así en todo: el hecho de que uno prefiera
algo no significa que menosprecie lo demás.
En futbol es lo mismo. Confieso desde ya que mi favorito es Maradona,
qué él estuvo y seguramente estará por encima de todos dentro de la cancha
(reitero: dentro de la cancha). Elegir a Maradona como el Everest no me ha
impedido ser feliz frente a otras cumbres. Hoy, gracias a YouTube, he pasado
revista a otros muchos monstruos del balón, de manera que a cada cual le
profeso una suerte de boquiabierto estupor cada vez que veo sus jugadas y sus
goles. ¿Quiénes son esos Aconcaguas, esos Kilimanjaros, esos Chimborazos, esos
Fujis? Son muchos, como Pelé, Cruyff, Platini, Romario, Ronaldo, Recoba, Hugo
Sánchez, el Mágico González, Van Basten, Raúl, Butragueño, Riquelme,
Ronaldinho, Palermo, Batistuta, Valderrama, Zamorano, el Cuau, Zidane,
Cristiano Ronaldo… Ellos y varios más jugaron en un voltaje muy distinto al
convencional, y por eso merecen el recuerdo.
No menciono adrede a Messi porque en él deseo detenerme. ¿Hacerlo menos
porque no ha ganado un campeonato con su selección? No. Ni tantitito muevo a
Messi del lugar que le corresponde: apenas uno o dos metros debajo del pico en
el que Maradona clavó su bandera. No voy a discutir, pues, lo obvio: que
Messi no es Diego, pero tampoco voy a incurrir en la ceguera de no admirarlo
por dos o tres circunstancias de su juego con la selección. He visto que es,
siempre y en casi todos los partidos, un jugador distinto, pleno de talento,
veloz, resistente a las patadas y siempre abordado por al menos dos o tres
rivales decididos a sacarle el balón a como dé lugar, como se ve en la foto que
adereza este post.
Maradona fue un monstruo en la cancha y además estuvo muy bien
acompañado en la hora decisiva. Si no, pregunto: ¿qué hubiera pasado si Valdano
y Burruchaga desaprovechan los pases que los dejaron solos frente al portero
alemán en la final de México 86? ¿No ocurrió eso con Higuaín y Agüero, que
desaprovecharon sus oportunidades, en la final contra Chile? En efecto, se
puede tener un líder, un jugador distinto, pero si los compañeros no anotan las
opciones claras, el triunfo se carga para otro lado.
Sin restar méritos a Chile, que sin duda fue el mejor equipo —ojo:
equipo— de las dos copas América más recientes, en ningún caso le ha ganado a
la selección Argentina en tiempo reglamentario. Los penales, lo sabemos, son
una moneda al aire, tanto que ahora nadie recuerda que Vidal falló y poco
pensamos en el tiro errado por Lucas Biglia. Sólo recordamos el yerro de Messi
como si de él dependiera todo, y no de todo el equipo.
Gane o no gane un campeonato con su selección, admiro a Messi.
Jugadores de su categoría no se producen en serie, así que jamás voy a privarme
de sus goles, de sus pases, de sus gambetas ni de su enorme, enorme
y rarísima humildad dentro y fuera de la cancha. Larga vida a jugadores como
él.