“Del cielo cayó una flor y en el aire se deshojó. Cada pétalo decía: Te
extraño mucho mi amor”, escribió Baudelaire. El lector mínimamente avisado, por supuesto, duda de inmediato.
¿Baudelaire escribió eso? ¿Pudo uno de los más grandes poetas franceses del
siglo XIX amonedar esa nauseabunda línea? Por supuesto, no. Si contamos con una
elemental información literaria advertimos de inmediato que un poeta con fama de
maldito no pudo descender a tamaña cursilería. Aunque es verdad: todo o casi
todo escritor de alto mérito puede tener sus deslices, alguna o algunas páginas
de cuestionable calidad. Sin embargo, a la hora de citarlo se impone recurrir a
su obra buena, a lo mejor de su producción. En el caso de Baudelaire —como en el
caso de Aristóteles, Séneca, Dante, Cervantes, Goethe, Hugo…—, es difícil errar
en la cita, pues prácticamente en todas sus obras hay calidad.
Pero pasa ahora que debido a internet cualquier hijo de vecino crea
páginas en las que, con dolo o por ignorancia, atribuye frases, poemas,
relatos, comentarios y demás a escritores importantes y de apellido muy reconocible. Tras esto, viene luego una legión de ingenuos que cita aquellas palabras como si en realidad fueran de tal
o cual escritor. Esto pasó hace algunos años con el infra¿poema? “La marioneta”
atribuido a ¡García Márquez! Corrió con tan buena suerte en los medios que de
golpe y porrazo el colombiano se convirtió en creador de caramelos. He aquí el
texto:
Si por un instante Dios se olvidara de que soy una
marioneta de trapo y me regalara un trozo de vida, posiblemente no diría todo
lo que pienso pero, en definitiva pensaría todo lo que digo.
Daría valor a las cosas, no por lo que valen, sino por
lo que significan.
Dormiría poco y soñaría más, entiendo que por cada
minuto que cerramos los ojos, perdemos sesenta segundos de luz.
Andaría cuando los demás se detienen, despertaría
cuando los demás duermen, escucharía mientras los demás hablan, y cómo
disfrutaría de un buen helado de chocolate...
Si Dios me obsequiara un trozo de vida, vestiría
sencillo, me tiraría de bruces al sol, dejando al descubierto no solamente mi
cuerpo sino mi alma.
Dios mío, si yo tuviera un corazón...
Escribiría mi odio sobre el hielo, y esperaría a que
saliera el sol. Pintaría con un sueño de Van Gogh sobre las estrellas un poema
de Benedetti, y una canción de Serrat sería la serenata que ofrecería a la
luna.
Regaría con mis lágrimas las rosas, para sentir el
dolor de sus espinas, y el encarnado beso de sus pétalos...
Dios mío, si yo tuviera un trozo de vida...
No dejaría pasar un solo día sin decirle a la gente
que quiero, que la quiero. Convencería a cada mujer de que ella es mi favorita
y viviría enamorado del amor.
A los hombres les probaría cuán equivocados están al
pensar que dejan de enamorarse cuando envejecen, sin saber que envejecen cuando
dejan de enamorarse.
A un niño le daría alas, pero dejaría que el solo
aprendiese a volar. A los viejos, a mis viejos les enseñaría que la muerte no
llega con la vejez sino con el olvido.
Tantas cosas les he aprendido a ustedes los hombres...
He aprendido que todo el mundo quiere vivir en la cima
de la montaña sin saber que la verdadera felicidad está en la forma de subir la
escarpada.
He aprendido que cuando un recién nacido aprieta con
su puño por vez primera el dedo de su padre, lo tiene atrapado para siempre.
He aprendido que un hombre únicamente tiene derecho de
mirar a otro hombre hacia abajo, cuando ha de ayudarlo a levantarse.
Son tantas cosas las que he podido aprender de
ustedes, pero finalmente de mucho no habrán de servir porque cuando me guarden
dentro de esta maleta, infelizmente me estaré muriendo...
Como podría notar hasta un lector mediocre de García Márquez, nada de lo
contenido en el texto anterior corresponde al universo garciamarquiano. Ni el
tono, ni el tema, ni el género, ni el propósito conmovedor-edificante ni el
medio en el que fue reproducido, nada. Sólo una tremenda candidez puede hacer
pensar que esos párrafos (ignoro a qué género corresponden) fueron escritos por el
premio Nobel colombiano. El éxito del texto, claro, fue arrollador, tanto que “La
marioneta” pasó a ser, quizá, la obra más leída “de Gabo” hasta que el
verdadero autor, un comediante, confesó su travesura.
Recién se ha dado un hecho similar con otra falsa atribución a
Borges. Si ya lo habían difamado con el poema “Instantes”, ahora ha ocurrido
algo peor: el gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, espacio donde nació Borges y a
propósito de su treinta aniversario luctuoso, publicó
en afiches una frase —un “pensamiento”—
supuestamente borgesiana, ésta: “Con el tiempo comprendés que sólo quien es capaz
de amarte con tus defectos, sin pretender cambiarte, puede brindarte toda
la felicidad”. Vaya espanto.
Puede
darse el caso de que Borges, incluso él, haya cometido ese pecado de leso buen
gusto literario, pues casi ningún escritor se salva del tropiezo, aunque, como sucede con los escritores mencionados más arriba,
en Borges sea difícil hallar página mala, incluso renglón malo. Ahora bien, si
se trata de homenajear a un escritor de su talla, que sea con palabras que lo representen, no con la
cita a ciegas de un efluvio dizque poético más digno de Corín Tellado que del
monstruo argentino.