Los
curiosos le llamaron “Síndrome de Guajardo” en honor a Olegario Guajardo, el
médico que lo descubrió. Fue, por supuesto, una noticia que alborotó el morbo público,
pues nadie dio crédito a la descripción del facultativo. Según sus
declaraciones, a su consultorio habían llegado los padres de un niño que luego
de los siete años manifestó un extraño padecimiento: sus brazos comenzaron a
perder densidad y a volar, casi como si fueran globos con helio. Obviamente no
lograban elevarlo, pues el peso de cabeza, tronco y piernas lo impedía, aunque
tenían la tendencia a subir hasta que las palmas de las manos sobrepasaban por
mucho la coronilla. El pequeño debió mantener las manos en los bolsillos, de
alguna manera se acostumbró a eso y en cierta medida todavía pudo hacer una
vida normal. La situación se complicó cuando la levedad comenzó a manifestarse
en la cabeza: según la propia descripción del niño —cuya identidad, no está de
más señalarlo, mantenemos en secreto para no afectarlo—, sentía que el cráneo
jalaba hacia arriba y le producía un intenso dolor de cuello, pero otra vez sin
lograr la levitación pues el tronco y las piernas mantenían su estado normal:
seguían siendo atraídos por la gravedad. En esa circunstancia la situación ya
se había tornado muy difícil, y los padres anticiparon lo peor. No se animaron
a buscar especialistas por temor a ser tildados de mentirosos, y dejaron pasar
varios meses. Fue así como llegó el peor escenario: la condición de globo
gasificado llegó al tronco del niño y con esto una sensación de independencia
con respecto de las fuerzas atractivas del planeta: el niño pegaba saltos
similares a los que pudieron dar los astronautas en la luna. Los padres vieron
esto con una mezcla de miedo y simpatía, así que decidieron confiar en que se
trataba de un mal pasajero. No lo fue tanto, sin embargo. Pasadas unas semanas,
como si el niño se hubiera vaciado de masa, las piernas también tendieron a
flotar, de suerte que todo el cuerpo experimentó “la sensación”. Los padres se
llevaron esta mayúscula sorpresa: una mañana el niño amaneció pegado al techo,
lo que hizo imposible pensar en sacarlo al aire libre sin algún anclaje. Cuando
estaban confeccionando unos zapatos con barras de plomo en la suelas, el niño
comenzó a ganar de nuevo su peso natural: piernas, tronco, cabeza, todo
adquirió la densidad primigenia. Fue en ese momento cuando lo llevaron con el
doctor Guajardo, quien al principio no creyó la descripción y luego —algunos
dicen que deseoso de celebridad pues su consultorio de traumatología venía a
menos— hizo público el asunto, con lo cual provocó un escándalo que por suerte
sólo tuvo eco en una columna harto proclive a la ficción.