miércoles, mayo 18, 2016

Síndrome




















Los curiosos le llamaron “Síndrome de Guajardo” en honor a Olegario Guajardo, el médico que lo descubrió. Fue, por supuesto, una noticia que alborotó el morbo público, pues nadie dio crédito a la descripción del facultativo. Según sus declaraciones, a su consultorio habían llegado los padres de un niño que luego de los siete años manifestó un extraño padecimiento: sus brazos comenzaron a perder densidad y a volar, casi como si fueran globos con helio. Obviamente no lograban elevarlo, pues el peso de cabeza, tronco y piernas lo impedía, aunque tenían la tendencia a subir hasta que las palmas de las manos sobrepasaban por mucho la coronilla. El pequeño debió mantener las manos en los bolsillos, de alguna manera se acostumbró a eso y en cierta medida todavía pudo hacer una vida normal. La situación se complicó cuando la levedad comenzó a manifestarse en la cabeza: según la propia descripción del niño —cuya identidad, no está de más señalarlo, mantenemos en secreto para no afectarlo—, sentía que el cráneo jalaba hacia arriba y le producía un intenso dolor de cuello, pero otra vez sin lograr la levitación pues el tronco y las piernas mantenían su estado normal: seguían siendo atraídos por la gravedad. En esa circunstancia la situación ya se había tornado muy difícil, y los padres anticiparon lo peor. No se animaron a buscar especialistas por temor a ser tildados de mentirosos, y dejaron pasar varios meses. Fue así como llegó el peor escenario: la condición de globo gasificado llegó al tronco del niño y con esto una sensación de independencia con respecto de las fuerzas atractivas del planeta: el niño pegaba saltos similares a los que pudieron dar los astronautas en la luna. Los padres vieron esto con una mezcla de miedo y simpatía, así que decidieron confiar en que se trataba de un mal pasajero. No lo fue tanto, sin embargo. Pasadas unas semanas, como si el niño se hubiera vaciado de masa, las piernas también tendieron a flotar, de suerte que todo el cuerpo experimentó “la sensación”. Los padres se llevaron esta mayúscula sorpresa: una mañana el niño amaneció pegado al techo, lo que hizo imposible pensar en sacarlo al aire libre sin algún anclaje. Cuando estaban confeccionando unos zapatos con barras de plomo en la suelas, el niño comenzó a ganar de nuevo su peso natural: piernas, tronco, cabeza, todo adquirió la densidad primigenia. Fue en ese momento cuando lo llevaron con el doctor Guajardo, quien al principio no creyó la descripción y luego —algunos dicen que deseoso de celebridad pues su consultorio de traumatología venía a menos— hizo público el asunto, con lo cual provocó un escándalo que por suerte sólo tuvo eco en una columna harto proclive a la ficción.