Los
bomberos ya no pueden acceder a la zona de desastre. La colmena ha crecido
tanto que tapó las bocacalles y ante esta contingencia ha sido necesario solicitar
la ayuda del ejército. Hay un zumbido enloquecedor, incesante, casi
estruendoso. Yo quedé encerrado en casa y puedo ver las figuras geométricas del
panal untadas a la ventana de mi sala. Por temor a los ladrones hace mucho
mandé colocar un vidrio de doce milímetros y eso ha impedido, creo que de
milagro, el acceso de las abejas. A otras casas han entrado por allí,
precisamente: con toda claridad escuché el ruido de los vidrios, su
estallamiento ante la fuerza indetenible del panal. También oí los gritos de
dolor de varios vecinos seguramente acribillados a picotazos. Y pensar que todo
esto comenzó con un pequeño tumor de árbol. Lo detecté de inmediato: había un hoyito
en el tronco y allí formaron su primera colonia. Poco a poco vi el avance de
ese bulto y un buen día, cuando sentí que dos o tres abejas me sobrevolaban
demasiado cerca, llamé a la línea de emergencia en Torreón. Me contestó una
señorita amable que sin más encaminó la llamada hacia el departamento de
bomberos. Allí, un hombre me pidió los datos, el domicilio y eso. También me
preguntó que si yo tenía detergente en polvo. Le dije que sí. Prometió que una
cuadrilla de bomberos vendría en seguida. Tras colgar pensé en lo obvio: ¿por
qué piden detergente a los ciudadanos? ¿Qué los bomberos no tienen un equipo y
agentes químicos para someter enjambres? En fin. Busqué la bolsa en el cuartito
de lavado, y esperé. Nunca llegaron. Volví a llamar. Me tomaron otra vez los
datos, les dije que ya tenía el detergente preparado, y prometieron visitarme
de inmediato. Pero nada. Llamé diez veces más, y lo mismo. Una tarde de domingo
el panal comenzó a crecer desmesurada y velozmente, tanto que del árbol
callejero pasó a invadir la otra acera. Su tamaño se volvió monstruoso. Llamé
de nuevo al número de emergencia, pero la llamada se cortó. Luego se fue la
electricidad y comencé a escuchar los alaridos de dolor de mis vecinos.
Atranqué bien la puerta y desde el grueso vidrio de mi ventana vi el avance del
panal que a ritmo frenético comenzó a tapar coches, casas, plantas, arbotantes.
Probé una llamada con mi celular, y la señal entró débil. La señorita volvió a
canalizarme con los bomberos. A gritos pedí que vinieran, que el panal ya había
devorado toda una cuadra. Ahora sí hicieron caso y me solicitaron no cortar la
comunicación, por si yo era el único testigo vivo encapsulado en el enjambre. Por
el mismo teléfono me comunicaron después que ya no podían hacer nada. Llamaron entonces
al ejército y en eso están ahora. Me acaban de informar que un comando espacial
con lanzallamas ha comenzado sus maniobras. Mientras eso ocurre, acá sigo mi
reporte.