miércoles, mayo 11, 2016

Básquet















Formó el equipo de básquet con diez jugadores, para disponer de cambios. Había dos altos (arriba del 1.90 es alto para estas ligas), cinco de estatura normal y tres bajitos. Se supone que era una restauración, o casi, del cuadro que habían tenido en la selección de secundaria. Dos, los altos, eran refuerzos, y con eso intentarían ganar el torneo de veteranos. Juan fue quien los entusiasmó. Juan y Facebook, más bien, pues todos se habían localizado luego de treinta años sin saber nada de nadie. ¿Y si nos juntamos otra vez?, les dijo. Para motivarlos subió una foto descolorida en la que se veían todos borrosos, pero no el trofeo del campeonato que ganaron una vez. ¿Recuerdan el equipazo que formamos?, insistió Juan. Así, los demás, incluso Lugo, comenzaron a interesarse luego de las preguntas y la foto. Juan movilizó la organización. Él inscribiría al equipo y él se encargaría de comprar los uniformes, pues no por nada era ya un microempresario próspero. El entusiasmo fluyó entonces en Facebook, tanto que por unanimidad decidieron regalarse una junta previa de preparación y quizá, más adelante, otra de entrenamiento. Y así lo hicieron. Se citaron en el apartado de una cantina céntrica. Fueron llegando uno tras otro y las carcajadas no cesaron. Las burlas, todas, estuvieron encaminadas a destacar el avejentamiento. Las panzas, las calvas y las canas ya visibles en todas esas humanidades cincuentonas detonaron carcajadas estentóreas, más aún porque estaban desinhibidas con cerveza. En la primera reunión todos incrementaron su entusiasmo y varios prometieron ponerse en forma, caminar al menos en el bosque para oxigenar los pulmones. El día del primer partido se acercaba, y Juan, quien había tomado la batuta de la organización, necesitaba fotos para las credenciales. No quiso pedirlas, y buceó un rato en las cuentas de cada Facebook para localizar una adecuada de cada uno. Fue allí cuando la vio: era Irene. Estaba en la página de Lugo, hacían pareja ya. Se supone que esa Irene había sido la más bonita del salón, y Juan le cayó encima cuando se enteró que había terminado su noviazgo con Lugo. Ella lo rechazó, y al poco tiempo volvió con el mismo, con Luguito. Supo años después que cada cual hizo su vida, que tuvieron sus hijos, que Lugo incluso trabajó varios años en El Paso. Lo que no sabía era, ahora, que por alguna extraña razón se habían reencontrado. Ella no era ya la misma Irene, aunque en las fotos conservaba algo de lo que fue; Lugo, claro, tampoco era el mismo. El único que en este caso seguía igual era Juan: su envidia por Lugo había permanecido intacta durante treinta años. A ver cómo deshacía pues el entusiasmo de los basquetbolistas. Ya no quería volver a eso.