Formó
el equipo de básquet con diez jugadores, para disponer de cambios. Había dos
altos (arriba del 1.90 es alto para estas ligas), cinco de estatura normal y
tres bajitos. Se supone que era una restauración, o casi, del cuadro que habían
tenido en la selección de secundaria. Dos, los altos, eran refuerzos, y con eso
intentarían ganar el torneo de veteranos. Juan fue quien los entusiasmó. Juan y
Facebook, más bien, pues todos se habían localizado luego de treinta años sin
saber nada de nadie. ¿Y si nos juntamos otra vez?, les dijo. Para motivarlos
subió una foto descolorida en la que se veían todos borrosos, pero no el trofeo
del campeonato que ganaron una vez. ¿Recuerdan el equipazo que formamos?,
insistió Juan. Así, los demás, incluso Lugo, comenzaron a interesarse luego de
las preguntas y la foto. Juan movilizó la organización. Él inscribiría al
equipo y él se encargaría de comprar los uniformes, pues no por nada era ya un
microempresario próspero. El entusiasmo fluyó entonces en Facebook, tanto que
por unanimidad decidieron regalarse una junta previa de preparación y quizá,
más adelante, otra de entrenamiento. Y así lo hicieron. Se citaron en el
apartado de una cantina céntrica. Fueron llegando uno tras otro y las
carcajadas no cesaron. Las burlas, todas, estuvieron encaminadas a destacar el
avejentamiento. Las panzas, las calvas y las canas ya visibles en todas esas
humanidades cincuentonas detonaron carcajadas estentóreas, más aún porque
estaban desinhibidas con cerveza. En la primera reunión todos incrementaron su
entusiasmo y varios prometieron ponerse en forma, caminar al menos en el bosque
para oxigenar los pulmones. El día del primer partido se acercaba, y Juan,
quien había tomado la batuta de la organización, necesitaba fotos para las
credenciales. No quiso pedirlas, y buceó un rato en las cuentas de cada
Facebook para localizar una adecuada de cada uno. Fue allí cuando la vio: era
Irene. Estaba en la página de Lugo, hacían pareja ya. Se supone que esa Irene
había sido la más bonita del salón, y Juan le cayó encima cuando se enteró que
había terminado su noviazgo con Lugo. Ella lo rechazó, y al poco tiempo volvió
con el mismo, con Luguito. Supo años después que cada cual hizo su vida, que
tuvieron sus hijos, que Lugo incluso trabajó varios años en El Paso. Lo que no
sabía era, ahora, que por alguna extraña razón se habían reencontrado. Ella no
era ya la misma Irene, aunque en las fotos conservaba algo de lo que fue; Lugo,
claro, tampoco era el mismo. El único que en este caso seguía igual era Juan:
su envidia por Lugo había permanecido intacta durante treinta años. A ver cómo
deshacía pues el entusiasmo de los basquetbolistas. Ya no quería volver a eso.