Las
formas de la novela son infinitas, tantas que casi no es posible hablar de
forma cuando nos aproximamos a este género. En el caso de Cartapacios
(Universidad Veracruzana, Xalapa, 2016, 336 pp.) de Pedro Damián Bautista, libro ganador del
premio latinoamericano para primera novela Sergio Galindo 2015, encontramos un
relato —dicho esto en un sentido muy amplio— articulado con recursos no
convencionales, una historia que produce una rara sensación de inagotabilidad
gracias a su irrefrenable ludismo.
Cartapacios
está armada en cinco trancos. El primero, titulado “A modo de exordio introito
preámbulo”, contiene el presente de la narración: un joven en bicicleta asedia
como voyeur a una chamaca benísima
que hace ejercicio en los amplios jardines de la UNAM. Esa joven es
Yolanda-Antonietta, a quien el mocoso, entre peripecias que pronto revelan el
registro delirante de la historia, alcanza y logra bajarle
algunas encamadas dignas de feliz recordación. La postninfeta, sin embargo, emigra de
la capital y deja al chico cuatro cuadernos o cartapacios donde ella
pormenoriza las andanzas que le han cabido en suerte. Esos cuatro cartapacios
son, como es obvio, los capítulos restantes de la novela.
A
partir de este momento encaramos la vida inútil pero vertiginosamente divertida
de Yolanda-Antonietta. Oriunda de Laredo, Texas —lo que de alguna manera
justifica su hibridismo cultural—, Yolanda es una chica demasiado inteligente,
absurdamente inteligente y sabedora de su naturaleza, tanto que se da el lujo
de mantener en pie los cuatro largos diarios donde detalla cada pliegue de su
existencia. La parte de su autoconciencia que más la entretiene es saberse
impresionantemente cachonda y ser dueña de un poder de seducción que posibilita
encamamientos con quien elija. Por supuesto, todos los varones que la conocen
se la quieren, como perros babeantes, echar en un taco, pero es ella quien a
fin de cuentas, como precoz cazadora, maneja las situaciones, quien controla
las partidas del ajedrez lúbrico.
No
podemos pedir una lógica narrativa a las peripecias asentadas en los diarios de
la depredadora Yolanda. Como en el argentino Alberto Laiseca, los asuntos se
van sucediendo sin anudamientos sensatos, sin relaciones de causalidad
perfectamente visibles o a veces nada visibles. Lo fundamental en Cartapacios está en el desafío que Pedro
Damián Bautista tuvo que afrontar para, primero, construir a una nena tan canijamente
deliciosa, y, segundo, darle entidad con un estilo donde jamás decaen el humor,
la acidez, los juegos de palabras, la arbitrariedad, el cosmopolitismo más
chocante/exultante y el tumulto de escenas que, dicho sea de paso, colocan de
golpe a este “volcán-hembra” como ejemplo señero de desinhibición y goce vital
en la literatura mexicana.
Novela
abiertamente antinovela, Cartapacios
es, enfatizo, un desafío barroco, un buceo desmesurado a los aciertos y los
deliberados disparates que pueden resguardar, en tono oral, los diarios de
Yolanda-Antonietta. En todo momento, la encantadora protagonista se percibe
como imán, incluso cuando no es necesario reiterarlo: “Siempre me provocó miedo
y estremecimiento pasar sola a Nuevo Laredo; pasaba con alguien siempre, o
prefería no ir. Esa especie de bestialidad mexicana que advertía; el desorden,
la basura, lo promiscuo, los hombres en el puente sin documentos migratorios,
mujeres agresivas, la pobreza inmediata, el evidente desempleo, tipos
arruinados, la derrota, la hiperviolencia, las evidencias de narcos y sus
miradas sobre mí”. Su capacidad para atraer la convierte en prematura experta
en control de canes y otras plagas: “Los dieciséis y diecisiete años fueron de
crecimiento y aventurillas. Y cuidando mi virginidad fundamental, me hice
experta para apaciguar perros… & wolves. Amén”. Un tipo, el profesor de
lenguas Albert Cacciari, le comparte una hipótesis que puede servirnos para
cuadrar mejor la catadura de la apetecida: “Tú representas un conglomerado
interesante en sí mismo, Yolanda-Antonietta; se desprende de ti una carga
erótica involuntaria que pienso que desconoces y que te planta como una mujer
ya adulta a tus diecisiete años, independiente del mundo; ninfeta y adulta”.
Un
ejemplo más de su autocontrol lo tenemos en este pasaje (así termina el
capítulo sobre Albert): “Fui a su cubículo dos o tres veces más, por la tarde,
obedeciendo a una discreta señal que me daba. Vicious but delicious; se
extasiaba conmigo hasta media hora sumergido, con un poderosísimo movimiento lingual
y labial que me traía infinitos orgasmos hasta perderme dentro de mí. Me
gustaba eso-así porque presuponía descompromiso-incompromiso, libertad,
igualdad; experiencia. Él no se iría a enamorar de mí ni yo de él.
Experimentaba los efectos de mi persona; era como conocerme más objetivamente;
terrenal y transparente, desconflictuada, sin semejanzas con las chicas de mi
edad. De esa manera empecé a potenciar mi cuerpo para enfrentar el mundo”.
En
suma, todos quieren tirársela, todos elaboran discursos para llegar a ella sin
saber que ella los anticipa porque desea lo mismo. En general, todos se
estupidizan con Yolanda, y ella ríe de ellos y hace que crean que la dominan,
que es su juguete. “El asunto —dice— es que soy un fenómeno bastante
peculiar de la biología. Una entre cien mil”, un “volcán-hembra”.
Cartapacios,
en suma, es un experimento que nos jalará de las solapas para introducirnos en
dos mundos: en el de la memorable Yolanda-Antonietta y en otro, acaso más
importante: en el de las inmensas posibilidades de la literatura cuando se
decide a estallar, a romper jocosa, endiablada, salvaje y bienvenidamente todas
las ataduras que nos impone la razón a la hora de construir ese molusco conocido
habitualmente como novela.
Xalapa, Veracruz, 23, abril y 2016
*Texto
leído en la presentación de Cartapacios que se celebró en la Feria Internacional del Libro Universitario organizada por la Universidad
Veracruzana. Participamos Édgar Valencia, Carlos Manuel Cruz y quien esto
escribe. El autor de la novela no pudo asistir.