domingo, mayo 01, 2016

Cartapacios de un “volcán-hembra”




















Las formas de la novela son infinitas, tantas que casi no es posible hablar de forma cuando nos aproximamos a este género. En el caso de Cartapacios (Universidad Veracruzana, Xalapa, 2016, 336 pp.) de Pedro Damián Bautista, libro ganador del premio latinoamericano para primera novela Sergio Galindo 2015, encontramos un relato —dicho esto en un sentido muy amplio— articulado con recursos no convencionales, una historia que produce una rara sensación de inagotabilidad gracias a su irrefrenable ludismo.
Cartapacios está armada en cinco trancos. El primero, titulado “A modo de exordio introito preámbulo”, contiene el presente de la narración: un joven en bicicleta asedia como voyeur a una chamaca benísima que hace ejercicio en los amplios jardines de la UNAM. Esa joven es Yolanda-Antonietta, a quien el mocoso, entre peripecias que pronto revelan el registro delirante de la historia, alcanza y logra bajarle algunas encamadas dignas de feliz recordación. La postninfeta, sin embargo, emigra de la capital y deja al chico cuatro cuadernos o cartapacios donde ella pormenoriza las andanzas que le han cabido en suerte. Esos cuatro cartapacios son, como es obvio, los capítulos restantes de la novela.
A partir de este momento encaramos la vida inútil pero vertiginosamente divertida de Yolanda-Antonietta. Oriunda de Laredo, Texas —lo que de alguna manera justifica su hibridismo cultural—, Yolanda es una chica demasiado inteligente, absurdamente inteligente y sabedora de su naturaleza, tanto que se da el lujo de mantener en pie los cuatro largos diarios donde detalla cada pliegue de su existencia. La parte de su autoconciencia que más la entretiene es saberse impresionantemente cachonda y ser dueña de un poder de seducción que posibilita encamamientos con quien elija. Por supuesto, todos los varones que la conocen se la quieren, como perros babeantes, echar en un taco, pero es ella quien a fin de cuentas, como precoz cazadora, maneja las situaciones, quien controla las partidas del ajedrez lúbrico.
No podemos pedir una lógica narrativa a las peripecias asentadas en los diarios de la depredadora Yolanda. Como en el argentino Alberto Laiseca, los asuntos se van sucediendo sin anudamientos sensatos, sin relaciones de causalidad perfectamente visibles o a veces nada visibles. Lo fundamental en Cartapacios está en el desafío que Pedro Damián Bautista tuvo que afrontar para, primero, construir a una nena tan canijamente deliciosa, y, segundo, darle entidad con un estilo donde jamás decaen el humor, la acidez, los juegos de palabras, la arbitrariedad, el cosmopolitismo más chocante/exultante y el tumulto de escenas que, dicho sea de paso, colocan de golpe a este “volcán-hembra” como ejemplo señero de desinhibición y goce vital en la literatura mexicana.
Novela abiertamente antinovela, Cartapacios es, enfatizo, un desafío barroco, un buceo desmesurado a los aciertos y los deliberados disparates que pueden resguardar, en tono oral, los diarios de Yolanda-Antonietta. En todo momento, la encantadora protagonista se percibe como imán, incluso cuando no es necesario reiterarlo: “Siempre me provocó miedo y estremecimiento pasar sola a Nuevo Laredo; pasaba con alguien siempre, o prefería no ir. Esa especie de bestialidad mexicana que advertía; el desorden, la basura, lo promiscuo, los hombres en el puente sin documentos migratorios, mujeres agresivas, la pobreza inmediata, el evidente desempleo, tipos arruinados, la derrota, la hiperviolencia, las evidencias de narcos y sus miradas sobre mí”. Su capacidad para atraer la convierte en prematura experta en control de canes y otras plagas: “Los dieciséis y diecisiete años fueron de crecimiento y aventurillas. Y cuidando mi virginidad fundamental, me hice experta para apaciguar perros… & wolves. Amén”. Un tipo, el profesor de lenguas Albert Cacciari, le comparte una hipótesis que puede servirnos para cuadrar mejor la catadura de la apetecida: “Tú representas un conglomerado interesante en sí mismo, Yolanda-Antonietta; se desprende de ti una carga erótica involuntaria que pienso que desconoces y que te planta como una mujer ya adulta a tus diecisiete años, independiente del mundo; ninfeta y adulta”.
Un ejemplo más de su autocontrol lo tenemos en este pasaje (así termina el capítulo sobre Albert): “Fui a su cubículo dos o tres veces más, por la tarde, obedeciendo a una discreta señal que me daba. Vicious but delicious; se extasiaba conmigo hasta media hora sumergido, con un poderosísimo movimiento lingual y labial que me traía infinitos orgasmos hasta perderme dentro de mí. Me gustaba eso-así porque presuponía descompromiso-incompromiso, libertad, igualdad; experiencia. Él no se iría a enamorar de mí ni yo de él. Experimentaba los efectos de mi persona; era como conocerme más objetivamente; terrenal y transparente, desconflictuada, sin semejanzas con las chicas de mi edad. De esa manera empecé a potenciar mi cuerpo para enfrentar el mundo”.
En suma, todos quieren tirársela, todos elaboran discursos para llegar a ella sin saber que ella los anticipa porque desea lo mismo. En general, todos se estupidizan con Yolanda, y ella ríe de ellos y hace que crean que la dominan, que es su juguete. “El asunto —dice— es que soy un fenómeno bastante peculiar de la biología. Una entre cien mil”, un “volcán-hembra”.
Cartapacios, en suma, es un experimento que nos jalará de las solapas para introducirnos en dos mundos: en el de la memorable Yolanda-Antonietta y en otro, acaso más importante: en el de las inmensas posibilidades de la literatura cuando se decide a estallar, a romper jocosa, endiablada, salvaje y bienvenidamente todas las ataduras que nos impone la razón a la hora de construir ese molusco conocido habitualmente como novela.
Xalapa, Veracruz, 23, abril y 2016

*Texto leído en la presentación de Cartapacios que se celebró en la Feria Internacional del Libro Universitario organizada por la Universidad Veracruzana. Participamos Édgar Valencia, Carlos Manuel Cruz y quien esto escribe. El autor de la novela no pudo asistir.