Lo conocí en algún
café tucumano hace más de diez años, cuando asistí a un congreso de literatura
organizado por (y en) la Universidad Nacional de Tucumán. Mi contacto en esa
expedición fue David Lagmanovich, un amigo de lujo que jamás dudó en
compartirme sus querencias más cercanas. Recuerdo que cuando llegué a Tucumán
David me esperaba en los andenes de TransferLine. En ese momento nos conocimos
personalmente luego de cinco años como intensos corresponsales vía mail, y casi
de inmediato, sobre el remís, David me extendió una invitación: “Si gustas,
llega a tu hotel, descansa un rato y más a la tardecita vamos a tomar café con
un amigo que quiero que conozcas”. Hice lo indicado y el amigo resultó ser
Rogelio Ramos Signes. Al que conocí entonces fue al que ustedes ya conocen: un
hombre sereno, culto, amable, atento siempre a las palabras de su interlocutor,
uno de esos tipos que deberían abundar, para que el mundo sea mejor, y sin
embargo escasean. Aquella tarde con Rogelio, a quien David respetaba mucho, fue
para mí inolvidable, por eso puedo reconstruirla en estas líneas.
Luego vi a Rogelio
un par de veces más: otra en Tucumán y la más reciente en Buenos Aires, en las
Jornadas de Raúl Brasca organizadas en la Feria del Libro hacia 2010. En todos
los encuentros Rogelio ha sido el mismo que traté por primera vez en 2004. Y
más allá de esos venturosos encuentros, Rogelio ha sido siempre un amigo amable
por mail y ahora por Facebook, donde sin querer queriendo dialogamos y también
donde sin querer queriendo él me enseña más que a escribir, a ser en la literatura.
Cierro con una
anécdota muy personal, podría decir que íntima. Volvía yo de un viaje del DF a mi tierra, Torreón,
en el norte de México, y por razones que no viene a cuento relatar, me
encontraba tremendamente agobiado, puedo decir que triste, muy triste, mirando
hacia un precipicio moral. Para entonces, en ese 2011, ya usaba un teléfono
celular con servicio de correo electrónico y cuando iba en el micro por la
ciudad de Querétaro llegó una carta. Era de Rogelio, quien por ese medio
compartía a sus contactos un poema dedicado a su padre. Lo leí una vez. Lo leí
dos, tres, cuatro veces en ese tramo de carretera, y lloré mucho, tanto que
milagrosamente me sanó. Supe entonces, en el silencio de mi pena, que podía
pasar lo que fuera a mi alrededor, pero que si seguía pasándome eso, tener
amigos que escribían así, literatura de tal densidad emocional e intelectual,
yo no era tan malo como me sentía. De la pesadumbre total pasé de golpe a
sentirme un privilegiado, y de inmediato le escribí a Rogelio para agradecer su
amistad y su literatura.
Le dije algo más: que se llamaba como mi padre, y eso de alguna
forma me hacía quererlo y respetarlo más. Gracias, pues, amigo, y felicidades
por ganarte nuestro cariño y nuestro respeto con tu obra literaria y tu
generosa amistad.
Torreón,
Coahuila, México, 19, marzo y 2016
Nota: Palabras leídas en el homenaje que el pasado 19 de marzo rindieron en Tucumán, Argentina, a Rogelio Ramos Signes. Gracias a Julio Estefan por leerlo. En la foto, con el homenajeado en mayo de 2010 durante la Feria del Libro de Buenos Aires.