sábado, marzo 19, 2016

Motos












La vida te da lecciones, y por eso con Osvaldo pasó lo que tenía que pasar. Lo conozco desde la carrera, pues cuatro años estudiamos juntos en la Facultad de Administración. Digamos que no era muy brillante en los estudios —un alumno con promedio de ocho—, pero tenía virtudes muy bien cotizadas en el mundo convencional. Era, como se dice, un tipo carismático. Desde aquella época se distinguió por una manera de ser muy especial: hablaba con una sonrisa permanente y siempre parecía interesado en las palabras de quienes conversaban con él. No era bien parecido, pero se vestía a la moda y hacía ejercicio, de manera que su imagen irradiaba frescura, una salud de joven atleta. Todas las muchachas del salón, claro, lo querían, pues además de charlar con ellas entre carcajadas no faltó que en una u otra fiesta las sacara a bailar desparpajadamente de a dos o tres al mismo tiempo, como les gusta a las mujeres cuando no hay parejas suficientes. Los compañeros lo veíamos con desconcierto: era fácil llegar a odiarlo, pero resulta que también era buen amigo. Hicimos un equipo de beis y no dudó en acompañarnos. Armamos un viaje de estudios a Guadalajara, e igual, Osvaldo era de los primeros en anotarse y participar sin titubeos en el relajo. Fue precisamente por esas fechas cuando compró la moto, una Kawasaki hermosa. Si era exitoso con las mujeres, la moto le triplicó los bonos. Entonces sí lo envidié. Había trabajado y ahorrado y compró ese perfecto animal de fierro cuando estábamos casi por salir de la carrera. En esas fechas yo andaba, como decimos, “sobres” de Rocío, la más linda del grupo. Osvaldo, claro, me la tumbó sin despeinarse desde aquella mañana en la que los vi alejarse sobre la moto, con ella abrazada al pecho del valiente. No metí las manos, era imposible subir al ring contra ese contrincante, así que terminé por aceptar la realidad. Terminé la carrera, hice mi vida y no pasó nada que merezca algún recuerdo. Luego me enteré, por compañeros del grupo, que Osvaldo se había convertido en corredor de motos. Más adelante supe que organizaba competencias y que puso dos negocios especializados con taller y toda la cosa. Lo mejor en estos casos es colocarse lejos, sobrevivir al acoso de ese gusano barrenador de la conciencia que es la envidia. Un día, sin embargo, al encender la tele en el cable vi que lo entrevistaban —¡lo entrevistaban!— en ESPN antes de una competencia. Decidí verla, ver los muchos percances en la pista de cross, y soñé allí mismo con una posibilidad. La esperé durante toda la carrera, pero hice mal. El accidente jamás se dio. Con Osvaldo pasó lo que tenía que pasar: ganó.