La
vida te da lecciones, y por eso con Osvaldo pasó lo que tenía que pasar. Lo
conozco desde la carrera, pues cuatro años estudiamos juntos en la Facultad de
Administración. Digamos que no era muy brillante en los estudios —un alumno con
promedio de ocho—, pero tenía virtudes muy bien cotizadas en el mundo
convencional. Era, como se dice, un tipo carismático. Desde aquella época se
distinguió por una manera de ser muy especial: hablaba con una sonrisa
permanente y siempre parecía interesado en las palabras de quienes conversaban
con él. No era bien parecido, pero se vestía a la moda y hacía ejercicio, de
manera que su imagen irradiaba frescura, una salud de joven atleta. Todas las
muchachas del salón, claro, lo querían, pues además de charlar con ellas entre
carcajadas no faltó que en una u otra fiesta las sacara a bailar
desparpajadamente de a dos o tres al mismo tiempo, como les gusta a las mujeres
cuando no hay parejas suficientes. Los compañeros lo veíamos con desconcierto:
era fácil llegar a odiarlo, pero resulta que también era buen amigo. Hicimos un
equipo de beis y no dudó en acompañarnos. Armamos un viaje de estudios a
Guadalajara, e igual, Osvaldo era de los primeros en anotarse y participar sin
titubeos en el relajo. Fue precisamente por esas fechas cuando compró la moto,
una Kawasaki hermosa. Si era exitoso con las mujeres, la moto le triplicó los
bonos. Entonces sí lo envidié. Había trabajado y ahorrado y compró ese perfecto
animal de fierro cuando estábamos casi por salir de la carrera. En esas fechas
yo andaba, como decimos, “sobres” de Rocío, la más linda del grupo. Osvaldo,
claro, me la tumbó sin despeinarse desde aquella mañana en la que los vi
alejarse sobre la moto, con ella abrazada al pecho del valiente. No metí las
manos, era imposible subir al ring contra ese contrincante, así que terminé por
aceptar la realidad. Terminé la carrera, hice mi vida y no pasó nada que
merezca algún recuerdo. Luego me enteré, por compañeros del grupo, que Osvaldo
se había convertido en corredor de motos. Más adelante supe que organizaba
competencias y que puso dos negocios especializados con taller y toda la cosa.
Lo mejor en estos casos es colocarse lejos, sobrevivir al acoso de ese gusano
barrenador de la conciencia que es la envidia. Un día, sin embargo, al encender
la tele en el cable vi que lo entrevistaban —¡lo entrevistaban!— en ESPN antes
de una competencia. Decidí verla, ver los muchos percances en la pista de cross, y soñé allí mismo con una
posibilidad. La esperé durante toda la carrera, pero hice mal. El accidente
jamás se dio. Con Osvaldo pasó lo que tenía que pasar: ganó.