Reviso en mi agenda
retrospectiva que el jueves 16 de julio de 2015 a las dos de la tarde fui
invitado por el periodista Eduardo Anguita a grabar su programa de radio. Desde
Morón, luego de hora y media de viaje en bus, tren y subte, llegué puntual a la
cita en el edificio de Radio Nacional ubicado en Maipú 555, casi el ombligo de
la capital argentina. El programa de Anguita pasaría diferido el sábado
siguiente, 18 de julio, a las ocho de la noche, y se trataba de una mesa en la
que sería abordado el tema del narcotráfico en Argentina y en México. El Chapo
se había fugado el día 11, así que para mi amigo Anguita resultaba interesante que
un mexicano opinara particularmente sobre ese asunto. En el panel estarían
también Eduardo Sguiglia —economista, ex embajador y escritor que durante la
dictadura vivió exiliado en México— y Alberto Calabrese, experto en materia de
narcotráfico.
Grabamos el programa, dije
lo que quise, escuché con atención a mis interlocutores y todo quedó listo, sin
mayor problema, para el sábado. Anguita fue muy cordial, y no quedaron a la
zaga ni Sguiglia ni Calabrese, con quienes seguí la charla en los pasillos de
Radio Nacional. En eso estábamos cuando pasó cerca de nosotros Roberto Perfumo,
símbolo del futbol argentino. El ex jugador de Racing y River, ex mundialista y
desde hace mucho periodista deportivo cuyo apodo, el Mariscal, describe
perfectamente su manera de liderar en las canchas, saludó al colega Anguita y a
sus acompañantes. Para los ahí reunidos era normal, supongo, ver y saludar a
Perfumo, pero para mí no; estaba frente a un tótem especialista en secar
rivales sobre el césped con una dureza pocas veces vista (tenía “una
personalidad de su puta madre”, como dijo alguna vez Maradona) y no dudé en hacer lo que hice: saludarlo con efusividad, decirle que había leído su libro Hablemos de futbol (armado junto a
Víctor Hugo Morales) y solicitarle una foto. Saqué mi celular y le pedí a no sé
quién que me ayudara. Perfumo accedió sin problema, aunque lo noté algo
cansado, con una sonrisa apenas insinuada y voz bajita. Luego de la foto se me
ocurrió comentarle algo, lo que fuera, y me salió un elogio un poco extraño: delante
de todos, de frente, le confesé que para mí hubiera sido un honor recibir una patada
suya. Todos rieron, y más el Mariscal, y eso me hizo sentir muy bien.
Minutos después, al revisar
la imagen, vi algo raro. Hay a nuestra espalda una pizarra para pegar anuncios,
y en ella destaca la cara de otro argentino algo famoso. Es como si
estuviéramos tres en esa foto.
Escribo este breve recuerdo
porque hoy murió Roberto Perfumo (Sarandí, 1942-Buenos Aires, 2016). Descanse
en paz.